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Melvin Cantarell Gamboa

27/09/2023 - 12:05 am

AMLO, ética y moral

Lo ético, como la moral, son cualidades exclusivamente personales; la ética está estrechamente ligada a la bondad de la inteligencia e impulsa a los seres humanos a la realización de actos morales; la moral surge de la ejercitación diaria.

El Presidente Andrés Manuel López Obrador en conferencia de prensa,
“¿Qué debemos exigir a los hombres y mujeres que se dedican a la política en México?”. Foto: Andrea Murcia Monsivais, Cuartoscuro

A Ruth 

Amlover hasta el tuétano.

“En la historia la realización de las ideas puras supone manos sucias y prácticas impuras… la política del rebelde instalado en la ética y la moralidad las sitúa en el terreno de la resistencia” Michel Onfray 

Política del rebelde

Desde que llegó al poder Andrés Manuel López Obrador el campo de acción de la política nacional se ha modificado. A él lo distinguen su integridad, un enorme sentido del bien público y su propensión en favor de los pobres; lo prueban la austeridad de su Gobierno inclinado al bienestar general, la posesión de una rígida moral y llevar una vida sencilla, frugal, sobria, además el respeto a la palabra dada y gusto por el trabajo. Estas cualidades le han valido la consideración y admiración del pueblo, pero, como ocurre con personajes como él, también ha atraído el resentimiento y el odio de sus enemigos debido a las pasiones que desata. Lo importante, para este caso, es que su irrupción en la política del país incorporó el tema de lo ético como criterio esencial a la hora de definir el tipo de dirigente que reclama la sociedad. En lo sucesivo, sin temor a equivocarme, el pueblo exigirá de los aspirantes al poder exhibir como antecedentes imprescindibles y obligatorios una conducta ética como modo de ser y comportarse.

La ética contiene en sí todas las opiniones sobre el comportamiento de los individuos, las cosas buenas y malas que hicieron a lo largo de su vida y, en el caso del hombre político, evidencia de que no oculta nada, al mismo tiempo que estas permitirán a la sociedad conocer la persona que es y calificarlo moralmente.  

En el marco de la actual coyuntura electoral, por ejemplo, quien aspire a gobernar habrá de tomar en cuenta que la política no es reductible al discurso retórico, en ella cuenta esencialmente un modo de comportamiento sustentado en hechos. Ahora bien, desde este punto de vista, el ethos del político, como hombre de acción, tiene poco que ver con saberes teóricos, procede de adiestramientos neuronales, producto y resultado de lo aprendido en el contacto directo con los demás, que comprende un proceso reflexivo sobre sí mismo y la preocupación por los otros con miras a la formación de un carácter, una manera de ser, de pensar, sentir y el grado de  sensibilización alcanzado en la formación de una subjetividad que, bien entendida, capacita para obrar sin imposturas. 

Es propio de quien forma su ethos, a partir de la práctica de una ética materialista, existencial e inmanente, inclinar sus actos a la demolición de todo aquello que impone a los seres humanos algún tipo de servidumbre basada en la jerarquía superior-inferior sustentada en la verticalidad; es enemigo también de hacer suyos valores trascendentes, supersticiones, supercherías, ilusiones, sueños irrealizables y otras estupideces; normalmente se inclina porque hombres y mujeres dejen de ser criaturas pasivas y aprendan a enfrentar sus problemas como potencia individual. 

Lo ético, como la moral, son cualidades exclusivamente personales; la ética está estrechamente ligada a la bondad de la inteligencia e impulsa a los seres humanos a la realización de actos morales; la moral surge de la ejercitación diaria, pues, como escribe Nietzsche, la ética como ciencia de vivir y la moralidad se conquistan a pequeñas dosis, no de una vez y para siempre, por lo que recomienda como medio para llegar a ser alguien noble y benevolente comenzar el día favoreciendo por lo menos a una persona.

La eticidad, por otro lado, tiene dos dimensiones, una social y otra moral que en los hechos hay que saber conjugar, quien lo logra habrá adquirido una identidad ética que lo capacita para distinguir el bien y el mal; condición, necesaria y suficiente, en un cerebro ético, para el comportamiento moral que, en el caso del político, lo prepara para actuar con idoneidad con un mínimo de error, así como comprender con mayor certeza cuál es el bien para el pueblo, la nación y en qué consiste la concordia entre la población.

