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Sandra Lorenzano

12/02/2023 - 12:03 am

Amanecí otra vez entre tus brazos

“Las criaturas de Puig se debaten entonces entre una existencia mediocre, convencional, y el afán de cumplir con esos imperativos categóricos que el melodrama nos transmite”.

Libros de Puig. Foto: Especial.

“Amanecí otra vez entre tus brazos”, cantaba Lucha Villa en la película “El gallo de oro” de 1964, basada en un cuento de Juan Rulfo y dirigida por Roberto Gavaldón. Con sus 28 años y ya con la voz ronca que la caracterizaba, ella era “Bernarda, la Caponera” y compartía el protagónico con Ignacio López Tarso.[1]

Cuentan que una noche, diez años después, Manuel Puig vio la cinta gracias a su amigo Xavier Labrada, quien le organizaba maratónicas y gozosas proyecciones de cine mexicano. Puig, fascinado por esa escena, escribió una obra de teatro musical basada en las canciones de José Alfredo Jiménez, y la llamó Amor del bueno.

Él creía, como uno de sus personajes, lo mismo que creían José Alfredo y Chavela (y que creemos tantos de nosotros), que: “los boleros dicen muchas verdades”. Quien no ha despertado alguna vez con ganas de cantarle al ser amado “Amanecí otra vez entre tus brazos y desperté llorando de alegría…”, perdónenme ustedes, pero no ha vivido.

Algunos años más tarde volvieron a “coincidir” Lucha y Manuel: la cantante fue “la Japonesa” en esa gran película de Arturo Ripstein que es “El lugar sin límites” (1978), con José Donoso, autor de la novela del mismo título, y Ripstein en el equipo de guionistas, más José Emilio Pacheco (¡imagínense qué lujo!) y el propio Puig. A pesar de que su nombre no aparece en los créditos, porque tuvo que salir de viaje después de escribir el primer tratamiento, su trabajo en el guion fue clave: él “tuvo la idea de que la Manuela -un genial Roberto Cobo- se vistiera de Manola, y sedujera al macho del pueblo bailando La leyenda del beso. En la novela, la Manuela es una homosexual avejentado y grotesco. Puig lo convirtió en un travesti más bien seductor”, contaba Labrada.[2]

Entrañable e irreverente, la literatura de Manuel Puig parte siempre del placer de escribir, de descubrirse escribiendo. Este narrador argentino nacido en 1932 en General Villegas (Coronel Vallejos en sus obras) recreó como nadie aquello que le dio su “educación sentimental” a generaciones completas de latinoamericanos: los grandes mitos del cine de Hollywood, y los más pequeños, pero mitos al fin, de nuestra propia cinematografía, radioteatros, novelas rosas, tangos y boleros…

Yo quería que el cine fuera la realidad, y por esolas horas que no podía pasar en el cine me gustabapasarlas contando una película, para que todo eldía fuera cine, decía.

Hay dos escenas fundacionales, en este sentido, en su literatura. La primera tiene su momento inaugural cuando el padre lo lleva a una cabina de proyección desde donde ve La novia de Frankenstein de Boris Karloff. Él tenía entonces cuatro años. El descubrimiento se convierte en pasión compartida con su madre; la pasión en un ritual cada tarde. La sala que va oscureciéndose poco a poco para dar paso al mundo glamoroso de Hollywood, mucho más atractivo que la cotidianeidad pobre y rígida de Gral. Villegas, será el espacio de reunión de la ficción y la vida.

Lucha Villa. Foto: Especial.

En el cine de los años 30 y 40 el “american way of life” es el canto a sí misma de una sociedad que se postula como el sitio donde todos pueden cumplir sus sueños, donde cualquier oficinista puede convertirse en estrella. Algo similar sucede con nuestro modesto “star-system” latinoamericano: todos podemos llegar a ser Gardel.

En Argentina, el peronismo, contexto en el cual vive su adolescencia Manuel Puig, alimenta esta fantasía a través de la construcción de sus propios mitos. ¿No fue Evita, acaso, una chica de pueblo que “llegó”? El tecnicolor iluminaba las monocromáticas vidas de la clase media, y con la promesa del desarrollo futuro todos soñaban con bajar una gran escalera como Olivia de Havilland.

Estaba planeando una escena del guión en que lavoz de una tía mía, en off, introducía la acción en ellavadero de una casa de pueblo. Esa voz tenía queabarcar no más de tres líneas de guión, pero siguiósin parar unas treinta páginas. No hubo modo dehacerlas callar.

La segunda escena fundacional es esta “aparición”, que el propio autor relata, de la voz de la tía que transforma el proyecto de un guión en el germen de su primera novela, La traición de Rita Hayworth.

