La historia de cuatro obras millonarias en Coahuila que no sirvieron a los campesinos

28/12/2015 - 9:06 pm

La Comisión Nacional de Zonas Áridas en Coahuila gastó millones en pilas que nunca se van a llenar de agua, construyó macrotúneles de siembra que nunca verán cosecha porque los instalaron sin sistema de riego y colocaron viveros con mallasombra en lugares sin agua. Toda esta infraestructura está oxidándose en el campo de Coahuila. Aquí la historia.

Foto: Vanguardia.
La Comisión Nacional de las Zonas Áridas (Conaza) mandó construir millonarias obras hace dos años. Foto: Vanguardia.

Por Jesús Peña

Ciudad de México, 28 de diciembre (SinEmbargo/Vanguardia).– En el monte del ejido Palma Gorda, Municipio de Saltillo, Coahuila, no florecen más que las piedras, los espinos y las hierbas silvestres.

Nada hay en la inmensidad del páramo sino eso: monte, piedras, espinos, hierbas.

Si las obras que mandó construir ahí la Comisión Nacional de las Zonas Áridas (Conaza) hace dos años hubieran funcionado, otra cosa sería.

Son dos grandes pilas para el almacenamiento de agua, un vivero y un abrevadero para el ganado que están abandonados y convertidos en basura en medio del desierto, sin que nadie haga ni diga nada.

Cientos de miles de pesos del erario público desperdiciados, tirados a la basura, como si fueran eso: basura.

En la página de internet de la Conaza dice que al menos en los últimos tres años, lo que va de la administración del Presidente Enrique Peña Nieto, esta dependencia ejerció un presupuesto de 11 mil 674.06 millones de pesos en obras como las del ejido Palma Gorda, que hoy no son más que escoria entre el paisaje de lomas y plantas desérticas.

Pero Palma Gorda, no es la única localidad en la que las obras del Programa de Desarrollo de Zonas Áridas, (Prodeza), uno de los proyectos claves de la Conaza, están tiradas.

En ejidos como Cuautla, La Majada y Rincón Colorado, ubicados a no más de 50 kilómetros de la capital, sede nacional de la Conaza, también hay varios millones de pesos del erario público echándose a perder a la intemperie en el desierto, sin producir nada en beneficio de las familias campesinas.

“Si eso pasa en la sala de la casa imagínate en el patio trasero, o a mil kilómetros de distancia qué no pasará”, cuestiona Roberto Martínez Daniel, el delegado en Coahuila de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (Cnpa), mientras caminamos el lomerío tapizado de cardos del ejido Palma Gorda.

Por eso, dice Martínez Daniel, fue que durante la visita del Secretario de agricultura José Eduardo Calzada Rovirosa, el pasado 18 de noviembre a las instalaciones de la Conaza en Saltillo, los campesinos afiliados a la Cnpa mostraron una manta en la que exigían al nuevo funcionario, designado por el gobierno a finales de agosto, que limpiara la casa.

PALMA GORDA: MONTARON UN CIRCO 

Avanzamos bajo un cielo acolchado de nubes y en contra del viento frío que pega como cachetada en la sierra del ejido Palma Gorda, situado a unos 22 kilómetros de Saltillo.

Roberto está diciendo que aquí es una cuenca hidrológica en la que bien podrían construirse obras de captación de agua y riego para diversos cultivos.

Pero parece que en las entrañas de estas lomas tortuosas y profundas del desierto, sólo hubiera lugar para las zarzas y acaso la cizaña.

Nos internamos en el monte. Roberto señala a lo lejos una mancha negra en medio de la nada.

Es un vivero, hecho con estructura de tubos galvanizados y mallasombra, que hace dos años vino a poner la Conaza en Palma Gorda con la colaboración de una agencia de desarrollo rural, de las llamadas adr, y una empresa proveedora de materiales, pero el proyecto no funcionó y ahora el vivero está en el suelo.

Para llegar hasta allá debemos subir y bajar por la cañada, entre pinchos que atraviesan la ropa y penetran dolorosamente la piel.

Durante el trayecto pasamos frente una planicie o terraza en el monte, cubierta por una espesa alfombra de zacate y vestigios de maíz.

Roberto dice que si se aprovechara el agua que baja desaforada desde la sierra, podría establecerse aquí algún cultivo de invierno: avena, cebada o sorgo forrajero.

Pero no hay vida.

Por fin arribamos a un claro en el monte donde sobresalen dos pilas de concreto para el almacenamiento de agua; un bebedero para el ganado y, en la parte baja del terreno, el vivero que serviría para el establecimiento de alguna planta comercial del desierto.

