LA TECNOLOGÍA AVANZA, EL ARTE FALSO TAMBIÉN

18/04/2013 - 12:00 am

Al tiempo que los falsificadores de arte se han vuelto más sofisticados, la tecnología para combatir este delito –que deja ganancias millonarias– ha avanzado, y México tiene en ANDREAH una de las herramientas más efectivas del mundo.

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Sistema de Haz externo del Acelerador Pelletrón. Escultura polícroma, s.XVIII. Foto: Instituto de Física de la UNAM.

Ciudad de México, 18 de abril (SinEmbargo).– La falsificación es tan antigua como la creación. Siempre hubo y habrá quién imite a los grandes artistas en busca de ganancias. Las formas del engaño han cambiado y evolucionado conforme a la época y a pesar de que vivimos en una era donde una llamada entre galerías o una búsqueda por Internet destaparía cualquier estafa, las falsificaciones siguen presentes en el mercado del arte y representan casi la mitad de las transacciones a nivel mundial. La tecnología se ha convertido en una aliada del arte, no sólo para identificar falsos, sino también cuando se requiere valorar, conservar o catalogar una pieza.

“Los materiales no bastan para hablar de si una obra es original o no. Al igual que tampoco vale sólo el ojo experto sin un estudio científico”, dijo el Dr. José Luis Ruvalcaba, director del proyecto Análisis No Destructivo para el Estudio in situ del Arte, la Arqueología y la Historia (ANDREAH) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sobre la importancia de combinar la tecnología y los recursos humanos, es decir expertos en los autores o épocas específicas, cuando se pretende hacer una buena investigación artística.

Ruvalcaba lidera un equipo que desde hace 15 años tiene uno de los laboratorios más avanzados en todo el continente para hacer estudios de materia, por no decir el mejor de Latinoamérica. ANDREAH es capaz de contarnos la verdadera historia de una pieza a través los materiales que la componen, ya sean orgánicos o inorgánicos. El proyecto comenzó gracias al apoyo del Colegio Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y la inquietud de Ruvalcaba por lograr que en México existiera un centro de investigación para la catalogación del patrimonio cultural. Y han tenido tanto éxito que el apoyo gubernamental esta dado a manos llenas.

En un país repleto de centros arqueológicos, un laboratorio como el de la UNAM es una necesidad. Ruvalcaba y su equipo no se dan abasto. “Estamos tratando de estudiar las colecciones en mejor estado de conservación para tener información de los materiales originales y por otro lado las colecciones más importantes con el objetivo de crear una base de datos muy fidedigna para comparar luego con objetos arqueológicos”.

TECNOLOGÍA Y ACERVO CULTURAL

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Álbum fotográfico s.XIX, Biblioteca M. Lerdo de Tejada,Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Foto: Instituto de Física de la UNAM.

ANDREAH engloba varias máquinas que funcionan de forma no invasiva, es decir, no necesita muestras de la pieza para hacer un análisis completo. Una de sus mayores ventajas es que todos los equipos son portátiles, algo que ha convertido en un nómada a Ruvalcaba, pues es llamado de todas partes del país para hacer pruebas. Al tratarse de una tecnología desarrollada por la UNAM, siempre se le da prioridad a las investigaciones de acervos nacionales o de fundaciones importantes en el espectro cultural mexicano, como el Museo Franz Mayer o el Dolores Olmedo, pero cuando hay tiempo se atienden peticiones de colecciones privadas.

Toda investigación nace de un pregunta. En ocasiones, entidades como el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) requieren de un ojo tecnológico que no sea seducido tan fácilmente como el humano ante un posible Diego Rivera. El gobierno desde hace varios años convirtió en Patrimonio de la Nación el trabajo de varios artistas, es decir, su obra no puede salir del país aunque pertenezca a colecciones privadas a menos que se pida un permiso previo y se lleva un registro de cada nuevo hallazgo. Toda la producción de Diego Rivera y Frida Kahlo es patrimonio, así como de José María Velasco, Saturnino Hernán, Dr. Alt, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, parte de la producción de María Izquierdo y de Remedios Varo (datos de 2010).

Cada que alguien “hereda” un cuadro que, se supone, es de algunos de estos artistas debería avisar a las autoridades para hacer el debido registro. “Esto es lo óptimo, pero no pasa en la mayoría de los casos” según Patricia Zapata del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble del INBA. Institución que tiene contabilizadas 60 mil obras. Cuando sí hay una notificación para registro de piezas y el INBA no está seguro de que tiene en sus manos una obra original recurre a ANDREAH.

