Author image

Catalina Ruiz-Navarro

06/01/2016 - 12:00 am

La puerta de atrás

El año pasado hubo indignación generalizada en toda Latinoamérica porque Donald Trump dijo que los migrantes mexicanos en Estados Unidos eran “lo peor” de México

En el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, hay espacios separados para entregar las maletas a los pasajeros: los que llegan de Norte América, Europa y Asia pasan casi directo de migración a las bandas de equipaje. Foto: Cuartoscuro
En el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, hay espacios separados para entregar las maletas a los pasajeros: los que llegan de Norte América, Europa y Asia pasan casi directo de migración a las bandas de equipaje. Foto: Cuartoscuro

El año pasado hubo indignación generalizada en toda Latinoamérica porque Donald Trump dijo que los migrantes mexicanos en Estados Unidos eran “lo peor” de México: ladrones y violadores (aunque si concedió que quizás algunos eran buenas personas). La ofensa fue un gran ardid publicitario para lanzar su campaña pues, a pesar de lo incorrecto y lo absurdo de la frase, su idea discriminatoria resuena con muchos norteamericanos temerosos de las invasiones pardas. Los latinos, por su parte, corrieron a enumerar mexicanos exitosos en Estados Unidos y hasta salió Slim a medir quién la tenía más grande. La discusión terminó planteada en términos de “los que somos de aquí somos así y los que vienen de allá son de esta otra manera”: territorios equiparados con identidad que irremediablemente terminan en la pregunta sobre qué identidades pueden habitar qué territorios, cómo y por qué.

En el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, hay espacios separados para entregar las maletas a los pasajeros: los que llegan de Norte América, Europa y Asia pasan casi directo de migración a las bandas de equipaje. Los vuelos que llegan de Centro y Sur América y el Caribe, deben seguir por un pasillo que pasa por detrás de las bandas de maletas de “los blancos” hasta muy atrás, como si fuera una de esas “puertas de servicio” que tanto nos gustan en la arquitectura latinoamericana. Quienes viajamos con frecuencia por estas rutas sabemos bien que debemos dejar material de lectura para este último tramo del viaje, pues las maletas se pueden demorar una hora o más en salir. A veces sacan perros, que nos huelen a nosotros y al equipaje, a veces pasa casual la Policía Federal. La frecuencia con la que sale la luz roja al presionar el botón que de termina al azar una revisión parece mayor, pues a casi todos nos revisan. Yo siempre voy preparada para que me detengan porque como estoy mudando de un país a otro mi biblioteca, siempre viajo con una caja de libros. Nada tan sospechoso como los libros. El año pasado sacaron cada uno, me preguntaron cuáles me había leído, qué opinaba. Así fue como me vi charlando sobre literatura feminista con las señoritas que revisaban para sustentarles por qué me habían invitado un foro sobre aborto en Bogotá. Lo mejor siempre es decirles que vine a México porque me enamoré de un mexicano. Entonces hinchan pecho como diciéndome “¿de veras que somos los meros meros?” y prosiguen a preguntar si también me gustan los tacos. En el último viaje, aunque nos salió luz verde, nos abrieron todas las maletas, supuestamente porque traíamos comida. En realidad solo traíamos lo obligado: café y un paquete de arepas empacadas al vacío, en una sola maleta que no les produjo sorpresa. De todas formas revisaron con minucia desordenante todo el equipaje que luego se negaron, con desprecio, a cerrar o empacar de vuelta. Ante la queja, el agente de SENASICA que nos revisaba nos dijo que nos iba a “devolver a nuestro país”. A qué país, le preguntamos, dado que mi esposo es mexicano y yo tengo residencia. ¿No es este también nuestro país?

Habrá que preguntarse si con la tecnología actual es necesario tanto alarde de requisa. “Es por su seguridad”, nos dijeron una vez. Pero cualquiera que lea periódicos tiene una natural desconfianza de la Policía Federal mexicana, y más en lo que respecta al trasiego de sustancias ilegales. Además, hoy en día existe la tecnología necesaria para hacer revisiones de manera discreta y, sobre todo, eficiente. El Aeropuerto El Dorado en Bogotá, a punta de ensayo y error, se convirtió en uno de los más seguros del mundo, (tanto que le hicieron programa de televisión). Difícilmente un avión que venga de allá traerá sustancias ilegales. Entonces, uno queda con la sensación de que la utilidad de todo es decirnos “desconfiamos de ustedes sudacas, narcotraficantes”.

Estos episodios no son nada en comparación con lo que me han contado otros paisanos, que han ido a parar al temido cuarto de interrogación en donde pueden estar hasta 24 horas o quizás más, hasta que llegue el avión que los devolverá a su país. A una conocida le dijeron que estaba allí porque “no tenía el perfil para entrar al país”, a otra le revisaron sus chats de WhatsApp, a otra le dijeron que “solo veníamos a México a robar y prostituirnos”.

Lo que me regresa a las declaraciones de Trump. Uno esperaría que México tuviera una especial sensibilidad en contra de la discriminación por motivos migratorios. Cuando Trump dio declaraciones discriminatorias hacia los migrantes mexicanos a Estados Unidos hubo una indiscutible solidaridad latinoamericana. La solidaridad se acaba en el aeropuerto de México, en donde el resto de los Latinoamericanos pasamos a ser la misma invasión parda a la que tanto temen los gringos. En este caso es especialmente soberbio y desconectado de la realidad, pues bien sabemos que todos los latinoamericanos sufrimos de los mismos problemas de violencia, corrupción, narcotráfico, etc. Ni que México fuera, pues, un oasis de oportunidades de equidad y no violencia. Y además, aunque las razones para venir a México son variadísimas, son muy extraños los Latinoamericanos que no le tienen cariño, amor o simpatía a este país. ¿De verdad creen que venimos a “chingarlos”?

Hay una bella y valiente esperanza en el gesto de migrar. Cuando sucede voluntariamente, uno deja ese lugar en donde tiene un puesto, en donde puede vivir sin dar explicaciones de su existencia, para irse a vivir a otro territorio en donde tendrá que ganarse poco a poco una ciudadanía para volver a tener plenos derechos. En migrar hay también una elección por vivir en la nostalgia: sea Barranquilla o Tangamandapio, los lugares de origen se convierten también en algo imaginario a lo que no se puede regresar realmente tampoco. Se necesita algún tipo de esperanza y cierta valentía para poder afrontar esos riesgos ineludibles y ontológicos. Cuánto cambiarían los proceso migratorios si se valorara esa valentía y esa esperanza, en vez de mirarnos como si los migrantes fuéramos la humanidad residual de otros países.

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas