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Ernesto Hernández Norzagaray

24/11/2017 - 12:03 am

Miénteme por piedad, yo te lo pido

Si habría que sintetizar en una frase las relaciones que se establecen entre los políticos y los ciudadanos durante una campaña electoral, queda perfecta la extraída del bolero “Ódiame” del ecuatoriano Julio Jaramillo. Veamos porqué. El ciudadano promedio vive ensimismado con los problemas que le presenta una sociedad crecientemente insegura, con grandes cargas de estrés […]

“En una sociedad como la mexicana, donde se encuentra instalada la desconfianza por el escaso valor que le damos a los políticos, ideologías, instituciones, partidos y programas, lo deseable es que el espectáculo de la política sea al menos entretenido”. Foto: Cuartoscuro

Si habría que sintetizar en una frase las relaciones que se establecen entre los políticos y los ciudadanos durante una campaña electoral, queda perfecta la extraída del bolero “Ódiame” del ecuatoriano Julio Jaramillo.

Veamos porqué. El ciudadano promedio vive ensimismado con los problemas que le presenta una sociedad crecientemente insegura, con grandes cargas de estrés y una alta rotación e inseguridad del empleo, entre otros etcéteras, y ante este escenario poco optimista la política necesita siempre un relato que prometa, cuente y haga, que sea aceptable para las audiencias culturales de cualquier punto en la escala de izquierda-derecha para de esa firma acceder, conservar, consolidar y ampliar simpatías de voto.

Así, la izquierda con todo y sus matices y banderas, gira invariablemente en torno a la idea de la justicia social, mientras la derecha en su amplio espectro pondrá el mayor énfasis en el discurso de la legalidad, la conservación del status quo, el establishment.

Pero no basta tener el relato (storytelling), en necesario actuar el relato (storyliving) y todavía más hacer el relato (storymaker), de manera que sea simple y pueda venderse con relativa facilidad en el mercado político, en un escenario de múltiples intereses y componendas políticas.
Ya sabemos que los políticos en tiempos electorales tienden a exagerar sus ofertas y hasta podríamos hablar de una cierta esquizofrenia discursiva ofreciendo lo que de antemano se saben incapaces de cumplir.

Franjas del ciudadano promedio lo sabe pero se deja llevar por el relato de “que las cosas irán mejor si se vota tal o cual opción partidaria” y, pasadas las elecciones en la acción de gobierno, viene la frustración porque lo ofrecido en campaña no se cumple. Sea porque el político ganador es un demagogo, sea porque las opciones de actuación son limitadas o porque los recursos del gobierno son escasos sin contar la interferencia de los llamados poderes facticos que siempre van por el pago de sus facturas.

Antes los ciudadanos estuvimos expuestos a bombardeo mediático que busca provocar reacciones a favor y en contra de un determinado partido, coalición o candidato, y para ello se busca tocar principalmente la dimensión emocional antes que el contrapeso racional que encontramos en vistosos y sustantivos programas de gobierno.

En México, esto viene ocurriendo desde antes que haya formalmente candidatos a cargos de elección popular, por ejemplo, López Obrador como Presidente de Morena ofrece un cambio de modelo económico que evite la concentración y favorezca la redistribución del ingreso para de esa forma abatir los índices de desigualdad social.

Este relato con el ingrediente de la lucha contra la corrupción es a primera vista necesario, incluso indispensable, para lograr un mínimo de equilibrio y estabilidad social, sin embargo, poner en el centro el combate contra este flagelo en un país donde muchos de sus políticos han perdido cualquier prurito de vergüenza pública necesariamente choca con los intereses de los poderes reales.

Lo estamos viendo en el diseño del Sistema Nacional Anticorrupción, y sus correlatos en los estados, una lucha a fondo contra la corrupción implica un gran consenso político donde todos los actores tengan incentivos o castigos para renunciar a sus beneficios y eso no existe, por lo tanto, tenemos un entramado más cerca a la simulación que a un efectivo ataque a los corruptos de dentro y fuera del gobierno.

Grosso modo la triada PRI-PAN-PRD, con todo y sus matices políticos e ideológicos, reivindican la continuidad del modelo vigente, asumen que es el correcto y que no hay otro posible o en el mejor de los casos, solo se le pueden hacer ajustes sin cambiar lo sustantivo. Eso significa actuar con responsabilidad en una economía globalizada y su crítica severa a la irresponsabilidad del populismo.

En ambos relatos hay una dosis de posverdad, es decir de promesas, mentiras que se quieren hacer creer, pero como no hay ninguna garantía de lograrlo, entonces se vive una suerte de ilusión que sorprendentemente puede llevar al fanatismo producto de la necesidad de creer en una salida.

Sin embargo, la política electoral cada día se mueve en un mayor grado de escepticismo y eso obliga a los mercadólogos a dar nuevas envolturas a las promesas de siempre, hacerlas vistosas y a la altura de las expectativas de la mayoría de los potenciales electores, como si fuera una campaña rocambolesca del Buen Fin.

Antes, nos dice la comunicación política, bastaban unas palabras escritas, las oralidades, la pose televisiva, el personismo para obtener apoyos, pero eso ya cambio, y ahora exige otro tipo de comunicación donde están en el centro los lenguajes, las retóricas, los rituales del entretenimiento y las redes digitales. Simplemente porqué los relatos deben estar en sintonía con la ecología de medios que habita y estar fuera de ese circuito es estar “desconectado” con la audiencia cultural.

Y vaya que sí, los patrones culturales dominantes de hoy, redimensionan lo el sociólogo José Joaquín Blanco expresaba de una manera muy gráfica cuando afirmaba que la cultura urbana estaba donde se encontraba un radio de transistores y eso podía ocurrir en medio del desierto o en la espesura de la selva. Vamos, decía, todos somos urbanos por nuestros consumos, no por lo remoto e inhóspito lugar dónde vivimos.

Así las cosas, nos recuerda una corriente de comunicación política, que los humanos hoy nos definimos por pertenecer a “una sociedad del melodrama (político salva a pueblo equivocado por amor), de manual de autoayuda (político, en una cruzada de buenaondismo, acompaña a virtuoso pueblo a salvarse), reality (somos una sociedad donde triunfa el seductor y la apariencia por encima del talento y las ideas), de humor (la risa es la forma de rescate popular ante la miseria que nos habita), y de coolture (se apuesta por lo que sea más cool para nuestra performance como ciudadanos)”.

En definitiva, en una sociedad como la mexicana, donde se encuentra instalada la desconfianza por el escaso valor que le damos a los políticos, ideologías, instituciones, partidos y programas, lo deseable es que el espectáculo de la política sea al menos entretenido y no solemne, burocrático, sin chispa, no cool. Y esa es la importancia de los medios y el relato político en tiempos electorales: “crear juegos del lenguaje, retóricas, estéticas, símbolos y rituales que puedan hacer creer que se lo va a pasar mejor”.

Al final, sabemos, termina imponiéndose la vuelta a la cotidianidad marcada por la inseguridad, la incertidumbre pero, por favor, miénteme.*.
*Algunos conceptos fueron tomados de la revista de comunicación política Más Poder Local: http://www.maspoderlocal.es/ediciones/relato-politico-juegos-del-lenguaje-y-retorica-no33/

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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