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Francisco Ortiz Pinchetti

22/12/2017 - 12:02 am

Una de diablos y pastores

En medio de tanta estupidez disfrazada de noticias, comentarios, spots electorales y posverdades (término recién aprobado por la RAE, conste) que en estos días nos agobian, hay por fortuna un remedio infalible, muy propio de la temporada, muy mexicano además, para fugarnos durante un par de horas de ese tormento y recuperar el sentido simple […]

Las pastorelas tienen su referencia histórica en el siglo XV. Han sobrevivido a lo largo de más 400 años para llegar a nuestros días con su mensaje original, enriquecido por la picardía, el humor y la música de nuestro folclor. Foto: Especial

En medio de tanta estupidez disfrazada de noticias, comentarios, spots electorales y posverdades (término recién aprobado por la RAE, conste) que en estos días nos agobian, hay por fortuna un remedio infalible, muy propio de la temporada, muy mexicano además, para fugarnos durante un par de horas de ese tormento y recuperar el sentido simple y jocoso que en realidad tiene nuestra vida.

En lugar de leer y escuchar los duelos de sandeces entre los participantes en una “precampaña” electoral tramposa y denigrante, resulta más sano –pero mucho más– seguir las peripecias de un grupo de pastores que motivados por el Arcángel San Miguel se encaminan tras la guía de una estrella al encuentro con el Niño Jesús, que está por nacer en un modesto pesebre de Belén, para dorarlo y cantarle villancicos.

El esquema es muy sencillo y prácticamente invariable, aunque siempre contiene matices nuevos que le dan una actualidad a veces sorprendente. Los humildes e ingenuos campesinos –de calzón de manta, jorongo, morral y sombrero de palma ellos; de trenzas con listones, blusa chillona, reboso y enagua ampona ellas– son acechados en su camino a través del monte no por un lobo feroz y sanguinario sino por una divertidísima pandilla de demonios que representan los Siete Pecados Capitales y que trata de persuadirlos con sus tentaciones para que abandonen la búsqueda del futuro Redentor y se entreguen a los placeres mundanos…

Lujuria, Ira, Gula, Pereza, Envidia, Avaricia y Soberbia, enviados por el mismísimo Lucifer, acosan a los pastores con sus más acabadas patrañas y les ofrecen a cambio de su alma el gozo de la carne en sus diversas y muy divertidas manifestaciones. Aquello termina con un enfrentamiento directo entre San Miguel con su flamígera espada y Satanás en persona, armado de escalofriante tridente. Para fortuna del Bien y salvaguarda de la Fe, el Arcángel vence a su maléfico adversario y libera a los pastores del peligro, para llevarlos al final feliz y por supuesto conmovedor de la adoración al Niño, al que custodian en la escena final la Virgen María y el señor San José, antes de que los Reyes Magos agandallen el escenario.

Sabemos que las pastorelas tiene su más remota referencia histórica en el siglo XVI, a través de las escenificaciones de los autos sacramentales traídas por los misioneros franciscanos como instrumentos de evangelización. En sus primeros tiempos se presentaban en lengua náhuatl, como una manera accesible de enseñar la doctrina cristiana a los indígenas. Y han sobrevivido a lo largo de más cuatrocientos años para llegar a nuestros días con su mensaje original, enriquecido por la picardía, el humor y la música de nuestro folclor.

Durante mucho tiempo, estas manifestaciones se constreñían a los atrios de los templos y a las celebraciones populares e improvisadas de las posadas durante los nueve días previos a la Nochebuena, de las que en realidad formaban parte. A partir de 1963, el ingenio del dramaturgo y productor Miguel Sabido les dio la categoría de un espectáculo profesional, con la instauración de la Pastorela de Tepotzotlán, que hasta la fecha se monta cada año en la hostería del ex convento jesuita de esa localidad mexiquense, una joya colonial hoy remozada.

Surgieron luego otras pastorelas, algunas de las cuales se malograron pronto. Otras, dos o tres, han superado el reto que implica una aventura de esa naturaleza y se han convertido en clásicos de este género, en el que la candidez es la cualidad sobresaliente.

Les comparto mi orgullo de tener un sobrino no solo entrañable sino admirable en más de un sentido, que se dedica con talento y amor a montar cada año, como productor y director, una de las más acreditadas pastorelas que se escenifican en la capital del país. La Tradicional Pastorela Mexicana de Rafael Pardo Ortiz, hijo de mi queridísima hermana Margarita, cumple este invierno 29 años de ponerse sin interrupción, ahora en el hermoso claustro románico del Instituto Cultural Helénico de avenida Revolución 1500, en San Ángel. (Vale la pena conocer de paso la capilla gótica del siglo XIV, que fue traída de España piedra por piedra en los años cincuenta del siglo pasado).

Con una vocación artística desde niño, Rafael se enamoró muy pequeño del espectáculo y la actuación, particularmente del circo; fue mago y payaso en fiestas infantiles, estudió actuación dramática, incursionó en la televisión y el teatro y, aunque a menudo ensaye en otras manifestaciones culturales, es en la pastorela donde ha encontrado el nicho de su mayor realización. Para estar hoy al frente de su espectáculo navideño, como cada diciembre, ha tenido que superar adversidades sin cuento, que sólo acrecientan el mérito de su trabajo a favor de una tradición escénica auténticamente nuestra que actualmente ocupa un lugar muy destacado y peculiar en el quehacer cultural de nuestra ciudad.

Cada año procuro asistir a la pastorela de mi sobrino, que además del apego a un libreto casi ritual ofrece siempre la innovación humorística mediante la incorporación, en los diálogos entre los pastores y los simpáticos demonios, de chascarrillos sobre la actualidad de nuestro México. No faltan las picardías y las alusiones a temas políticos, pero con mucho más ingenio que las de los insufribles candidatos. Se trata de una puesta muy profesional, colorida y alegre, con más de 25 actores y músicos en escena, que además incluye la merienda. (Y les paso el tip: estará hasta el próximo martes 26 de diciembre, con dos funciones: a las 18:00 y a las 20:15 horas).

Les confieso que me divierto como un chamaco y disfruto de veras –sobre todo cuando voy acompañado por mi nieta Lua– las vicisitudes que enfrentan los diferentes personajes, la actuación de actores y músicos profesionales, las leperadas de los demonios, las risotadas del público y la celebración final de una posada tradicional, con sus letanías y villancicos, en la que no faltan las piñatas, las velitas, los tamales, el frío y el ponche, todo con sabor navideño y mexicano. Y es que, como dijo el clásico, uno no deja nunca de ser un niño. Válgame.

@fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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