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Susan Crowley

24/07/2020 - 12:03 am

El derecho a morir por amor

La sublime música y el poder narrativo de las imágenes me contagiaron; me confieso una romántica absoluta y amante del arte. Todo eso se lo debo a mi madre.

La sublime música y el poder narrativo de las imágenes me contagiaron; me confieso una romántica absoluta y amante del arte. Todo eso se lo debo a mi madre. Foto: Especial.

El final de la ópera Tristan und Isolde de Richard Wagner es la apoteosis del amor en la muerte. La pasión desbordada en la que Eros envuelve a los amantes los conduce inexorablemente hacia Thanatos. La traición en la que incurren los condena; a Tristan al exilio a Isolde a morir en vida. Lejos de su amada, el guerrero medieval sufre los estertores de la muerte. Isolde apenas alcanza a llegar para presenciar el último suspiro de su amado que muere pronunciando su nombre. Isolde cobra la suficiente fuerza para interpretar uno de los pasajes más bellos de la música y de la historia del arte:

 En el fluctuante torrente,en la resonancia armoniosa,en el infinito hálitodel alma universal,en el gran Todo…perderse, sumergirse…sin conciencia… ¡supremo deleite!

Hace unos días viví el momento más fuerte de mi existencia. En medio de la angustia que atravesamos por la pandemia, mi madre enfermó gravemente. Todo fue tan vertiginoso que no podíamos saber si era COVID-19 u otra cosa. Simplemente, en cuestión de horas, se estaba muriendo. Aterrados con la idea de llevarla a un hospital, acudimos a su médico de cabecera. Sanador de cuerpos y almas, el doctor Víctor Valpuesta trasladó, literalmente, su clínica a la casa: oxígeno, un catéter con antibiótico y quién sabe qué tantas cosas para estabilizarla y frenar el shock de septicemia que se avecinaba. Las decisiones fueron fundamentales para salvar su vida, una de ellas era, si no respondía al tratamiento aplicado, transferirla a terapia intensiva. Había que esperar para estabilizarla, pero corríamos el riesgo de perderla si tardábamos demasiado. Gracias al doctor Valpuesta las cosas se fueron resolviendo positivamente. Después de un rato mi madre abrió los ojos y sonrió, aún había peligro, pero sus signos vitales mejoraban notablemente.

En esas horas aciagas en las que el corazón de todos nosotros se apretó hasta su límite, hubo una conversación obligada con el doctor. Si tenemos que llevarla al hospital, debemos asumir que, por la situación actual, es muy posible que tarden en recibirla. Si la aceptan habrá que hacer todo el protocolo del COVID-19. Una vez dentro será aislada por tiempo indeterminado. De inmediato vino a mi mente, ¿la volveré a ver?

Quienes me conocen saben la adoración que le tengo a mi madre, no solo como la mujer que me trajo al mundo sino, además, como la compañera de vida, la amiga, la guía y maestra que ha sido. La increíble relación que tenemos se debe sin duda a ella, a su ternura, aceptación e incondicionalidad. Soy privilegiada de disfrutar a un ser cuya capacidad de gozar con las pequeñas y grandes cosas es inagotable. Tal vez lo mejor que me ha dado es su pasión desbordada por el arte, especialmente por la música.

De muy pequeña veía Clásicos Infantiles cada domingo. Era una serie de dibujos animados con los cuentos tradicionales. Lo que más me gustaba era la música de los créditos. A los cinco años, no tenía ni idea de quién era el autor, pero me emocionaba tanto que se me saltaban las lágrimas. Mi madre advirtió mi emoción, era nada más y nada menos que el Liebestod, la muerte por amor de la ópera Tristan und Isolde. De inmediato sacó de su librero a Wagner. La carátula del LP mostraba la pintura de una pareja yaciente. Al fondo una mujer lloraba cubriendo su rostro. Un paisaje de colores intensos anunciaba tormenta. Tampoco supe si se trataba de un gran artista, pero era tan convincente que me atrapó. Esa ópera se convirtió en mi favorita hasta hoy.