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Espectrómetro de fibra óptica FTIR. Máscara de Malinaltepec Museo Nacional de Antropología e Historia, INAH. Foto: Instituto de Física de la UNAM.

Ningún caso es igual a otro. Por ejemplo, para saber si  la pieza tiene alguna restauración se puede usar un aparato de “Imágenes con Luz Ultravioleta (UV) o Infrarroja (IR)”. Casi siempre es la primera prueba, pues permite identificar áreas específicas útiles para continuar con la investigación. Así, se evita perder tiempo y recursos cuando el objeto sea analizado por otros instrumentos. Quizás se deseé identificar los elementos químicos inorgánicos (pigmentos, tintas, metales y minerales) de forma simple, entonces lo más adecuado es el “Sistema SANDRA” (Fluorescencia de Rayos X portátil XRF). En cambio, para conocer con exactitud los compuestos químicos existe la “Espectrometría Raman” que revela esa información al hacer vibrar las moléculas por medio de un rayo. Quizás una investigación requiera del uso de uno o varios de los instrumentos. Todos son complementarios. Es como tener un rompecabezas donde se van utilizando las piezas necesarias para completar la imagen deseada.

Para hacer un estudio con menos margen de error siempre se puede recurrir al acelerador Pelletrón. Este aparato obliga a recordar las clases en la primaria donde nos explicaron que el átomo está formado con neutrones (sin carga), protones (carga positiva) y electrones (carga negativa). El compuesto químico más sencillo es el hidrógeno, con un protón (+) y un electrón (–). La “gasolina” del Pelletrón es aun más pequeña, un ión de hidrógeno, es decir un átomo al que se le extrajo la carga negativa.

El Pelletrón reside en el Instituto de Física de Ciudad Universitaria. La enorme máquina semeja una raíz con un tronco principal y dos vertientes. En palabras sencillas, la pieza es expuesta a un haz de luz de iones, entonces se produce un choque de materia contra materia y se emiten distintos rayos que son analizados por varios ojos tecnológicos que arrojan información, la cual posteriormente será interpretada por el equipo de investigadores. Por ejemplo, al poner un fragmento de jade frente al rayo la piedra emitirá luz amarillo limón.

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El equipo que colabora en el laboratorio es multidisciplinario. Un brazo científico y técnico conformado por físicos, químicos, fotógrafos e ingenieros computacionales. Y la contraparte que apoya la investigación, aquellos que dan el contexto: historiadores, curadores o arqueólogos, según las necesidades de cada caso.

Los resultados tienen sólo 5% de margen de error y contrario a lo que parecería el grandísimo Pelletrón gasta poca electricidad, por lo que es un instrumento sostenible. Así, han colaborado con instituciones como la Universidad de Harvard o en un proyecto con el Museo de Berlín, donde se descubrió gracias a la ciencia que ocho de 10 urnas de la cultura zapoteca eran falsificaciones.

Todo tipo de objetos pasan por ANDREAH, prehispánicos, arte colonial, pintura del XIX, arte contemporáneo y moderna. “Nosotros hemos estudiado mucho a Siqueiros. Él utilizaba materiales innovadores, no pigmentos típicos”, aseguró Ruvalcaba, que aclaró que su trabajo consiste en entregar informes detallados de las investigaciones, pero de ninguna manera certifica las obras.

LA CERTIFICACIÓN DE OBRAS

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Perpetua Restauraciones. Foto: Ana Paula Tovar.

Existen una especie de “notarios” que deciden si una pintura es o no es de algún autor en especial. Por ejemplo, Juan Coronel Rivera es especialista en Diego Rivera, además de ser su nieto. Otro –quizás el más famoso– es Rafael Matos Moctezuma, dueño de la casa de subastas que lleva su nombre. Hay varios certificadores en el país, algunos no tienen sustento legal más que su prestigio y conocimiento, otros si cuentan con el reconocimiento de parte del Consejo de la Judicatura Federal. En la lista de 2013 figuran Vicky Cerda Medina y Juan Manuel Corrales Calvo como peritos en el Distrito Federal.

