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Alejandro De la Garza

03/02/2024 - 12:03 am

El corazón de la desigualdad

“La mitad de la población de México vive en condiciones de pobreza; en contraste, catorce de sus ciudadanos —uno de los cuales es el hombre más rico de América Latina y el Caribe— tienen fortunas arriba de los mil millones de dólares”.

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“En México vivimos una desigualdad por diseño”. Foto: Cuartoscuro.

El sino del escorpión cumple un año refugiado en un pequeño pueblo de la costa del Pacífico mexicano, donde se ha integrado a la comunidad y ha atestiguado los modos locales de subsistencia, la organización social y productiva. Huelga decir que aquí se vive del turismo canadiense y estadounidense, pero, sobre todo, de quienes no son turistas eventuales, sino propietarios extranjeros de lujosos condominios (más edificios cada día) en todos los pueblos playeros de la Bahía de Banderas. El arácnido no puede quitarse de la cabeza la imagen de la desigualdad que campea por todo este territorio. Los turistas y la población local son (somos) los protagonistas de este drama de contrastes, donde la gentrificación turística (AirBnB et al), los departamentos y hospedajes de lujo, acentúan la diferenciación y el distanciamiento con los modestos miembros de la comunidad. La desigualdad sustenta esta existencia.

Esta realidad es tan obvia y descarnada, que al venenoso lo enferman todos aquellos libertarios y ultraliberales en auge que insisten en que los pobres son pobres porque no trabajan y porque son flojos, que los indígenas debían extinguirse, que el gobierno no debía cobrar impuestos a los millonarios que “producen generosamente” la riqueza y que el Estado es un estorbo porque la desigualdad “es natural” (advierten unos), así nos hizo Dios (juran otros) o así es la vida y pues se joden. Esta pesadilla de la razón capitalista y libertaria produce monstruos atroces, como el dueño de TV Azteca (misógino, homófobo, evasor de impuestos, endeudado en México y Estados Unidos, expulsado de las bolsas de valores, hambreador vulgar, agresivo, clasista y discriminador en redes sociales, patológicamente hostil y fanático), quien no deja de alardear de su fortuna y de atacar a los “gobernícolas”, les dice, que viven de los productivos empresarios como él.

El alacrán se topa entonces con la edición de febrero (No. 905, Nueva Época) de la Revista de la Universidad, cuyo dossier está dedicado precisamente a aproximarse a la realidad de la desigualdad en México a través de textos de variados autores. El dossier inicia con un recto a la mandíbula de un peso pesado, para que el lector se vaya preparando para lo que viene: “Los hombres le rezan a Dios Todopoderoso para que alivie su pobreza. Pero la pobreza no la crea Dios —pensarlo es ya una blasfemia—. El origen de la pobreza es la injusticia que unos hombres cometen contra otros”, dice el inmenso León Tolstoi. Luego la directora de la revista, la escritora Guadalupe Nettel, advierte sobre la posibilidad de que “estas páginas llenen de indignación o de impotencia” al lector, pero confía en que no será inútil en tanto que, “para que las cosas cambien, es necesario saber cómo funcionan”. El venenoso quiere destacar en particular el texto de Alexandra Haas: “Desigualdad por diseño”, porque aborda uno de los temas más vigentes y que al parecer los empresarios, los millonarios y los grandes CEOS corporativos, así como los políticos y las autoridades gubernamentales, siguen sin entender: Hace años que la entelequia del crecimiento económico y del PIB no dice nada y sólo perjudica a las naciones.

“El PIB mide simplemente el valor monetario de la producción de bienes y servicios, aunque tenga efectos negativos en el bienestar de las personas y la sostenibilidad del planeta (…) Esta medición invisibiliza la desigualdad y perpetúa la idea de que el crecimiento económico está por encima de todo”, dice la investigadora. Y ejemplifica de forma contundente con la industria de los automóviles. Seguir pensando que el crecimiento de esta industria beneficia a la economía es una estupidez flagrante “el tráfico y la contaminación que causan y el consumo de gasolina que requieren dañan nuestra calidad de vida”.

Pero volviendo a la desigualdad, Haas añade: “La desigualdad que vivimos no es solamente económica sino social. Es decir que mientras algunas personas cuentan con una educación y una alimentación privilegiadas, redes de contactos en el sistema jurídico y en el ámbito laboral, la mayoría de nuestros conciudadanos no recibe ayuda por parte del Estado para salir de los márgenes”. Y aquí es donde se pone interesante, porque la propuesta de fondo de este texto responde a la pregunta de si esto es resultado de una falla sistémica, una incapacidad del gobierno o el “azar económico”, y su respuesta es contundente:

“En México vivimos una desigualdad por diseño. El arreglo institucional, las prioridades presupuestales, los (verdaderos) principios que rigen la relación entre el Estado y los más ricos del país, la forma en la que se proyectan las políticas públicas en los tres niveles de gobierno y los mecanismos de control, tanto en lo público como en lo privado, están diseñados para mantener el estado actual de cosas”, puntualiza, y añade: “Los indicadores de nuestra economía, las narrativas en torno a ella y las instituciones que deberían regularla están orientados hacia la desigualdad”, tómala capitalismo salvaje, piensa el venenoso. El ensayo muestra cómo la vieja narrativa, tan recurrente en los beneficiarios del sistema, sustentada en la idea de que aquellos que tienen más lo tienen porque son más inteligentes y capaces y que ellos deben tomar las decisiones para lograr que la derrama económica de los ricos abarque a la sociedad, ya no se la creen ni sus propulsores.

La mitad de la población de México vive en condiciones de pobreza; en contraste, catorce de sus ciudadanos —uno de los cuales es el hombre más rico de América Latina y el Caribe— tienen fortunas arriba de los mil millones de dólares, si esto no le abre los ojos a la gente, nada lo hará, lamenta el escorpión. Y aún, la narrativa de esta élite sigue apuntando a que “los males que aquejan a nuestras sociedades son imputables a las personas pobres, mujeres, migrantes o indígenas, así como al mal gobierno, que busca ser más grande de lo necesario”. Por lo tanto algunos políticos, con el apoyo y cabildeo de los grandes concentradores de capital, urgen a desmantelar el Estado, privatizar los servicios y reducir los impuestos a los más ricos (¡pero cómo no!), para que sigan invirtiendo y generen más riqueza.

La conclusión del texto de Alexandra Haas lo explica de forma clara, colige el escorpión: el verdadero peligro para la democracia es la desigualdad y el verdadero autoritarismo es el de estos multimillonarios libertarios, potentados aislados y distantes de la realidad, que piensan que el mundo es para ellos.

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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