Son las obras que en 2013 hizo construir la Conaza para los ejidatarios de esta comunidad y que ahora lucen en ruinas.

Las pilas están vacías y ya presentan rajaduras en el fondo, pero además no cuentan con ninguna línea de conducción que lleve el agua hacia el vivero u otras tierras de cultivo del ejido.

Más allá se ve el abrevadero de concreto, que tampoco tiene agua para que las reses y cabras vengan quitarse la sed.

Roberto dice que fue hasta este lugar que los técnicos de la agencia responsable de elaborar y ejecutar la obra, subieron unas pipas para llenar las pilas y tomarse la foto del recuerdo, en un acto de simulación pura y sólo para que el proyecto pasara la supervisión.

“Se montó un circo en este ejido”, dice.

La explicación, aclara, es que estos trabajos se hicieron mal desde el principio, porque las dos norias que abastecerían las pilas están situadas a un nivel más bajo en la sierra y no se instaló ninguna bomba ni líneas de conducción para subir el agua hacia los reservorios.

Bajamos entonces para buscar las norias y cuando nos encontramos frente a uno de aquellos ojos de agua cristalina, me doy cuenta que no hay que ser ingeniero agrónomo para entender lo que Roberto me está diciendo.

“Las pilas están arriba, la noria está abajo, ¿sabes cuándo las vas a llenar?, el día de la chingada”.

Roberto dice que de haberse aprovechado esas aguas serían más que suficientes para establecer, por lo menos, unas 15 ó 20 hectáreas de algún cultivo forrajero, que garantizarían la alimentación del ganado en tiempos de seca, pero “¿dónde está esa tecnología?”, se pregunta.

Al rato estamos delante del vivero, hecho con estructuras de tubos galvanizados y mallasombra negra, que se halla prácticamente tirado, colgado, roto.

Roberto dice que de haber funcionado esta obra hubiera servido para el desarrollo de alguna planta del desierto, como nopal verdura, pepino o hierbas medicinales, en condiciones controladas y protegido de la radiación solar, el granizo, las plagas, la flora nociva y los animales como roedores, coyotes, zorrillos.

Pero al entrar en el vivero nos topamos con una selva de malezas, y es todo.

La mallasombra, que debería alimentarse con el agua de las pilas, las pilas que ahora están vacías, no fue provisto de sistema de riesgo.

“¿Dónde está la tubería?, no hay nada”.

Roberto explica además que el vivero se derrumbó porque la empresa proveedora, contratada por la agencia de desarrollo rural con el visto bueno de Conaza, no colocó refuerzos de cable acerado entre poste y poste, que dieran soporte a la mallasombra y ésta se mantuviera flotando.

A parte la malla se agujeró con el filo de los tubos galvanizados que la sostenían, porque, otra vez, la empresa proveedora no puso capuchones lisos en los tubos para evitar que el filo cortara la malla.

“No hay capuchón, la malla se agujeró; no hay cables acerados, se cayó, todo está en el suelo”.

A pesar de todas estas irregularidades ni supervisores ni el Órgano Interno de Control de Conaza ni la Auditoría Superior de la Federación, emitieron observación alguna sobre estas obras en el ejido Palma Gorda,

“Aquí estamos, viendo los hechos. En el escritorio podemos sacar todos un 10, pero vámonos al campo donde realmente necesitamos que las cosas funcionen y aquí no están bien. Son muchos recursos, ¿dónde está el área de supervisión, los órganos internos de control, la Auditoría Superior de la Federación? Son millones y millones de pesos que se tiran a la basura.

“Yo les digo ‘aquí en el escritorio puedo manipular mil cosas. Vámonos a los hechos, allá en el campo. Vamos a ver cuántos kilos de tomate comercializaron, eso es lo importante y dejar de dar cifras holgadas”.

Al respecto las Reglas de Operación de los programas de Conaza establecen que:

La Unidad Responsable o quien ésta determine, realizará la supervisión de la aplicación de los estímulos o subsidios otorgados a los beneficiario, debiendo estos comprobar y permitir la verificación relativa a conceptos como: los avances del proyecto, la aplicación de la totalidad de los recursos, la operación de la unidad de producción, los empleos directos que genera y la productividad de la Unidad de Producción, entre otros.

En cambio los campesinos de Palma Gorda, de La Majada, de Cuautla y Rincón Colorado, siguen pobres y ahora… defraudados.

“Esta obra es del 2013, dos años han pasado, ¿qué se produjo?, nada. no hay nada, nunca se estableció un cultivo aquí”.

