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Antonio Salgado Borge

23/12/2016 - 12:00 am

¿Internet contra la democracia?

    Pocas dudas caben de que 2016 fue un muy mal año. Los resultados de la elección presidencial en Estados Unidos y del Brexit en Reino Unido han empoderado a los peores. En este contexto, quizás una de las más grandes sorpresas en ambos países ha sido el papel jugado por internet en sus […]

 

 

Otro fenómeno que ha cobrado relevancia este año involucra a Google. Foto: Shutterstock
Otro fenómeno que ha cobrado relevancia este año involucra a Google. Foto: Shutterstock

Pocas dudas caben de que 2016 fue un muy mal año. Los resultados de la elección presidencial en Estados Unidos y del Brexit en Reino Unido han empoderado a los peores.

En este contexto, quizás una de las más grandes sorpresas en ambos países ha sido el papel jugado por internet en sus procesos electorales. Hasta hace relativamente poco, esta red era concebida como la plataforma ideal para catapultar una suerte de versión mejorada de la democracia. Mucho se hablaba cómo, a través de internet, los ciudadanos podrían obtener información plural, expresar libremente sus ideas, exponer y defender públicamente argumentos o participar en mecanismos de democracia directa.

Pero todo parece indicar que, junto con el triunfo de Trump, los sueños de una “democracia 2.0” han empezado a oscurecerse. Por principio de cuentas, los eventos de este año exhibieron un mundo virtual plagado de “noticias” falsas. Estas notas, casi siempre escandalosas, son publicadas por sitios desconocidos que son operados por empresas que suelen cobrar por viralizar contenidos. Este tipo de publicaciones llegaron a alcanzar una gran cantidad de impactos al ser compartidas y aparecer en muros de Facebook u otras redes sociales. Así, la campaña de Donald Trump se benefició de la diseminación de rumores cómo “Putin emite orden de aprensión para arrestar a George Soros” o “agente del FBI que investigaba a Clinton es asesinado”.

El contenido de las “noticias” falsas puede ser absurdo. Ejemplo de ello es la publicación de que existe una red de pederastia ligada a Hillary Clinton que opera bajo la fachada de una pizzería. Sin embargo, este caso, conocido como #Pizzagate, se volvió famoso porque un individuo que leyó las decenas de notas falsas que daban cuenta de supuestos cuartos de asesinatos, túneles subterráneos o canibalismo al interior de la pizzería decidió acudir armado al establecimiento para terminar con el “problema”.

Uno puede pensar que nadie en su sano juicio creería algo semejante. Desgraciadamente, hace falta muy poco para dar por buena una noticia falsa. La mayoría de los cibernautas adultos estadounidenses -75 por ciento de acuerdo con una encuesta reciente levantada por la empresa Ipsos– no puede distinguir entre una nota falsa y una verdadera, lo que es peor, 84 por ciento de los cibernautas no es consciente de ello y confía en su capacidad de reconocer qué publicaciones son falsas (Pew Research Centre).

Las “noticias” falsas jugaron un papel importantísimo en el triunfo de Trump. Y amenazan con continuar. Cientos de empresas han sido montadas alrededor del mundo para fabricar y distribuir este tipo de contenidos. Incluso hay indicios de que algunos de estos sitios serían patrocinados por de agencias de inteligencia estatales que buscan intervenir en asuntos internos de otros países. Lo cierto es que Facebook, que hasta ahora había confiado en el juicio de sus usuarios, ya anunció medidas para contener este fenómeno. La empresa de Mark Zuckerberg trabaja ya con diversas organizaciones que verificarán contenidos identificados por sus usuarios cómo falsos y se colocará una señalización de que la nota es cuestionada, así como un link a una explicación de por qué la nota ha sido señalada. Dado el contexto anteriormente mencionado, es poco probable que este esfuerzo sea exitoso.

Otro fenómeno que ha cobrado relevancia este año involucra a Google. Hace unas semanas el periódico británico The Guardian (16/12/2016) reveló que el buscador de Google autocompletaba las búsquedas de sus usuarios con sugerencias marcadamente parciales a favor de posiciones ultraconservadoras; por ejemplo, al teclear en la casilla de búsqueda “cambio climático” la primera opción de autocompletar sugerida era “es una farsa” y la segunda “es mentira”. De acuerdo con esta investigación, Google en inglés sugiere con demasiada insistencia sitios neo-nazis.

Algo análogo ocurre en la versión mexicana de Google, aunque con menos intensidad y frecuencia. Dos ejemplos dan cuenta de ello –ambas búsquedas fueron realizadas por el autor de esta columna el día 21 de diciembre-:

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Las sugerencias que aparecen en el buscador de Google son producto de una serie de reglas programadas por humanos llamadas algoritmos. Según Google –que no es una empresa conservadora y que era vista cómo más cercana a Clinton que a Trump- son factores cómo la frecuencia de actualización o el flujo de sus visitantes los que ubican a un sitio por encima de otro en los resultados de las búsquedas. Esto ha propiciado que algunos sitios ultraconservadores, que además tienen una base de seguidores fija, implementen estrategias específicas para aparecer primeros en las listas.

Uno podría pensar que este tipo de sugerencias, aunque injustas u ofensivas, son finalmente inocuas. Nada más lejos de la verdad. En el artículo referido de The Guardian se explica qué el orden de los resultados de búsqueda puede cambiar el sentido de la votación de los electores indecisos. Google es consciente de esto, y la presión que ha recibido le ha llevado a intervenir modificando manualmente sus algoritmos con el fin de eliminar favoritismos.

Un último fenómeno que ha quedado evidenciado tras la elección estadounidense y el Brexit es la forma en que Facebook, también mediante el uso de algoritmos, nos muestra en nuestros muros aquellas noticias o publicaciones que “cree” que nos pueden resultar interesantes. Un ejemplo mucho más evidente ayudará a ilustrar cómo funciona este mecanismo. A los usuarios de Amazon o Netflix se les muestra sugerencias de acuerdo con su patrón de compras o sus hábitos de consumo. Esto, en un sentido, facilita la vida al usuario, que puede elegir de entre opciones acordes a sus gustos; pero, en otro sentido, también puede privar al usuario que sigue estas recordaciones de conocer otros géneros o estilos que podrían ampliar su panorama.

La aplicación de esta lógica a la selección de noticias ha propiciado que los usuarios de esta red veamos en nuestros muros información sesgada o poco representativa. Esto, desde luego, es reforzado porque nuestros contactos y “likes” suelen ser mucho menos diversos de lo que creemos. El resultado final es que a los usuarios de esta red reforzamos nuestra forma de pensar y la brecha que nos separa de posturas divergentes se ensancha; es decir, en lugar de servir para abrirnos la perspectiva, esta red social puede llegar a funcionar para cerrarla.

En este sentido, han sido positivas las respuestas de Facebook y Google ante las circunstancias mencionadas. Pero no podemos perder de vista que, a pesar de que simulan espacios públicos, las plataformas digitales son operadas por empresas privadas cuyo objetivo es obtener utilidades y cuyos dueños pueden cambiar en cualquier momento.

¿Significa todo lo anterior que internet es caso perdido y que debemos olvidarnos del potencial del que tanto se ha hablado? Desde luego que no; los mexicanos sabemos muy bien cómo internet puede terminar con alienantes monopolios informativos. Sin embargo, para disfrutar lo que alguna vez se soñó de las redes será necesario revisar críticamente la forma en que estas operan. Nos guste o no, el futuro de internet está estrechamente ligado al de la democracia.

@asalgadoborge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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