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Alejandro De la Garza

06/04/2024 - 12:03 am

Esa “transición a la democracia”, ¿está aquí?

Fueron al menos treinta años de “transición a la democracia”, si fechamos su inicio en 1988, con la elección fraudulenta de Salinas de Gortari y el destape del neoliberalismo (que ya no teme decir su nombre), y lo finalizamos en 2018.

“Mucho se ha escrito sobre la transición, sobre todo en la pluma de aquellos que la defienden a capa y espada”. Foto: María Martínez, Cuartoscuro.

El sino del escorpión ha vivido, al menos desde 1988, a la expectativa de esa suerte de moda académica denominada “la transición a la democracia”, un proceso en el cual, supuestamente, se desterrarían algunos vicios del viejo régimen priista —el presidencialismo, el partido hegemónico y la negación de la pluralidad política, los procesos electorales fraudulentos y de Estado, la no rendición de cuentas, la falta de organismos que sirvieran de contrapeso al Poder Ejecutivo y el mayoriteo en las votaciones legislativas, entre muchos otros— y surgirían nuevos impulsos “democratizadores” en la sociedad. Al venenoso siempre le causo confusión todo este proceso, llamémoslo intermedio o transitorio, al cual nuestro país debía someterse para llegar por fin a la democracia, aunque el concepto mismo de democracia no fuera claro.

Incluso se creó un aparato especializado académico-político denominado “Instituto para la transición democrática”, que ya preveía muchos años de estudios, publicaciones y trabajos académicos sobre el tema (tan de moda en España y en Sudamérica), así como el ejercicio, en lo posible, de una presión de esta élite académica para influir en la política y convencer a los políticos de las bondades de sus propuestas, o, ya de perdida, para que sus miembros obtuvieran puestos académicos de alto nivel o puestos políticos influyentes y bien remunerados (como en muchos casos sucedió).

Fueron al menos treinta años de “transición a la democracia”, si fechamos su inicio en 1988, con la elección fraudulenta de Salinas de Gortari y el destape del neoliberalismo (que ya no teme decir su nombre), y lo finalizamos en 2018, con la llegada al poder de López Obrador y el movimiento de regeneración nacional que siguen encabezando. Luego de tres décadas de este proceso transicional, conviene llamar a cuentas a los representantes y beneficiarios de este tránsito. Sobre todo, conviene recordar a quienes ese transitorio acontecer dejó de lado por centrarse, allá arriba, en arreglos cupulares de élites académicas, políticas, empresariales, partidarias y de dueños de medios de comunicación, y lograr acuerdos desprendidos de contenidos, exigencias y demandas populares. En efecto, centrarse en el concepto muy limitado, aunque igualmente necesario, de democracia electoral, restringió a meros formalismos legales procesos sociales mucho más profundos, que no sólo exigían votar libremente, sino tener representación, voz, participación, respeto a su organización política.

Mucho se ha escrito sobre la transición, sobre todo en la pluma de aquellos que la defienden a capa y espada, aunque también hay quienes la cuestionan y aún otros que niegan sus cacareados beneficios. El alacrán quiere destacar aquí uno de los ensayos recientes más interesantes y profundos sobre el proceso transicional “La transición que no fue: México, 1977-2024”, de Rafael Lemus, que aparecerá en el libro Contrahistoria del “pueblo” mexicano, editado por Irmgard Emmelhainz, de próxima publicación (México, Debate, 2024). Si como crítico y ensayista literario Lemus (1977) fuer siempre desafiante y lúcido, estas características las ha trasladado a sus ensayos político-culturales, como lo prueba su Breve historia de nuestro neoliberalismo: poder y cultura en México (2021), que representó una sacudida a las élites culturales del país.

En este nuevo ensayo, Lemus revisa los argumentos de los promotores y porristas de la transición a la democracia, hasta convertir al fenómeno en “el catecismo de la transición” y sus apóstoles: “Lo primero que sorprende de este relato sobre la ‘transición democrática’ es lo poco democrático que es. No importa quién lo cuente, el demos aparece apenas y siempre apaciblemente, yendo a depositar disciplinadamente su voto en las jornadas electorales. Casi nada se dice de las luchas por la democracia anteriores (…) y muy poco sobre las constantes, inapagables movilizaciones populares que ocurren al mismo tiempo que las élites pactan la ‘transición’. (…) Una vez excluido el demos, el concepto de democracia que este catecismo maneja es de lo más acotado. Democracia significa aquí, en primer lugar y casi en exclusiva, ‘elecciones libres, equitativas, ciertas y transparentes’”.

Ya cuando el lector está consciente de las mayúsculas limitaciones y los mañosos manejos políticos de la “transición”, que nos ilustra Lemus, de pronto el autor recupera sus logros democráticos, medidos y limitados, si se quiere (y aquí el alacrán entra en tensión con el relato de Lemus, porque le cuesta ver instituciones realmente democráticas surgidas de la transición). Pero aún más, Lemus analiza también el relato negacionista de la transición a la democracia. “En las antípodas de esta narrativa heroica se halla otro relato no menos exaltado: el relato negacionista. Al principio más bien marginal, hoy se enuncia desde el Estado y le combate, mañanera a mañanera, la hegemonía a aquella primera ficción (…) Este relato, cómo negarlo, acierta en buena parte de sus intervenciones críticas. Es verdad –se ha visto– que la ‘transición democrática’ fue, antes que nada, una serie de acuerdos pactados por una clase política preocupada, antes que todo, por la sobrevivencia de esa propia clase política (…) a pesar de todo ello, los acuerdos y conflictos de aquellas dos últimas décadas del siglo XX empujaron, si no un cambio de régimen, sí una transformación severa del espacio político (…) se debilitó el presidencialismo, se dividieron las cámaras, se amplió eso que entonces solía llamarse la esfera pública, y la oposición partidista, incluso la que hoy niega las transformaciones, ganó recursos y curules y alcaldías y gubernaturas y, finalmente, la Presidencia”.

El escorpión se remueve en su silla releyendo este afilado ensayo de Lemus y sólo le queda invitar al lector a leer el adelanto correspondiente en la Revista Presente (https://revistapresente.com/presente/la-transicion-que-no-fue-mexico-1977-2024/), y dejar para el final esta cita deslumbrante:

“En esta lucha no hay ni ha habido gobiernos buenos y gobiernos malos, como pregonan unos contra otros. Lo que hay, lo que ha habido, es lo que ya había antes de la ‘transición’: un ejercicio autoritario, muchas veces bárbaro, del poder estatal y una multitud de multitudes que resiste y practica la democracia y extiende poco a poco el espacio democrático. Ni el devoto conservadurismo de Vicente Fox, ni la criminal ‘guerra contra las drogas’ de Felipe Calderón, ni la desvergonzada corrupción de Enrique Peña Nieto, ni el militarizado ‘antineoliberalismo’ de Andrés Manuel López Obrador han supuesto una regresión autoritaria: son y han sido mera continuidad autoritaria”.

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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