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Jorge Alberto Gudiño Hernández

25/06/2016 - 12:00 am

Abandonar una novela

Así que la dejo habitar un cuaderno y un archivo electrónico (suelo transcribir cada tanto). Me dejo inundar por cierto asomo de tristeza pero, también, respiro aliviado: al menos sigo siendo sincero conmigo mismo, con mis lectores en consecuencia.

Así que la dejo habitar un cuaderno y un archivo electrónico (suelo transcribir cada tanto). Me dejo inundar por cierto asomo de tristeza pero, también, respiro aliviado: al menos sigo siendo sincero conmigo mismo, con mis lectores en consecuencia. Foto: Shutterstock
Así que la dejo habitar un cuaderno y un archivo electrónico (suelo transcribir cada tanto). Me dejo inundar por cierto asomo de tristeza pero, también, respiro aliviado: al menos sigo siendo sincero conmigo mismo, con mis lectores en consecuencia. Foto: Shutterstock

No es la primera ocasión en que me sucede aunque eso no lo vuelve más sencillo: voy a dejar de escribir la novela en la que he estado trabajando.

Han sido meses en los que no he parado de darle vuelta a los asuntos novelescos. De hecho, quizá sea más tiempo. Comencé a escribir esta novela hace más de un año. La interrumpí porque se me atravesó otra que fluyó a una velocidad desconocida. Pensé que podría volver. Sin embargo, la novela abandonada fue más difícil que una novia celosa. Tanto, que me obligó a reescribirla desde el principio. Como entre mis manías se encuentra la de escribir a mano, el proceso fue lento.

Cada tanto, a lo largo de dicho proceso, me dije que algo estaba mal. Replanteé la estructura, cambié el orden de ciertos acontecimientos, hice crecer a un personaje que, originalmente, apenas era incidental. De poco sirvió.

Escribo novelas porque me gusta. Disfruto mucho cada una de sus etapas. Desde la concepción casi febril hasta el asunto artesanal de la escritura a mano que deviene en placer sensual. Me gusta, como pocas cosas, ir descubriendo los caminos de la trama, llegar a las encrucijadas, suspirar profundo y continuar. Este disfrute nunca está exento de dificultades. Escribir no es sencillo. Al menos no para mí. Así que estoy más del lado de quienes deben esforzarse un montón para que la sucesión de palabras llegue a alguna parte. Quizá sea esta dicotomía entre el placer y el esfuerzo la que me mantiene en el oficio. A fin de cuentas, la relación con una novela es similar a la relación con la persona amada: es necesario trabajar duro para que perdure.

Desde hace algunas semanas comencé a darme cuenta de que el trabajo era mayor al placer. Me costaba cada cuartilla. Al terminarla no sentía la satisfacción de lo venidero. Poco a poco me daba cuenta de que ese algo que no estaba bien iba creciendo. De pronto, se apoderó de mí una molestia: ya no quería escribir más.

No es la primera vez, lo he confesado. Ha habido otras novelas, en diferentes etapas, que he preferido guardar en un cajón a dejarlas salir al mundo. Un par de ellas, al menos, con la primera versión ya terminada. Otras son meros bosquejos que nunca alcanzaron siquiera salir de su infancia. Ésta, sin embargo, es la que me ha significado más tiempo. Demasiado. Un amigo me sugirió lo conducente: déjala descansar y retómala más tarde. Otro, me dijo que la acabara: todos los novelistas tienen novelas malas y publicar es ser partícipe de la compleja industria editorial.

No hay forma. Si bien me gusta publicar y saberme leído me pone de muy buen humor en medio de mis inseguridades, escribo por placer. Y esta novela ya no me lo estaba proporcionando.

Así que la dejo habitar un cuaderno y un archivo electrónico (suelo transcribir cada tanto). Me dejo inundar por cierto asomo de tristeza pero, también, respiro aliviado: al menos sigo siendo sincero conmigo mismo, con mis lectores en consecuencia.

Ya comenzaré ahora la ardua labor de iniciar de nuevo, con otra novela, una que me entusiasme. Como consuelo me queda que “Tus dos muertos”, esa novela que se me atravesó a la mitad de la otra, está a punto de habitar las librerías. Es, entonces, un velorio que empata con un nacimiento: descanse en paz y larga vida.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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