Por otra parte, las relaciones interpersonales, dado que están encaminadas a la civilidad y al buen Gobierno, han de acompañarse de buena fe, respeto a la palabra dada y al mantenimiento de la congruencia entre el discurso que suscribe y la propia biografía, entre los propios principios y la vida, las ideas y los actos; se fracasa cuando no coinciden los alegatos con los hechos, pues entonces a las propuestas les faltará legitimidad por más esperanzadoras que puedan parecer. Hoy no es fácil engañar, ya nadie da crédito a un mundo de ficciones; la realidad no tarda en desmentir las ilusiones más firmemente construidas o inventadas al margen de lo real; quien lo intente no tardará en pasar por embustero, calificativo que  tiene, en el sujeto moral, efectos catastróficos, pues el juicio severo del púbico lo exhibirá como estúpido, insensato, irresponsable, estulto e irreflexivo, calificativos que una persona con dignidad no soportaría, a no ser que se arrope en el cinismo; además, la ética no se limita a hacer juicios de valor, pues estos sólo tienen sentido en los síntomas pero no en la cura.

Un cerebro ético hace posible un ethos magnífico cuando no se agota en la apariencia de rectitud en lo que respecta a la propia vida, al pensamiento y a la planificación incumplida del comportamiento, sino que se corresponde por entero con el modo de ser del individuo y a la calidad de su persona; las cualidades de tipo moral se alcanzan durante la vida y sirven para comprender tanto los problemas de la cotidianeidad como otros tan complejos como la justicia, la pobreza y la desigualdad que tanto afectan hoy la dignidad de los seres humanos. Por esta razón me atrevo a afirmar que no hay nada más progresista, en el afán de universalizar el bienestar, que mantener una conducta ética, íntegra, proba y honesta, pues la ética nos dota de una segunda naturaleza que permite superar lo humano demasiado humano que somos, al mismo tiempo que desnuda nuestra propia barbarie mental: voluntad de poder, ambición, avidez, egoísmo, odio, envidia, venganza, desprecio, crueldad, celos y otras pasiones.

Concluida esta reflexión, me di a la tarea de encontrar personajes históricos con los que López Obrador pudiera tener alguna semejanza, encontré tres: Benito Juárez, Catón el viejo y Epaminondas. Juárez llega a la Presidencia de la República cuando la clase política dominante, representada por los conservadores, por ceguera tenían al país al borde de una guerra civil, desde el punto de vista de esos profetas del infortunio, la Patria estaba condenada al juicio final después de la invasión norteamericana (hoy representada por el neoliberalismo), la invasión de Santa Anna (equivalente a los treinta últimos años de los gobiernos del PRIAN), los abusos de poder del clero y la entrega del país a extranjeros (Imperio de Maximiliano) llevaron a México prácticamente a su destrucción; en ese momento Juárez surge como un reformador, suscita resistencia por doquier, se apoya en el pueblo y pronto hace comprender a los mexicanos que sólo unidos, Gobierno y población, podrían salvar al país del naufragio (Justo Sierra. Obras completas, tomo XIII. Juárez su obra y su tiempo). Catón el viejo, apodado el Censor, descendiente de una familia plebeya, poseedor de una gran energía moral, que llevó a los corruptos ante la justicia, censuró la riqueza obtenida en los puestos públicos, fiel a su patria y encarnación entera de la virtud moral por su integridad y honestidad, obtuvo todos los grados y honores y por ello despertó pasiones, fue odiado por sus enemigos (como AMLO); el tercero es Epaminondas, destacó por su valentía y resolución para alcanzar sus objetivos, se distinguió por su falta de ambición al dinero y el lujo; como militar y general dio muestras de gran inteligencia estratégica y en los asuntos públicos fue incorruptible al grado de obstinarse a vivir pobremente; su participación en política lo llevó al  Gobierno de Tebas, su Patria, y la condujo a la prosperidad hasta convertirla en la mayor potencia de Grecia (que hasta entonces estaba dominada por Esparta); desafortunadamente a su muerte Tebas declinó y murió como él. 

Este paralelismo entre la conducta de nuestro Presidente y los tres grandes hombres mencionados me conduce a la siguiente pregunta: ¿Qué debemos exigir a los hombres y mujeres que se dedican a la política en México? Considero que, primero, que sitúen su vida en el ámbito de la rectitud, la honestidad inquebrantable y el decir veraz como virtudes cardinales; segundo, que cuando se dirijan a sus conciudadanos otorguen prioridad a la verdad; tercero, que conjuguen su ethos, en unidad dialéctica, con moral y sociabilidad; cuarto, que asuman siempre el riesgo de ser ellos mismos y se rijan en el sentido del bien público, del bienestar general, del respeto a la palabra dada y se distancie de las clases dominantes para optar por la reivindicación de los débiles sin ceder jamás a la presión de los poderosos; sólo de esta manera todos ellos estarán en condiciones de abordar los grandes problemas nacionales, sin que nada social le sea ajeno, así podrán hablar en nombre del pueblo que los protegerá por su voluntad de verdad y nada de lo que digan o hagan los identificará con la voluntad de poder que impulsa al político mediocre, falso y mentiroso.

Melvin Cantarell Gamboa
Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

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