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Tomás Calvillo Unna

28/02/2024 - 12:04 am

El imán del destino

“Las montañas son un buen signo su prestigio está a la vista de todos”.

“Presencias”. Pintura: Tomás Calvillo Unna.

Rendija: El espectáculo del poder, su erosión de humanidad. La perversidad del léxico que envenena el manantial de la Nación. La orfandad de la cultura, ante la inmensidad que se revela en las raíces de la tierra y en las entrañas de los cielos.

 

I

Contemplar

desde la ventana

de cada amanecer

el árbol del corazón.

Escuchar sus latidos,

saber de sus raíces de luz,

el poder de su libertad al viento;

reconocer las hojas sueltas

y su lugar en la tierra.

Dejar que el ego

arroje sus serpentinas,

pisarlas y caminar.

Las trampas

pueden estar por doquier,

entre quienes leen la suerte

y los científicos que dudan

hasta de sÍ mismos,

para saber del fondo

de la trama.

II

El circo ha desaparecido,

somos sus equilibristas,

acróbatas del salto mortal,

funambulistas

de la cuerda de los años,

maquillando la perenne muerte;

domadores de los instintos;

magos que ocultan la verdad

con el ramillete de ilusiones;

crueles payasos

del llanto de la risa.

III

El asombro perpetrado

del acordeón,

que recuerda

la destreza de la artimaña

del primer examen,

su arcoíris en las semillas del color

sobre la arrugada servilleta

de las prisas.

Las gotas de lluvia

del día a día;

de rutinas y sudores

de metal y sal,

dejan poco tiempo y espacio

para asentar la experiencia

con sus múltiples contingencias.

Cómo arraigar el tema mismo

a sabiendas que es inagotable

e innombrable;

cómo trabajar en ello

conociendo

que las minucias

son sustancia pura:

la inevitable necesidad

de cada hora contada

con relojes

cuyas alarmas insisten

en mantener el orden mínimo

de la sobrevivencia,

sin casi respiro

y a las carreras;

con las correas

en nuestros cuellos;

obligaciones y hábitos

que nos vuelven predecibles

en medio de un mundo

cada vez más incierto,

cuya rotación extravía

la búsqueda

del sentido de las cosas,

que nos permite estar aquí.

IV

Cada vez somos más extraños

en medio de una mudanza

con rumbo desconocido,

que se lleva casi todo:

los utensilios de lo cotidiano,

las herramientas de trabajo,

el mismo paisaje,

nuestras habitaciones

del día y la noche.

Buscamos en los recuerdos,

algunas huellas para no olvidar

los nombres propios.

Cómo nos llamamos,

anónimos circulamos con destellos:

remembranzas horadadas

por la exhibición continua,

la pérdida de la memoria,

el extravío de los vocablos.

V

El desgarramiento es colectivo,

vivimos de abreviaturas;

los excesos ya se naturalizaron,

desde el pan de caja

hasta la imaginaria ciudad flotante

que circunda los puertos,

sus tormentas de imágenes,

sin pudor alguno,

arrojadas al mar

de la mezcolanza:

qué más da

donde la vileza es virtud.

Divagar con las manos llenas

de inútiles certezas,

arropando

deseos que se acumulan,

en las vitrinas de la infancia

desaparecida.

Las edades enroscadas

en el mercado de los afectos:

parapetos apolillados

para el mejor postor.

VI

Las partidas depredadoras de turistas;

el desperdicio de sus posibilidades,

la ignorancia revestida de prosperidad,

atajada por la venganza

sin piedad alguna,

convertida

en el espectáculo del día.

La psique criminal

disfrazada de civilización.

El vértigo como adicción;

la fantasía del éxito,

su endiosamiento y doctrina.

Las tinieblas de la desidia

e indiferencia:

esta sensación

del espectáculo de la grandeza,

que aparece por doquier

como una gigantesca burbuja,

cuya fragilidad

se presiente próxima.

VII

Las montañas son un buen signo

su prestigio está a la vista de todos;

parecieran inmóviles

y son un tesoro vivo

en continuo movimiento.

En otras palabras,

nos cambiamos de órbita

y sin darnos cuenta;

nuestro sistema solar,

ya es otro.

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