“Quizá le hubiera convenido filmar sus guiones cuenta Xavier Labrada, pero nunca se animó a dirigir por rechazo a las figuras de autoridad. Era un hombre de trato muy suave, acostumbrado a cautivar con el humor o la inteligencia, y un director debe saber imponerse a los demás, cosa que le repugnaba. En Argentina le propusieron que filmara la versión cinematográfica de Boquitas pintadas, pero él se negó y sólo intervino en el guión. “¿Cómo voy a pararme en el foro con un altavoz, me decía, si yo no sé mandar?”

Ese horror a las figuras de autoridad pasa de la imagen del director a la función del narrador. Crear una literatura “no autoritaria” será una de sus búsquedas. Es en ese sentido que subrayo la fuerza inaugural de la voz de la tía, ya que serán precisamente las voces el elemento más importante de su literatura. Voces que se entretejen, en una aparente falta de jerarquías, sin un “yo” que las unifique; el narrador o incluso el autor como idea de autoridad han desaparecido. Lo que se pone en juego, aquello que con su entrecruzamiento va construyendo el relato, son diversos discursos socialmente constituidos y aprobados. Discursos sociales nacidos a veces de la oralidad, a veces de lo que podríamos llamar textos convencionales, ya sea como parodia de documentos oficiales (actas notariales, documentos policiales, etc.) o pertenecientes al sistema de los medios de comunicación (programas de radio, artículos de revistas, correo de lectores…), ya a través de escrituras íntimas como diarios o cartas. En su prosa los lenguajes sociales, con su desparpajo y sus lugares comunes, con una solemnidad al borde del ridículo, encuentran su lugar.

Como lo señaló Ricardo Piglia: “Puig fue más allá de la vanguardia; demostró que la renovación técnica y la experimentación no son contradictorias con las formas populares”.

Para mí la cursilería no es una mala palabra, no es una vergüenza. Yo soy profundamente cursi y me diferencio de mis personajes porque soy consciente de eso y lo he asumido.

Manuel Puig trabaja en sus obras a partir de esa cursilería como la protagonista de su obra La tajada, también él grita “¡soy cursi!” y, a la vez, de la conciencia que tiene de la atracción que ella ejerce sobre sí mismo y sobre su escritura.

Umberto Eco escribió, “Pienso que la actitud posmoderna es como la del que ama a una mujer muy culta y sabe que no puede decirle «te amo desesperadamente», porque sabe que ella sabe (y que ella sabe que él sabe) que esa frase ya las ha escrito Corín Tellado. Podrá decir: ‘Como diría Corín Tellado, te amo desesperadamente’.”

Las criaturas de Puig se debaten entonces entre una existencia mediocre, convencional, y el afán de cumplir con esos imperativos categóricos que el melodrama nos transmite:

Amor, Odio, Desesperación, todos con mayúsculas. Nené, por ejemplo en Boquitas pintadas, intenta escapar de la realidad de su desapasionado y clasemediero matrimonio con el recuerdo del romance que la ligó en su juventud a Juan Carlos. O Molina, en El beso de la mujer araña, que se refugia en el relato de las películas que ha visto para olvidar que está preso. O las maravillosas viejas de Cae la noche tropical… y podríamos seguir enlistando sus libros. Puig ve con ternura irónica la distancia entre la fantasía y la realidad; entre el inútilmente esperado galán de nuestros sueños y la vida cotidiana; entre los baños de burbujas hollywoodenses y los refrigeradores pagados en cuotas. Con esta ternura incorpora tales elementos al entramado de sus novelas y abre así un camino inédito para la literatura de estas tierras.

México representaba, sin duda, todo eso que a él lo seducía:

Ya había pasado por México varias veces como turista y siempre me había resultado difícil irme. Muchas cosas me atraían. Ante todo, cierta alegría de vivir. Me daban ganas de quedarme. […] El enamoramiento que me produjo el cancionero mexicano de que había encontrado una segunda patria…

Desde esta segunda patria le hacemos un guiño a Manuel Puig, al que fue y al viejito seductor que seguramente sería hoy, con sus noventa años recién cumplidos, si la muerte no le hubiera jugado tan mala pasada a los cincuenta y ocho, obligándolo a abandonar las bugambilias, la alberca, la escritura, las largas sesiones de cine, de aquella casa de Cuernavaca en la que había planeado envejecer.

Como también soy cursi -¡y a mucha honra!, como quizás dijeran Corín Tellado y Umberto Eco- deseo celebrar el 14 de febrero amaneciendo otra vez entre los brazos amados.

¡A tu salud, querido Manuel! ¡Felices noventa!

 [1] Asómense al ver esta joya, por favor:

[2] Enrique Serna, “Manuel Puig en México. Entrevista con Xavier Labrada”, en VVAA, La literatura es una película, México, UNAM – Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, 1997.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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