La grabación era de 1955. Nada más y nada menos que del director alemán Wilhelm Furtwängler y la magnífica soprano Kirtsen Flagstad. Mi madre me contó la dramática historia del director durante la era nazi y me hizo adentrarme en la poderosa voz de Flagstag. Lo mismo hizo con la pintura. Me mostró otras versiones de la pareja legendaria: Rosseti, Leighton, Dalí, Waterhouse, Duncan. La sublime música y el poder narrativo de las imágenes me contagiaron; me confieso una romántica absoluta y amante del arte. Todo eso se lo debo a mi madre.

Cuando me dicen que hay que educar a los hijos para que sean cultos, pienso que mi madre hizo todo menos educarme. Me “deseducó” haciendo que mis instintos se desarrollaran y me guiaran. Su sabiduría activó algo en mi mente desde que era pequeña y lo sigue haciendo. Siento que, en parte, mi amor al arte es una forma de comunión con ella. Hoy esa mujer enfrentó un momento de definición. Está consciente de que tuvo mucha suerte y a un profesional a su lado con el conocimiento y la experiencia para dar los pasos indicados en una emergencia. Pero también está consciente de que, así como su vida es maravillosa gracias al al arte, a la música y a su vocación como maestra, también debe tener el poder de decidir la manera en que quiere morir.

Por primera vez escuché el término en boca del doctor: “voluntad adelantada”. Es el derecho que nos auto otorgamos para decidir cuáles son las condiciones y el trato que queremos cuando ya no podamos argumentar, si deseamos que nos internen en un hospital o deseamos recibir los cuidados necesarios hasta el límite posible en casa. Es una decisión que solo se puede tomar en primera persona y por adelantado. Es necesaria y nos pasará a todos. ¿Cuál es el sentido de esto? Ante una enfermedad brota lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. En momentos de pánico no tenemos idea de cómo debemos reaccionar ni si tomaremos las decisiones adecuadas. Durante la enfermedad de alguien amado somos capaces de darlo todo, de perderlo todo con tal de salvarlo. Los desacuerdos dividen a las familias, las convierten en enemigos violentos entre sí, la economía de todos se ve diezmada gravemente, el dolor provoca reclamos imperdonables.

Esto no quiere decir que si se requiere de una hospitalización adecuada se actúe con negligencia. Pero lo que debemos evitar es caer en decisiones precipitadas y en intereses de terceros que deciden por nosotros. Lo único que venía a mi mente durante este lapso era recordar las pláticas con mi madre y su insistencia en no morir en un hospital, lejos de los que ama, penetrada por aparatos, con frío, dolor y seres cubiertos de plástico entrando y saliendo de una burbuja que prolongaría quién sabe cuánto tiempo su agonía. Pero solo eran pláticas entre ella y yo. No sirven para defender su anhelo.

En cuanto mi madre se sienta mejor, acordamos ir juntas a un notario y hacer una carta con nuestros deseos y firmarla; eso es la voluntad adelantada. Yo creo que todos debemos tenerla, así como el deseo de que nuestros órganos sean donados. Nadie es inmortal, mi madre es mortal. Al día siguiente del caos, me dijo, ya sé que me voy a morir, pero todavía me falta un poco. Lo dice sonriente y llena de energía. Lamenta haber tenido que suspender su clase de música de todos los martes y jueves con sus amadas alumnas. Claro que le falta mucho para seguir completando esa maravillosa vida en la que da amor, arte y gozo a raudales.

Tristán e Isolda decidieron que su muerte le restituiría la dignidad al amor irracional que sentían, ese que nadie podía entender porque estaba fuera de los límites de lo social y de la comprensión humana. Tomaron a la muerte por su propia mano; su voluntad fue entregarse a ella para conseguir un bien más elevado; su amor era tanto que no podía ser contenido en un cuerpo. Ahí están, unidos en el infinito; sus voces nos cimbran en cada interpretación del Nacht der Liebe y del Liebestod. La muerte de cada uno de nosotros está escrita en algún sitio, no sabemos cuándo se presentará, pero sí podemos decidir cómo queremos recibirla.

Si deseas ver la escena final de la ópera en la que se canta el Liebestod, esta es la liga de YouTube.

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@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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