Pedro Mellado Rodríguez
27/09/2024 - 12:04 am
Cárdenas no pudo blindar su proyecto; López Obrador sí
“López Obrador habla de la Cuarta Transformación y de la revolución de las conciencias. Con mucho pueblo detrás, confronta y desafía a las minorías privilegiadas que siempre se habían sentido dueñas del país”.
Pasaron 84 años, entre 1934 y 2018, para que después del venturoso gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río llegara, nuevamente, al máximo poder de la República, un gobierno identificado con la izquierda y comprometido con la mayoría del pueblo desvalido, marginado, vilipendiado y burlado por gobiernos que se presumían herederos de una revolución que muy pronto traicionaron y que durante 36 años, aliados con el gran capital nacional y extranjero, le impusieron al país y al pueblo de México un modelo de gobierno que privilegió el saqueo y el robo de los bienes y el dinero público.
En su momento, el general Cárdenas trató de blindar su proyecto de orientación socialista, comprometido con los obreros, los campesinos y los marginados, pero las condiciones sociales y políticas del país no le fueron favorables, a riesgo de enfrentar hasta una posible guerra civil. Entre la sucesión de 1940 y la del 2024 pasaron 84 años, pero Andrés Manuel López Obrador, con un enorme respaldo popular y un Ejército comprometido en la realización de tareas civiles que lo han alejado de las tentaciones del poder, sí pudo consolidar las bases para edificar la segunda etapa de la Cuarta Transformación, con la llegada al poder de la República de Claudia Sheinbaum Pardo, que se formó desde su juventud en las filas de la izquierda. El presidente Cárdenas no pudo blindar su proyecto de futuro, López Obrador sí lo logró.
El historiador Enrique Semo relata en el libro “La Sucesión Presidencial en 1988”, publicado por Editorial Grijalbo en 1987, que “la nacionalización del petróleo el 18 de marzo de 1938 y doce días más tarde la transformación del PNR (Partido Nacional Revolucionario) en PRM (Partido de la Revolución Mexicana), un partido que reconocía la lucha de clases y fijaba como uno de sus objetivos la instauración de la democracia obrera y el socialismo, fueron el momento culminante de la obra cardenista”.
Explica el historiador Enrique Semo que a finales de 1939 se inició el proceso de la sucesión presidencial y todas las fuerzas del país se movilizaron, ya sea para frenar las reformas impulsadas por el general Cárdenas o para continuarlas. El país se dividió rápidamente en dos campos antagónicos.
La derecha tomó posiciones para la lucha. En diciembre de 1939 surgió el Partido Revolucionario Mexicano Anticomunista (PRAC) dirigido por Manuel Pérez Treviño, expresidente del PNR (Partido Nacional Revolucionario). Lo acompañaban el Partido Antireeleccionista, Vanguardia Nacionalista Mexicana, Frente Constitucional Democrático, Partido Nacional de Salvación Pública y la Unión Nacional Sinarquista que agrupaba a unos 300 mil miembros, la mayoría de ellos campesinos.
Del gabinete del general Lázaro Cárdenas surgieron tres precandidatos, los tres generales de división: Manuel Ávila Camacho, quien era secretario de la Defensa Nacional; Francisco José Mújica Velázquez, quien inició el sexenio en la secretaría de Economía y lo terminó en la de Comunicaciones y Obras públicas; así como Rafael Sánchez Tapia, quien concluyó el sexenio como secretario de Economía.
El historiador Enrique Semo aclara cómo se definió la sucesión presidencial: “Ávila Camacho era el candidato más moderado, Mújica el más idóneo para continuar la obra de Cárdenas, y Tapia el más anodino. Al otorgar su apoyo al primero (a Avila Camacho), Cárdenas fue consecuente con la política esbozada frente a la ofensiva de la reacción. Para evitar la intervención extranjera y quizá la guerra civil, congeló las reformas estructurales y frenó a obreros y campesinos. Fue en esos dos años cuando la posibilidad de una vía popular a la modernización, basada en el auge de las cooperativas y la pequeña empresa, quedó definitivamente clausurada”. (Semo, 1987, Página 54).
El historiador hace una conclusión demoledora sobre ese periodo histórico: “En 1940 la derecha perdió las elecciones, pero ganó una gran batalla. Desde 1938 puso un alto a las reformas cardenistas y logró que el nuevo Presidente fuera un hombre favorable a sus intereses. Infligió una derrota duradera a la izquierda que no pudo presentar batalla, y consolidó su presencia dentro y fuera de la familia revolucionaria”. (Semo, 1987, Página 56 y 57).
