Rimbaud, pescador de estrellas (segunda parte)

11/07/2015 - 12:02 am

Como veíamos en el poema de la entrega anterior, el proceso es inverso al que veremos posteriormente: en este poema se purifica todo lo que anteriormente se había descrito como algo siniestro. La imagen de los huérfanos, en el colmo del desamparo, y el suceso milagroso con la manifestación mágico-maravillosa de la madre, roza peligrosamente con lo meloso y nos hace pensar en un chantaje sentimental; sin embargo, el poema se salva por los ambientes bien logrados y nadie se atrevería a estigmatizarlo de simple.

En 1870 llega al instituto Rossat un joven profesor de retórica, Georges Izambard, quien da a conocer a sus alumnos una buena lista de poetas “malditos”: Rabelais, Baudelaire, Hugo, Banville, Villon, entre otros. Inmediatamente Rimbaud se siente plenamente identificado con la poesía de la nueva escuela y sus precursores; escribe “Sol y carne”, “Ofelia” (siendo ésta una transposición de versos latinos dictados en clase), “Sensación” y “El herrero”; y envió los tres primeros a Banville, con la esperanza de que se publiquen en Parnasse contemporain.

Ya en estos poemas encontramos al gran poeta simbolista, signado por la imagen que siempre lo acompañará: el agua, imagen planetaria eternamente cambiante de formas y colores que Jacques Riviére connota a todo lo largo y todo lo ancho de su célebre libro Rimbaud. Escuchemos un fragmento de “Ofelia”:

Sobre la quieta y negra onda donde duermen las estrellas

la blanca Ofelia flota como un gran lirio,

flota muy lentamente, tendida en sus largos velos¼

–En los bosques se oyen lejanos sonidos de caza.

El llamado de los elementos arquetípicos es fuerte, visceral, y puede determinar distintos tipos de suicidio. La imagen de Ofelia ahogada es tan completa que el fenomenólogo Gastón Bachelard habla de un Complejo de Ofelia y dedica casi un capítulo completo, en su libro El agua y los sueños, al análisis de la cabellera de Ofelia. El que juega con fuego se quema: quiere quemarse y quemar a lo demás; el que juega con agua pérfida, se ahoga, pero su muerte es dulce, floreciente de ensoñaciones; sobre el agua durmiente puede contemplarse el sueño acuático: el agua que sueña es una floración permanentemente en potencia.

El agua es un símbolo orgánico de la mujer que llora sus penas y cuyos ojos se ahogan en lágrimas. Con el complejo de Ofelia al borde del agua todo es cabellera: la imagen sintética de la mujer, el agua y la muerte no pueden dispersarse, los tres, disueltos, forman una unidad. En el poema de Rimbaud la imagen de Ofelia disuelve, además, su componente macabro; humaniza a la muerte y mezcla sonidos claros y sombras líquidas. El complejo poetizante de Ofelia, punto de unión de nuestro ser profundo y el Universo, alcanza niveles cósmicos: la cabellera de Ofelia toca las estrellas, “la blanca Ofelia flota como un lirio”, simboliza la unión de la luna y las aguas; un inmenso reflejo da una imagen de todo un mundo que se agota y muere. Ofelia “flota  muy lentamente, tendida en sus largos velos¼”, el reflejo de la luna sobre el río humaniza los reflejos y las sombras, cuyo drama conoce el agua; con la ofelización el agua es nocturna, lenta y da sepultura al fuego vital. El agua muere con el muerto, en su sustancia, es, entonces, una nada sustancial. Cuando morimos, somos gotas de agua disueltas en el agua. Aquí, Rimbaud purifica llenando de visiones sombrías.

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