Roberto no entiende cómo es que ocurren estas cosas, cuando se supone que las agencias de desarrollo rural, contratadas por Conaza para elaborar y ejecutar los proyectos, son rigurosamente seleccionadas con apoyo de instituciones como la Universidad Autónoma Agraria “Antonio Narro”.

“Se supone que la agencia de desarrollo hizo un estudio antes de ejecutar las obras y en ese estudio se ve cuánta población económicamente activa tenemos, cuántos años tiene, si se pueden dedicar a esto y ese proyecto se presenta a la Conaza y la Conaza dictamina, pero la agencia dice ‘los productores ya firmaron el acta de entrega – recepción, yo ya no tengo nada que ver ahí’”, detalla Roberto.

De acuerdo con la página de internet de la Conaza, un total de 280 agencias de desarrollo rural, de todo el país, acreditaron el proceso de selección 2015.

Otra mañana le pregunté a Heriberto Martínez Lara, profesor investigador del departamento de Economía Agrícola de la UAAAN,  instancia que coadyuva en la evaluación de las llamadas adrs, sobre la calidad y eficiencia de estos despachos, y así contestó:

“Pues es como en todo,  hay buenas, hay malas, como hay reporteros buenos, malos y otros que dan pena”.

Roberto cuenta que hace algunos meses ejidatarios de Palma Gorda se arrimaron a la Coordinadora Nacional Plan de Ayala en Coahuila, para preguntar qué podían hacer con este basurero de proyecto.

Roberto acudió entonces a la delegación de Conaza y la única respuesta que le dieron fue que los campesinos ya habían aceptado las obras y no se valía apoyarlos dos veces.

“Les dije, ‘pero aquí no se hizo nada’”.

Horas más tarde llegamos a la cabecera del pueblo de Palma Gorda, un racimo de chozas de barro y calles sin asfaltar, que a esta hora de la mañana se ve vacío.

Roberto dice que es porque la mayoría de los campesinos tienen que buscarse la vida en otros ranchos, pequeñas propiedades o  granjas, alejados de su comunidad ante la falta de fuentes de trabajo.

Y casi todos los pobladores de Palma Gorda,  La Majada, Cuautla y Rincón Colorado, son de la tercera edad y viven en condiciones precarias.

Roberto dice también que si los proyectos de Conaza sirvieran realmente, los ejidatarios tendrían para ganar varios jornales sin salir de su casa, que es el ejido, pero no es así.

Conversamos afuera de la casa del comisariado de Palma Gorda, con el comisariado de Palma Gorda, un hombre, corrioso y de tez tostada por el sol, a quien Roberto llama Lalo.

Pero Lalo no quiere hablar del proyecto fallido de Palma Gorda, dice que el ejido es autónomo e independiente, y que lo del ejido es del ejido.

“Lo del ejido lo vamos a manejar nosotros, haya daños o no haya daños, haya beneficios o no haya beneficios, lo vamos a trabajar nosotros… Todo eso lo vamos a manejar nada más dentro del ejido, ya nos lo están pidiendo así, entonces no va a entrar nadie”, dice y me hace una seña con la mano para que apague mi grabadora.

Hace unas tres semanas que estoy solicitando una entrevista con el delegado nacional de Conaza, Abraham Cepeda Izaguirre, para que me explique lo sucedido con las obras de Palma Gorda, y otros ejidos del sureste de Coahuila, pero no se ha reportado.

Diego Fuentes, su secretario, argumentó razones de agenda.

LA MAJADA: HICIERON UNA MEXICANADA 

Hace un mediodía nublado y fresco en el ejido La Majada, municipio de Saltillo, localizado relativamente cerca de la ciudad, a unos 36 kilómetros, por la carretera a Torreón.

Esta vez Roberto Martínez Daniel, el representante en Coahuila de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (Cnpa), nos ha traído para mostrarnos las obras que hace unos cuatro meses terminó de  levantar aquí la Comisión Nacional de las Zonas las Áridas.

Se trata de una pila de almacenamiento, un vivero, con estructura de tubos galvanizados y mallasombra, y un macrotúnel de polietileno, que, al igual que en Palma Gorda, están abandonados y convertidos en basura que sólo afea el pasaje desértico de La Majada.

Estas obras se construyeron con el propósito de derivar las aguas del manantial conocido como El Chiflón hacia la pila de almacenamiento y luego, a través de un sistema de riego por goteo, hasta la mallasombra y el macrotúnel, donde se establecería un cultivo de nopal verdura.

Pero parece que, como en Palma  Gorda, el proyecto abortó.

