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Alejandro De la Garza

25/11/2023 - 12:03 am

Lost Acapulco

“Acapulco dejó hace mucho de ser un destino favorito de los extranjeros”.

“El Acapulco de entonces esplendía en sus múltiples, diversos y opuestos acapulcos, donde cada quien encontraba uno a la altura de sus ambiciones y su deseo”. Foto: Carlos Alberto Carbajal, Cuartoscuro.

El sino del escorpión llevó de niño al arácnido a conocer ese emblema turístico del Milagro Mexicano de los años cincuenta y sesenta, ese puerto que en homenaje a sí mismo se erigió el presidente Miguel Alemán en la costa del pacífico guerrerense con el nombre de Acapulco de Juárez, el  mismo que dejó de existir a principios de los años setenta. La magnífica bahía que atraía estrellas de Hollywood, miembros de la “realeza”, magnates extranjeros, artistas y políticos a la célebre Reseña de Cine de Acapulco, terminó su ilustre historia cuando el viejo puerto fue trastocado por la disputa de terrenos de las grandes inmobiliarias y la llegada de los corporativos hoteleros mundiales. Como telón de fondo de aquel sueño alemanista, insiste el venenoso, persistió siempre le desigualdad, la inconformidad política, la guerrilla. Desde los años noventa los verdaderos patrones del puerto son los capos del narcotráfico. ¿Qué fue de todos los acapulcos que hemos visto desarrollarse, crecer y destruirse?

En 1958, el presidente Adolfo Ruiz Cortínez autorizó la inauguración de la Reseña de Cine de Acapulco sólo por ser deseo de Miguel Alemán Velazco, hijo de su paisano veracruzano y verdadero dueño de Acapulco, el expresidente Miguel Alemán Valdés, quien, como nos recuerdan viejas páginas de sociales, aceptó sin rubor que la costera del puerto ostentara su nombre. Fue el esplendor de ese Acapulco internacional, proyecto turístico que recibió además un impulso inesperado cuando el tradicional destino internacional del turismo playero, la isla de Cuba, se encontró con la novedad de una Revolución que expropió hoteles y casinos dejando potentados y mafiosos sin lugares cercanos de “entretenimiento” tropical.

Escribe José Agustín en su novela clásica de la literatura de “la Onda”, Se está haciendo tarde (1973): “Caleta y Caletilla vieron momentos de gran prosperidad en los años cincuenta. Grandes hoteles, turismo internacional, los cabarés de moda se ubicaron ahí. Sin embargo, cuando empezó la década de los años setenta, las celebridades y el ruido se mudaron al sur de Acapulco (…) Nuevos hoteles, mejores cabarés y otra generación, aún más desinhibida, prefirió las olas agresivas de la playa Condesa”, quedaron en Caleta, Caletilla, “sólo vacacionistas de Semana Santa, ecos de gritos, botes anclados”.

El Acapulco de entonces esplendía en sus múltiples, diversos y opuestos acapulcos, donde cada quien encontraba uno a la altura de sus ambiciones y su deseo: el de la pacífica vacación familiar o el de la auténtica emigración tribal de Semana Santa con todo y perico; el del viaje relámpago con amante y reventón o el del ligue playero y la seducción lanchera de turistas ávidas de su latin lover; el Acapulco de política y grilla electoral o el de la inconformidad y desorganización partidista; el de los límpidos jóvenes adinerados del Hard Rock y el News o las soleadas playas pioneras de la comunidad gay y la liberación sexual.

El Acapulco de los años noventa, recuerda el escorpión, fue otra vez esperanza y promesa, cosmopolitismo y más modernidad, y se prefiguró en la zona que va de la bahía al aeropuerto y aún más allá, de puerto Marqués hacia el sur. Sus signos externos fueron los bulldozers, las moto conformadoras y retroexcavadoras, las legiones de camiones cargados de tierra y materiales, las brechas recién abiertas, la nueva carretera concesionada entonces a constructoras privadas —autopista que garantizaría el tiempo récord de tres horas y media de la capital al puerto y cuyos constructores, valga recordarlo, defraudaron al gobierno—; las cadenas turísticas internacionales construyendo más y más hoteles, los fraccionamientos y tiempos compartidos, la gran cantidad de condominios en venta y la consecuente especulación inmobiliaria; el movimiento incesante y tumultuario de trabajadores, peones, maestros de obra, albañiles, ingenieros y arquitectos; la inversión de capitales extranjeros, japoneses y estadounidenses y, en fin, todo aquel avasallante auge y movimiento económico cifrado en la invocación de nombres mágicos como Punta Diamante, Pichilingue, New Princess, palabras reveladoras de que la modernidad seguía viva y avanzando por los rumbos destellantes de la especulación y la expansión del mercado.

El extrañado escritor y periodista Sergio González Rodríguez narra en su libro crónica El hombre sin cabeza (2009): “El director de un periódico local me cuenta que Acapulco dejó de ser el sitio pleno de encanto que fue medio siglo atrás, cuando viajaban al puerto las estrellas de cine de Hollywood (…) Mientras circulamos por la avenida Costera me señala con su brazo los hoteles construidos al borde de la playa en los que se observa escasa actividad. ‘Hay un índice muy alto de desocupación hotelera’, explica, ‘la violencia terminó con Acapulco. El narcotráfico es ahora lo que da vida a la ciudad, pues sus inversiones están en todos lados, los narcos son los dueños’, apostilla, reflexivo”.

Acapulco dejó hace mucho de ser un destino favorito de los extranjeros. Antes están Cancún, Huatulco, Baja California Sur, incluso Bahía de Banderas y Mazatlán. Un lustro después del inicio del nuevo siglo, Acapulco ya fue sólo destino turístico nacional y lugar de residencia de cantantes famosos y actores en decadencia. La clase media mexicana se enorgullece de sus tiempos compartidos ahí, a orillas de la playa, pero ya muy lejos del centro de Acapulco o de sus zonas más transitadas. En tanto, desde las montañas que rodean al puerto, colonias como Ciudad Renacimiento y Emiliano Zapata cobijan con precariedad a los trabajadores que habitan y sustentan la ciudad costera. Ahí también se incuba la inconformidad y el enojo ante la desigualdad, tal como lo corroboraron los saqueos realizados tras el huracán Otis.

La combinación de pobreza, corrupción, abuso de poder y pulsiones narcóticas que está detrás de la degradación social que ha vivido Acapulco pueden ser un micro universo donde contemplar el futuro. ¿Qué queremos para Acapulco? O mejor, ¿qué quieren los acapulqueños para Acapulco? No los turistas, nos los eventuales vacacionistas capitalinos y nacionales en su tour anual. Pero tampoco los corporativos hoteleros y las grandes inmobiliarias, y menos los cárteles de la droga. Así el Acapulco que observa hoy el alacrán, aunque para aligerar la carga, lo nombre tal como el estupendo grupo de surf Lost Acapulco, a cuyos integrantes reconoce el arácnido mientras surfea por el Pacífico mexicano.

 

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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