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Violeta Vázquez-Rojas Maldonado

11/09/2023 - 12:04 am

La diferencia

Lo cierto es que estamos ante un escenario distinto al que vivíamos hace dos semanas. Y, aunque ya veíamos muy de cerca el contar con dos candidatas a la presidencia, una con altísimas probabilidades de llegar, la realidad se nos impone a tropezones y nos cuesta adaptarnos a un nuevo hecho innegable: que la conducción del obradorismo ya no está en manos de López Obrador, sino de Claudia Sheinbaum.

La semana pasada culminaron dos procesos cruciales para definir nuestro futuro inmediato. Por un lado, la coalición de partidos opositores al gobierno, PRI-PAN-PRD, eligió como su candidata presidencial a la senadora en funciones Xóchitl Gálvez. Por otro lado, mediante una encuesta realizada a población abierta, la coalición gobernante determinó que su candidata será Claudia Sheinbaum. Dados los tiempos legales, no se les designó en sus actuales cargos como “candidatas”, sino con etiquetas más largas y difíciles de recordar (“Coordinadora del Frente Amplio por México” en un caso, “Coordinadora de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación” en el otro).

Los medios corporativos, a través de sus comentaristas y editorialistas, insisten en presentar el proceso de designación de la candidata opositora como un ejercicio democrático inédito, mientras que al complejo y cuidadosamente regulado proceso por el que se seleccionó a Claudia Sheinbaum, lo siguen llamando “dedazo”. No importa, por ejemplo, que meses antes en el Frente Amplio hayan renunciado a sus aspiraciones las senadoras Lilly Téllez y Claudia Ruiz Massieu, aduciendo que las reglas de selección no eran claras. Para Lilly Téllez, “el método, así como está planteado, no garantiza que existan plenas condiciones de equidad entre los aspirantes (…) No otorga el poder de decisión a los ciudadanos, sino a los que movilizan ciudadanos. No genera certidumbre sobre la autenticidad del padrón electoral interno y la forma de recibir y contar los votos. No existen reglas claras sobre el origen y destino del dinero (…). El resultado no dependerá de tu voto, sino de factores de decisión que hoy, a una semana de iniciar el proceso, todavía se desconocen”.

Y así fue, finalmente. Después de que otros aspirantes, como Miguel Ángel Mancera, o Silvano Aureoles no lograran reunir las 150,000 firmas requeridas, el grupo de finalistas quedó conformado por Santiago Creel, del PAN, Enrique de la Madrid, del PRI, Beatriz Paredes, del PRI, y Xóchitl Gálvez, del PAN -pero de quien se insiste, a pesar de ser senadora bajo ese sello, que no tiene partido-. A pesar de anunciar repetidamente que no declinaría, Enrique de la Madrid terminó -adivinan- declinando. Y más adelante, iniciados los foros de debate entre los tres contendientes, declinó también Santiago Creel. Hay que subrayar que ninguno de los contendientes con cargos de elección popular renunció a ellos: acaso ya sabían que tendrían que regresar. Con dos aspirantes en la recta final, para decidir la ganadora hacían falta dos pasos: una encuesta más (en parte telefónica, en parte domiciliaria) y una consulta con voto directo entre las personas que habían firmado originalmente en apoyo a algún o alguna aspirante. Cada uno de estos pasos valía 50% del puntaje final.

Pero ni falta hizo montar urnas ni llamar a la participación en los 300 distritos donde se supondría que instalarían las mesas receptoras. Unos días antes del día programado para la consulta, Alito Moreno, presidente del PRI y el más entusiasta promotor de la candidatura de Gálvez, anunció la declinación de la candidata de su propio partido, Beatriz Paredes, quien primero emitió un comunicado críptico en el que no negaba, pero mucho menos aceptaba abiertamente, tal declinación. La misma Gálvez decidió esperar a que fuera la propia contendiente, y no el presidente de su partido, quien la anunciara, y finalmente así sucedió, en un acto atropellado y deslucido con el que se marca un deshonroso desenlace para la carrera de esta profesional de la política mexicana. La excusa para la declinación de Paredes y la cancelación de la consulta era tan circular y falaz que debería ofender la inteligencia de sus votantes: para qué iban a organizar una consulta, decían, si sólo tenían una contendiente.

Del lado de Morena el proceso fue también un experimento, pero las reglas se pactaron un 5 de junio entre todos los aspirantes, se presentaron en una reunión del Consejo Nacional unos días después, e incluyeron las propuestas más importantes del contendiente que desde el inicio figuraba en segundo lugar. Una de estas propuestas era la que llamaba “piso parejo”, que no era otra cosa que la exigencia de que la Jefa de Gobierno pidiera licencia de su cargo (y, en congruencia, todos los demás). Otra fue la de que en la encuesta hubiera únicamente una pregunta. Finalmente no fue así, pero sí hubo una pregunta que pesó más que el resto. Curiosamente, las reglas de no hacer propuestas de gobierno y no promocionarse en medios considerados opositores a la 4T, suscritas por todos, no fueron acatadas precisamente por ese mismo contendiente.