Iniciamos el recorrido por las tierras de uso común de La Majada, justo donde se desarrolló este proyecto que, según el presupuesto de obra, en poder de Semanario, tuvo un costo de dos millones 477 mil 989.56 pesos.

Dos millones 477 mil 989.56 pesos, dice Roberto, tirados a la basura

Entramos en una nave de plástico blanco. Es el macrotúnel, cuya ventaja más importante, dice Valentín Robledo Torres, profesor investigador del departamento de Horticultura de la UAAAN, es que adelanta el ciclo de producción de un determinado cultivo, en este caso el nopal verdura.

“Podemos tener producciones desde el mes de marzo, adelantándonos poco más de un mes, mes y medio, aproximadamente, con respecto a un sistema de producción a cielo abierto”, dice Robledo Torres.

Pero dentro de la nave no se ve a ningún campesino trabajando, no hay plantas ni sistema de riego.

Y el suelo, que no muestra ninguna preparación para el cultivo de algo,  se encuentra tapizado por una  ligera alfombra de yerbajos silvestres.

Además, Roberto hace notar que los arcos de tubos galvnizados del macrotúnel están quebrados, por ser de mala calidad.

“Hicieron una mexicanada”, dice, señalando unos remiendos hechos a la estructura con alambre oxidado y advierte que si la Conaza quisiera reparar esta nave, tendría que ponerla nueva.

Un atardecer visito en su bodega del viejo Edificio Charles, en la colonia Bellavista, a José López Martínez, el propietario de la empresa proveedora que instaló las mallassombras y los macrotúneles en los ejidos La Majada y Cuautla.

Cuenta que todo está bajo normas de calidad, que hasta ahora no ha habido problemas, salvo detalles simples con las cortinas de las estructuras.

Más allá miramos los restos de lo que era una mallasombra, donde tampoco hubo plantas, agua ni hombres laborando.

No hay nada, sólo zacates, flores silvestres y algunos trozos de manguera, de lo que hubiera sido el sistema de riego, dispersos por el suelo.

“El nombre de proyecto decía ‘Fortalecimiento de la infraestructura hidráulica y producción de nopal verdura y mezquite”, ¿dónde está el  mezquite y dónde está el nopal?”, está diciendo Roberto.

Adelante está la pila, que a diferencia de las de Palma Gorda está llena, pero de un agua rancia y verdosa que nadie usa porque no hay conexión para llevar el líquido del reservorio a la mallasombra y al macrotúnel.

“Necesitan echar la tubería ahí pa que alimente ¿no?”, irrumpe un viejo campesino que va pasando.

Pero la agencia de desarrollo rural, responsable de elaborar, ejecutar y poner en marcha el proyecto, ya no se paró ni por el vuelto.

“Ellos dijeron ‘ya cerramos, ya nos vamos, ái háganle como quieran’“, dice Roberto.

Le pregunto entonces que si no es más bien la apatía, la indolencia o la desidia de los ejidatarios.

Dice que no:

“En la cotización había para capacitación y no se les dio una buena capacitación para ver cómo se debe de manejar una estructura de macrotúnel, cómo se riega, cómo se hace la plantación, cuáles son sus cuidados, cómo se fertiliza y no se hizo nada de eso, ahí está. La raza quiere jalar, pero cómo jalan, si no hay nada. La gente dice ‘no le entramos, ¿cómo le vamos a hacer?’ ¿Quién le entra así?, ¿tú le entrarías?”, desafía Roberto, le digo que no.

Días después hablo por celular con Javier Quijano Urbano, el dueño de Estudios y Proyectos Agroecológicos de Coahuila, la agencia que tuvo a su cargo la elaboración y ejecución del proyecto del ejido La Majada.

Le digo que quiero platicar con él sobre esta obra y quedamos de vernos a la mañana siguiente en su agencia que, ahora sé, opera desde una ferretería de la calzada “Antonio Narro”, en la colonia Bellavista.

Amaneciendo recibo una llamada de Quijano, dice que no puede hablar, que antes tiene que pedir autorización de la Conaza porque son ellos quienes le pagan.

Le pido que al menos me cuente cómo van los trabajos de La Majada y si están funcionando bien.

Quijano responde que muy bien y que eso de traer el agua desde El Chiflón para alimentar las tierras del pueblo, es un proyecto de gran beneficio para los campesinos del lugar.

“Si quieres uno de estos días vamos, te llevo”, dice y contesto  que sí, que estaré encantado de ir. Cortamos.

Quijano ya no me ha vuelto a llamar.

