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Sandra Lorenzano

29/01/2023 - 12:03 am

Ruido

“En este país en que las cifras oficiales hablan de más de 105 mil personas desaparecidas, de más de 11 feminicidios al día; en este país que es ya “’un fulgor de sangre’”.

Ruido es una película que provoca una conmoción fuerte y dolorosa. Foto: Netflix

No tendríamos que estar aquí clama una de nuestras personajas en una escena que busca recrear uno, o varios, de los tantos mítines feministas que abarrotan las calles de la urbes ya de algunos años para acá. Pero si estás leyendo esto es que como a mí, y todas aquellas personas que participamos en la creación de este RUIDO, hay algo en la temática que aquí tocamos que te interesa. Quizá como yo, tampoco tienes claro qué del dolor ajeno te resuena en lo más íntimo o te resulta personal. No importa si, por fortuna, no has sido alcanzadx por algunas de las tantas violencias que atraviesan nuestro territorio, el dolor de lxs otrxs también es tu dolor. Y es quizá ahí donde sin importar que tú y yo no nos conozcamos, nos encontramos. Y por más contradictorio que parezca eso que nos une no es el dolor sino el amor, la empatía y que a través de estos conceptos – y maneras de encarar el mundo- atisbamos un esperanzador cambio de narrativa como país.[1]

El párrafo anterior lo escribió Natalia Beristain a propósito de su película más reciente: Ruido. Una película que provoca una conmoción fuerte y dolorosa.

En este país en que las cifras oficiales hablan de más de 105 mil personas desaparecidas, de más de 11 feminicidios al día; en este país que es ya “un fulgor de sangre”, como lo escribiera David Huerta, “Ruido” es denuncia, es dolor, es angustia, es crítica, pero es a la vez fuerza, sororidad, lucha compartida, esperanza.

En ella, Julia busca a Ger -Gertrudis-, su hija desaparecida. Tras esa frase tan simple, se esconde el horror: una mujer joven cuya vida ha sido cercenada (¿asesinada?, ¿prostituida?, ¿torturada?), una madre con el corazón roto y un país feminicida.

Desde las primeras escenas todo resulta al mismo tiempo cotidiano y fuertemente simbólico: las mujeres de la limpieza que borran las pintas que dejó una protesta en las calles de la ciudad (cuántas veces hemos escuchado o pensado nosotras mismas: “les importan más las paredes y los monumentos que nuestras vidas”), la entrada principal de la Fiscalía General de Justicia cerrada cobardemente por miedo a lo que expresan carteles y grafitis (“Si tocan a una respondemos todas”, “Exigir justicia”, “No es no”), es necesario entrar “por la puerta de atrás”, el empleado que atiende con impertinencia y desgana, la “confusión” con los datos de las personas desaparecidas… todo muestra un sistema de seguridad y justicia corrupto y cómplice de la violencia hacia las mujeres. Estamos en el primer círculo del infierno: iremos descendiendo de la mano de Natalia Beristain. La realidad puede ser peor siempre.

En una de las escenas somos testigos del grito de Julia registrado en cámara lenta. Un grito que es sólo silencio. ¿Estamos sordos a los gritos de las madres? ¿Estamos sordos a la exigencia de justicia? ¿Estamos sordos a las historias de las familias rotas? ¿O resulta quizás más atronador su grito justamente porque no se oye? “Peor que el canto de las sirenas es el silencio de las sirenas”, escribió Kafka.

Desgarrada, Julia grita mirando a la cámara. Hace nueve meses que su hija ha sido secuestrada. ¿Quiénes lo hicieron? ¿Por qué? ¿Dónde la tienen? Nueve meses. Un periodo más que significativo para cualquier madre. Parirás con dolor.

“Está desaparecida” o “Es una desaparecida” son expresiones que parecieran quitarle responsabilidad a los culpables. Nadie “desaparece” así como así; nadie se esfuma como por arte de magia. Recuerdo una escena de la película “La historia oficial”, sobre la dictadura militar argentina; en ella, la niña cuyos padres han sido “desaparecidos” y ha crecido con la familia apropiadora ve, en su propia fiesta de cumpleaños, cómo un mago hace desaparecer una paloma dentro de su galera. Los gritos de angustia y el llanto que la asaltan tienen poco que ver con una fiesta y mucho que ver con la memoria.

En la realidad no hay magia, ni ciencia ficción, no hay chisteras que esconden ausencias: hay secuestradores, traficantes, asesinos. Hay 30 mil desaparecidos en aquel país del sur. Hay más de 105 mil en este país nuestro. Hay hijas, madres, abuelas, hermanas que buscan a sus seres queridos. Hay dolor, impunidad, corrupción, complicidades. Hay mujeres que gritan. ¿Quién las escucha?

La historia que cuenta la película resume decenas, centenares de historias similares. El guión es de la propia Beristain, de Alo Valenzuela y del excepcional escritor (periodista, narrador, cronista) Diego Enrique Osorno. No hay duda: saben de qué están hablando.

Natalia conoció a las madres de las colectivas “Buscándote con Amor, Estado de México” y “Voz y Dignidad por los Nuestros, San Luis Potosí A.C.” (varias de sus integrantes participan en el film contando sus historias), conversó con ellas, las acompañó a hacer uno de los tantos recorridos de búsqueda, con varillas, con palas… Allí donde el Estado no da respuesta, las madres y los padres se organizan para salir a buscar fosas clandestinas con la esperanza de que en alguna de ellas esté el cuerpo de su hija o hijo. Madres y padres que han aprendido a reconocer el olor de un cadáver entre todos los otros olores que guarda la tierra, con un método rudimentario que incluye varillas, mazos y el olfato que se ha ido entrenando para percibir el olor a muerte. Se hacen llamar “rastreadores”, “sabuesos”, “cascabeles”. Cuando encuentran una fosa se abrazan en torno a esos cuerpos amados. El hijo de una es el hijo de todas. Son reliquias sagradas. Las heridas unen, hermanan.

Natalia conoció a las madres de las colectivas “Buscándote con Amor, Estado de México” y “Voz y Dignidad por los Nuestros, San Luis Potosí A.C.” Foto: Especial.

Julia irá descubriendo que la suya no es una lucha solitaria sino que hay miles de mujeres de todas las edades y condición social tan dolidas como ella, tan furiosas como ella, tan necesitadas de abrazos y de justicia como ella.

“El trabajo de las colectivas sostiene en gran medida el tejido social del país”, ha dicho Naralia, quien dirigió, entre otras obras, el largometraje “Los adioses” (de 2017, sobre la relación de Rosario Castellanos y Ricardo Guerra), y “Nosotras” (de 2019), un estupendo documental sobre la violencia de género.

Desde los grupos de búsqueda hasta la multitudinaria marcha del final -reprimida violentamente por la policía-, Julia será arropada, acuerpada, por otras mujeres. En ese camino habrá también espacios para la risa y para el gozo, vividos como otra forma de rebeldía. “No estás sola”, le dicen una y otra vez sus compañeras. “No estás sola”, repetimos todas.

Este será el potente “oleaje sonoro” de “Ruido”, una película frente a la cual es imposible permanecer indiferente. Con Natalia Beristain, con Julieta Egurrola, con Vivir Quintana y con tantos millones más de mujeres somos muchas las que decimos: “Nos sembraron miedo / nos crecieron alas”.

[1] Ver el texto completo en https://about.netflix.com/es/news/ruido-premiere-san-luis-potosi-mexico

 

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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