López Obrador termina su sexenio con una aprobación del 77 por ciento y el 68 por ciento de los mexicanos lo considera el mejor presidente de la República de las últimas tres décadas, muy por encima de los priistas Ernesto Zedillo Ponce de León y Enrique Peña Nieto, y lejos, muy lejos de los expresidentes panistas Vicente Fox Quesada y Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. Esta medición según la encuesta nacional de la Consultora Enkoll, publicada el pasado martes 24 de septiembre del 2024. La sucesora de López Obrador, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, tomará posesión de su cargo el martes primero de octubre del 2024, respaldada por la más alta votación en número absolutos y porcentuales de los últimos 36 años, desde los comicios presidenciales de 1988.
Sheinbaum Pardo continuará el proyecto de la Cuarta Transformación, pues tendrá en su favor un enorme respaldo popular y las mayorías calificadas en las cámaras de diputados y senadores, lo que le permitirá aprobar las reformas constitucionales que afiancen las bases jurídicas para un profundo cambio de régimen, orientado en el servicio a la mayoría del pueblo.
En el mismo libro, “La Sucesión Presidencial en 1988”, publicado por Editorial Grijalbo en 1987, el mítico profesor que luchó junto a los estudiantes contra el régimen autoritario en el conflicto estudiantil de 1968 y que posteriormente fundó el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), el ingeniero Heberto Castillo Martínez escribió el ensayo denominado “Por la toma del poder”.
Decía el maestro Heberto: “México permanece sujeto a la expoliación del imperialismo con el que se hallan coludidos los gobernantes del país. El gobierno mexicano está desnacionalizado. De aquí la urgencia de nacionalizarlo, al igual que hizo Cárdenas con el petróleo en 1938. Para mí esa es la alternativa, hay que nacionalizar al gobierno. Esto implica que hay que tomar el poder. Esa es la única opción de la izquierda: o se decide a tomar el poder, o sigue vegetando como fracción parlamentaria o en grupos encuevados en una clandestinidad innecesaria” (Castillo Martínez, Ibid, Página 282).
Argumentaba el fundador del PMT: “El problema básico de México no es el electoral […] sino movilizar al pueblo para que éste luche y defienda un programa, una política que represente sus intereses. Ese es el papel que debe jugar la izquierda. Una izquierda raquítica no sería, desde luego, capaz de ello. Se requiere de una izquierda organizada en un gran partido político, donde no haya examen de admisión. Es absurdo que se exija ese requisito. La única forma de construir un gran partido de masas es abrirle las puertas a los ciudadanos y a sus líderes, para que participen en todos los niveles de actividad y dirección”.
Ponía Heberto un ejemplo: “Que en Apatzingán, por nombrar un lugar, el dirigente natural sea dirigente del partido. Porque tenemos ahí compañeros de la izquierda que tal vez desde 1920 son marxistas devotos y a quienes no sigue la gente; pero están convencidos de que son, a pesar de todo, muy revolucionarios. No estoy descubriendo el hilo negro, pero un revolucionario carente de bases puede ser revolucionario de la música, de la pintura, en el arte, en la filosofía; ahí no se requiere que tenga pueblo atrás. Pero en la política, un revolucionario sin pueblo no es un revolucionario” (Castillo Martínez, Ibid, Páginas 286 y 287).
López Obrador habla de la Cuarta Transformación y de la revolución de las conciencias. Con mucho pueblo detrás, confronta y desafía a las minorías privilegiadas que siempre se habían sentido dueñas del país y que ahora estás defenestradas, arrinconadas y rumiando su derrota.
La oposición exige a Sheinbaum Pardo que se deslinde de López Obrador. Expresan su profunda misoginia al considerar a la futura mandataria un títere en manos de López Obrador. No habría razón para deslinde alguno, puesto que la nueva mandataria comparte el proyecto del presidente saliente y está convencida de que debe continuarlo y profundizarlo en beneficio de las mayorías.
A partir del primero de octubre, una vez que le sea colocada la banda presidencial en el pecho, la nueva mandataria empezará a ejercer el poder y sorprenderá a muchos, pues tiene carácter, formación académica, convicciones y experiencia política. Sí, el legado de López Obrador seguirá vigente y su proyecto de transformación no se detendrá, a diferencia de lo que sucedió con el revolucionario proyecto del general Lázaro Cárdenas del Río, a quién, en el momento de la sucesión presidencial, las circunstancias le fueron adversas.
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