EJIDO CUAUTLA: MÁS DE LO MISMO 

Apenas cruzando la carretera, frente a La Majada, se localiza el ejido Cuautla, también municipio de Saltillo, ubicado a 36 kilómetros de esta capital.

El cuadro es casi exacto al que vimos en La Majada: una pila de agua puerca, una mallasombra destruida y un macrotúnel, cuyo costo puede ser hasta de 400 mil pesos, pudriéndose a la intemperie.

Sin embargo, veo que estas obras, también concluidas hace cuatro meses, muestran mayor deterioro.

Parte de la mallasombra, que no fue bien fijada por la empresa proveedora, se ha volado con el viento, y sólo queda tambaleando el esqueleto de la estructura de tubos galvanizados.

El macrotunel está roto.

Y ni en el macrotúnel ni en la mallasombra hay cultivos ni riego, sólo maromas, esas yerbas como nubes,  redondas y enredadas, que van rodando en el desierto arrastradas por las tolvaneras

Aún así, dice Roberto, la Conaza avaló este proyecto que, según el presupuesto de obra,  tuvo un costo de dos millones 671 mil 019.56 pesos, y le dio carpetazo.

“¿Dónde está la planta?, ¿dónde está el riego?, ¿Cómo vas a regar?, ¿a tinazos?, ¿con botes? ¿Cómo vamos a elevar la producción en el campo, cuando estas agencias no hacen su trabajo, cuando las empresas proveedoras no cumplen”, pregunta al aire Roberto y a su pregunta se le lleva el aire.

Roberto dice que si eso pasa en los ejidos cercanos a Saltillo, donde se encuentra la sede nacional de la Conaza, que no sucederá en comunidades alejadas de estados como Zacatecas, San Luis Potosí, Baja California o Sonora.

Su silencio es más que elocuente.

RINCÓN COLORADO: PURA SIMULACIÓN 

Uno de los últimos días soleados, y de cielos índigo, de diciembre,  penetramos en el ejido Rincón Colorado, municipio de General Cepeda, localizado a unos 43 kilómetros de Saltillo.

Después de atravesar varios cercos de púas en el monte pisamos sobre una planicie, a las afueras del pueblo, en la se ve un conjunto de naves blancas de polietileno, macrotúneles, que hace más de un año puso aquí la Conaza, en colaboración con una agencia de desarrollo rural y una empresa proveedora, con la intención de  impulsar la agricultura protegida.

“Pero es solamente el nombre, porque ya hemos visto cómo está, no hay nada de producción, no hay nada de tecnificación y los recursos tirados”, dice Roberto.

En una de las naves, más tarde sabremos que son 16, observamos a dos niñas, una con cara de adolescente y la otra menor, que hacen labores de plantación de nopal verdura.

Este macrotúnel, como el resto de los que se instalaron en Rincón Colorado, no tiene sistema de riego ni una fuente de abastecimiento de agua, a no ser  una toma comunitaria cercana a la nave.

Conforme caminamos por las hileras de macrotúneles vamos viendo que algunas estructuras, en las que ya se han plantado pencas de nopal verdura, están desnudas y a otras les faltan las paredes de polietileno.

La mayoría de las pencas de nopal  que fueron plantadas allí están colgadas, encorvadas, como resultado del estrés, debido a la falta de agua y de cubierta de los macrotúneles.

Roberto dice que si en este  invierno llega a caer una helada, estas plantas se van a quemar y ya no habrá recurso.

“Es basura, pura simulación”, dice Roberto.

Más abajo nos colamos por otro cerco en el que se observa un conjunto de naves blancas y al interior más cultivos de nopal verdura.

Estos macrotúneles tampoco tienen sistema de riego y la mayoría de las pencas están secas, muertas.

Roberto calcula que en estos 16 macrotúneles la Conaza invirtió, fácil, unos cinco millones de pesos y por eso le da tristeza que este proyecto se haya quedado empezado y está casi tirado.

A la salida del pueblo topamos por casualidad con un campesino en cuatrimoto, es Carlos Zapata, el presidente del comité del ejido al que le fue otorgado el proyecto.

Le pregunto a Carlos que por qué, si ya ha pasado un año desde que se instalaron los macrotúneles, el proyecto no ha despegado.

Carlos dice que es que a los contratistas se les atraviesa una cosa y otra, que han tenido problemas con los trabajadores y que hasta que hay dinero le echan ganas, se paran y así…

Yo me quedo catatónico, mirando a la nada o tal vez a este desierto, donde solo florecen las piedras, los cardos y las malas hierbas…

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