Ser perito no implica estar exento de polémicas. En 2009, Cerda Medina se vio envuelta en una posible falsificación a causa de cinco cuadros adjudicados a Frida Kahlo, propiedad de José Antonio Castelazo. Ella certificó la autenticidad de uno, Mi corazón es fuerte y vuela libre como un ave, e incluso lo valuó en más de 8 millones de pesos según un reportaje realizado por La Jornada. Y aunque autoridades de la Casa Azul y del Museo Dolores Olmedo negaron su autenticidad, no se ha sabido nada más sobre aquellos lienzos.

Por otro lado, la legislación mexicana es muy laxa en cuanto al castigo por falsificación. En 1972 durante la presidencia de Luis Echeverría Álvarez se promulgó la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, la cual define lo que esta considerado patrimonio de la nación y los castigos por causar daños o sacar muebles del país sin permiso previo de las autoridades. La ley fue reformada el año pasado pues con cuarenta años de vida los castigos monetarios habrían quedado fuera de contexto. La penas ahora van de tres a 15 años de prisión o de 3 mil a 5 mil días de salario mínimo dependiendo de la falta. Así mismo, la Ley sobre Derechos de Autor habla sobre el registro de propiedad intelectual y las consecuencias de hacer mal uso, sobretodo obtención de ganancias, de productos registrados a nombre de otros. Pero no trata en específico el tema de las falsificaciones de arte.

Si una visita a un certificador no resuelve las dudas de un coleccionista que va adquirir o tiene un posible falso, existen otras formas de evaluación. Perpetua Restauraciones es un estudio asentado en la colonia Juárez enfocado, como lo dice su nombre, en restaurar piezas de todas la épocas y distintas técnicas. En realidad, según sus propietarias, un comprador no se acerca para saber si tienen un falso o no, sino que la mayoría lo hace para identificar de que época es su obra, que tanto ha sido restaurada o conocer sus orígenes. Pero en el camino, algunas veces, puede pasar que una pintura valorada del siglo XVI resulte del siglo XIX. O un Tamayo no sea más que un “González”.

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Perpetua Restauraciones. Foto: Ana Paula Tovar.

Para Montserrat Vázquez, socia propietaria, “lo más difícil es decirle a un cliente que tiene un falso”, pues muchas veces ni siquiera lo imaginaba y para ellos es una muy mala noticia. Sin embargo, “todo depende del falso”, dice Vázquez, que se ha topado con obras que a simple vista son muy malas copias y otras que ella no podría asegurar si es o no lo que se supone.

En Perpetua, también cuentan con una lámpara de luz ultravioleta (UV) por la que pasan todas las piezas que entran al estudio. Al alumbrar una pintura se pueden revelar cosas muy simples como que la firma está sobrepuesta, los retoques de pintura y las correcciones del autor, pues muchos pintores antiguos solían cambiar de opinión en el camino, quitar o agregar figuras, o reutilizar los lienzos. Usar este aparato es algo cotidiano pues antes de meterle mano a cualquier obra hay que saber la época en que se realizó para buscar hacer la intervención correcta.

Si la primera prueba no es superada, hay muchas más que se hacen. La más conocida es identificar los pigmentos y ubicarlos en periodos temporales para saber si la paleta coincide con la vida y obra del supuesto autor. Cuando los medios de Perpetua no alcanzan con exactitud a catalogar la pieza, se recurre métodos más especializados como el ANDREAH. Aquí es donde la ciencia vuelve a ser la mejor aliada de los compradores y la peor enemiga de los estafadores.

UNA HISTORIA DE FALSIFICACIONES

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El Matisse original, a la izquierda, junto a la versión falsa.

La lista de casos es interminable y las estadísticas son brutales. Según la empresa catalana, Análisis Científico, Trazabilidad e Investigación de Obras de Arte, respaldada por la  Universidad Politécnica de Cataluña, se estima que 40% de las obras que hay en el mercado mundial son falsas. Una estimación que puede ser vaga ya que está basada en las falsificaciones identificadas. La realidad es que hay muchas más incontables, sobretodo en colecciones privadas y las cuales no saldrán a la luz, porque no se sospecha de sus autenticidad o porque a sus propietarios no les conviene que pierdan valor.

El falsificador más famoso del mundo es sin duda Elmyr de Hory. Murió el 11 de diciembre de 1976 en Ibiza cuando prefirió un cóctel de pastillas para dormir que la cárcel. Descendiente de una familia acomodada judeo-húngara estudió en buenos colegios y vivió en varias capitales europeas hasta la llegada de la ola antisemita. Sin padres, ni dinero, Elmyr decidió vivir de la pintura. Sus obras se vendieron en millones de dólares. En la actualidad se exhiben en muchos museos alrededor del mundo y pertenecen a varias colecciones privadas, aunque no haya datos certeros de cuantas son, ni donde están. Un imitador que pudo ser maestro, pero prefirió plagiar a los grandes.