Cualquier persona familiarizada con la llamada cuarta transformación, o que desde fuera de allí sea buena observadora, sabe reconocer que Marcelo Ebrard es muy ajeno a las bases obradoristas. Esto no se debe a rasgos de su persona o su origen social (que no es muy distinto al de Sheinbaum, por cierto, también proveniente de una familia clasemediera con educación universitaria), sino a su identificación con una manera tradicional de hacer política que separa a los “expertos” o “técnicos” de las demandas populares. El gobierno de Sheinbaum en la ciudad de México fue, en gran medida, un gobierno de técnicos, pero sus programas siempre estuvieron volcados a mejorar las condiciones de vida de los más pobres (transporte público, vivienda, atención a las causas que generan violencia). No se concibió a las bases como “desinformadas” frente a los técnicos “que sí saben”. Más bien, los técnicos saben en la medida en que se informen y atiendan las justas demandas de las bases. En su corta gira, en cambio, Ebrard alcanzó a proponer un sistema de vigilancia masiva de alta tecnología, como si la seguridad fuera un problema de “atrapar delincuentes”. Se enfocó también en hablarles a las clases medias como si fueran grandes masas desatendidas por un gobierno que sacó a cinco millones de personas de la pobreza. Y por si todo esto fuera poco, después de romper, al menos en los modos y al menos hasta ahora, con Morena, para Ebrard se barajan múltiples opciones: que Movimiento Ciudadano lo haga candidato, que se lance por la vía independiente (al cierre de este texto esta posibilidad ya está cerrada, pero se contempló en su momento), que el propio Frente Amplio opositor lo atraiga en una cartera menor, que dirija el partido naranja, etc. Este mismo lunes sabremos qué decisión tomará entre las varias que se le presentan, pero no debemos dejar de reparar en que este mismo hecho, su “versatilidad política”, por decirlo suave, es justamente una de las características que le pasó factura: a Marcelo lo preferían los opositores, que lo encuentran más afín, y el obradorismo no lo ve como alguien leal a su proyecto, sino como una veleta acomodable a cualquier plataforma y a cualquier partido.

Ahora los grandes medios obvian esta radiografía e insisten en que el complejo entramado que derivó en la nominación de Claudia Sheinbaum se resume como “dedazo”, por el simple hecho de que la preferencia popular coincide con la que siempre se asumió que era la preferencia del presidente. Detrás de esa descripción está la costumbre de negarles agencia a las bases obradoristas, que para los comentaristas son incapaces de pensar o decidir por sí mismas y, si su preferencia coincide con la del presidente, no es porque ambos aprecien las mismas virtudes en una persona, sino porque el presidente inoculó los cerebros abúlicos de sus seguidores con la idea de que tienen que elegir a quien él prefiera. Y visto así, la consigna de que la designación de Sheinbaum fue “por dedazo”, no se puede probar falsa, porque en la mente circular de los opositores, si es falsa (es decir, si quien eligió a Claudia fue la gente y no el presidente) es verdadera (o sea, realmente la gente la eligió porque la prefería el presidente) y por lo tanto, es verdadera siempre. Una vez más, la oposición nos intenta explicar la realidad política con un círculo absurdo.

Lo cierto es que estamos ante un escenario distinto al que vivíamos hace dos semanas. Y, aunque ya veíamos muy de cerca el contar con dos candidatas a la presidencia, una con altísimas probabilidades de llegar, la realidad se nos impone a tropezones y nos cuesta adaptarnos a un nuevo hecho innegable: que la conducción del obradorismo ya no está en manos de López Obrador, sino de Claudia Sheinbaum, porque lo que se escogió, más allá del nombre, no es una candidata presidencial sino la nueva dirigente de un movimiento social. Un cargo que no es formal, que rebasa las lógicas electorales y los confines electoreros, pero que tiene todo el peso de hacer política desde lo popular y no desde selectos grupos encumbrados. Mientras que Marcelo buscaba (o busca) ganar una elección, Sheinbaum tiene a cargo conducir el destino de un país, ahora ya sin la mano de López Obrador -que, lo aceptemos o no, anunció y está cumpliendo con su retirada-. Y esa, más que ninguna otra, es la diferencia.

Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York y profesora-investigadora en El Colegio de México. Se especializa en el estudio del significado en lenguas naturales como el español y el purépecha. Además de su investigación académica, ha publicado en diversos medios textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje, ideología y política.

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