Inició su carrera copiando a Picasso a mediados de los años 40 y pronto consiguió un socio, Jacques Chamberlin, con el que recorrió Europa vendiendo sus falsos hasta que descubrió que lo engañaba quedándose con mayores ingresos de los acordados y rompió la sociedad. En 1946 llegó a Estados Unidos donde permaneció una década recorriéndolo de costa a costa y haciéndose rico con las ventas de las que aseguraba, eran pinturas herencia de sus padres asesinados por los nazis. Cuando la farsa comenzaba a ser inverosímil, debido a la gran producción de falsos Picassos, empezó a estudiar y practicar hasta que pudo realizar obras de Renoir, Chagall, Matisse o Modigliani. También, comenzó a utilizar seudónimos y a hacer tratos vía correo con el fin de evitar convertirse en un rostro reconocible.

En 1956, la suerte de Elmyr cambió. El propietario de la Galería Perls, Frank Perls, descubrió su farsa y lo corrió de su establecimiento. Poco después, la venta de un “Matisse” al Museo de Arte de la Universidad de Harvard y de una obra falsa –que él no pintó– a Joseph W.Faulkner, vendedor de arte en Chicago, empeoraron la situación. Faulkner demandó por falsificación a Elmyr en Florida y Chicago orillándolo a huir a México. Cuando de Hory regresó a Estados Unidos su mala fama ya se había esparcido.

El negocio de Elmyr en la unión americana sobrevivió mucho tiempo gracias a la época. La confusión dejada por la Segunda Guerra Mundial hizo su historia verosímil y lo respaldaban obras de gran calidad. Falsas, pero geniales. Además, EU gozaba de un boom artístico y económico. Nueva York era el París de la Belle Époque. Después de los años de bonanza y perseguido por la duda Elmyr se refugió en la España franquista hasta que la Interpol dio con él. Al final, prefirió la muerte que la cárcel y en ese momento comenzó su leyenda.

Hoy sería “imposible” una farsa tan prolongada como la de Elmyr de Hory gracias a las comunicaciones y a las nuevas tecnologías para analizar arte. Aun así hay casos recientes. En 2009 se descubrió en Alemania una bodega con casi mil piezas en bronce atribuidas al escultor suizo Alberto Giacometti (1901-1966) y se apresó a dos personas. El caso concluyó en 2011 cuando detuvieron a otros tres implicados que estaban por cerrar la venta de diecisiete esculturas valoradas en 1.7 millones de dólares. Los compradores eran policías encubiertos. Como una broma, las esculturas Made in China carecían de valor en absoluto y se hicieron basadas en fotografías.

Abundan los casos donde la autenticidad de las piezas queda en manos de dos partes que pelean por ser dueñas de la verdad y los juzgados quedan al margen. Así sucedió hace dos años con varias obras adjudicadas a Frida Kahlo propiedad de los galeristas Noyola Fernández. Con las piezas se editó un catálogo El Laberinto de Frida Kahlo. Muerte, dolor y ambivalencia. Cartas ilustradas, dibujos y notas íntimas, y más tarde un libro en inglés, Finding Frida Kahlo: Diaries, Letters, Recipes, Notes, Sketches, Stuffed Birds, and Other Newly Discovered Keepsakes por la editorial Princeton Architectural Press. La disputa concluyó sin castigo legal y con el retiro del la edición mexicana de las librerías del país, pero más allá de las fronteras continúa a la venta por 94 dólares. Nada mal para un material que puede o no haber pertenecido a la pintora más famosa de México.

Los avances tecnológicos y las comunicaciones pueden haber dificultado el trabajo de los falsificadores, pero siempre habrá quién haga una compra sin la asesoría adecuada o se preste para que esta mafia continúe. Además, una legislación vaga –en el caso de México– y la creciente inestabilidad económica a nivel mundial ha convertido la compra-venta de arte en un negocio “seguro” y eso es caldo de cultivo para los estafadores en busca de un distraído. Como protección, la mayoría de los artistas vivos llevan un estricto registro de su obra. Uno de los primeros en obsesionarse por tenerlo fue nada menos que Andy Warhol, un sabedor de que el buen arte es oro y los ventajosos siempre aparecen cuando hay ganancias de por medio.

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