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Óscar de la Borbolla

13/05/2019 - 12:04 am

Ontología y mecánica cuántica de los sueños

Era muy tranquilizador creer que la ciencia sí nos encaraba con el mundo de afuera de nosotros, pero quien vino a romper con esta ilusión, además de los filósofos, fue la mecánica cuántica

Era muy tranquilizador creer que la ciencia sí nos encaraba con el mundo de afuera de nosotros, pero quien vino a romper con esta ilusión, además de los filósofos, fue la mecánica cuántica Foto: Especial.

Durante muchos años la ciencia fue convenciéndonos de que más allá de las impresiones individuales o de las creencias colectivas había una vía para acercarnos al mundo de a deveras; no sólo a las apariencias que nos dan los sentidos y de las que, como se dice, uno se hace ideas, sino al mundo real. Y si acaso alguna teoría científica no concordaba puntualmente con el objeto que intentaba explicar, pues aparecía una siguiente verdad más atinada y que cuadraba mejor. Tal es el caso de la Ley de la Libre Caída de los Cuerpos de Galileo que fue superada y perfeccionada por la Ley de la Gravedad de Newton, por citar un ejemplo. La ciencia, creíamos, daba cuenta de lo real (y estoy usando el término “real” en su sentido más estricto: diferente a “realidad” que es una mera representación subjetiva de cuanto nos rodea. Hechos, métodos, experimentos nos llevaron a creer que lo científico no sólo era la mejor versión posible, sino la representación de lo real tal cual es: la verdad. Estábamos, pues, muy contentos suponiendo que con la ciencia descifrábamos el mundo, que sabíamos cómo es en sí mismo.

Las cosas han cambiado. La ciencia ya no se concibe a sí misma como La verdad, aunque siga convencida –y, a mí entender, con razón– de que es la más confiable representación de lo real, aquello que nos ofrece no lo real mismo, sino la mejor versión de la realidad.

Este cambio de paradigma, más allá de todas las consecuencias posmodernas que acarrea, ha dado al traste con el camino de acceso a lo Real. Estamos metidos en nuestra conciencia y lo que vemos son representaciones, “fenómenos” como los llamaba Kant o, dicho de manera más franca: estamos en un sueño, y hay sueños más frecuentados que otros: los “normales” comparten un mundo en común; los “locos” tienen sueños más personales (para parafrasear a Heráclito); pero unos y otros no pueden acceder a lo real: no hay salida de la caverna de Platón, la cosa misma, el nóumeno se mantiene vedado.

Era muy tranquilizador creer que la ciencia sí nos encaraba con el mundo de afuera de nosotros, pero quien vino a romper con esta ilusión, además de los filósofos, fue la mecánica cuántica al mostrar que el observador modifica inevitablemente lo observado, y no porque la tosquedad de sus instrumentos de medición alteren el resultado, sino porque el resultado es uno si se mira y es otro si no se mira. En el famosísimo experimento de la doble rendija ocurre un fenómeno inconcebible: al disparar fotones a una placa con dos rendijas aparece en la placa fluorescente, donde los fotones impactan, un patrón de interferencia que, por relatarlo de algún modo, consiste en varias franjas luminosas separadas por franjas oscuras. La explicación de este fenómeno hace suponer que el fotón se comporta como una onda, como un oleaje que al ir y venir provoca valles y crestas y, por ello, se presenta el referido patrón de interferencia; sin embargo, si se coloca un sensor para determinar por cuál de las dos rendijas pasa el fotón, entonces desaparece el patrón de interferencia y sólo se da en la placa fluorescente el impacto de los que pasan por una rendija o por la otra, es decir, aparecen sólo dos franjas luminosas y, entonces, la explicación es que el fotón se comporta como partícula, es decir, no como onda.

Si el observador modifica la naturaleza por el hecho mismo de mirar o no mirar, o sea, por la pura observación, entonces, más allá de que la mecánica cuántica sea rara porque nos habla de estados de superposición que se colapsan en un sentido u otro según se observe o no, lo realmente extraño es que investigando la naturaleza, la cosa misma, nos encontremos con nosotros, con que “el ser -como decía George Berkeley- es lo percibido”.

El paradigma antiguo de la ciencia, aquel que nos ofrecía La verdad, se afincaba en lo que se denomina Realismo Ingenuo. Hoy la ciencia investiga, obtiene datos y luego busca el algoritmo que ordena esos datos y postula un modelo, un modelo entre otros modelos. Ninguno de los cuales pretende ser el que capta la racionalidad de lo real, sino simples modelos que funcionen prácticamente y cuyo grado de validez -no de verdad- es su capacidad de predicción. Hoy, la ciencia ya no es una vía para conocer la naturaleza, pues la naturaleza es una representación en la conciencia. Conocemos -en otras palabras- nuestro sueños, nuestras representaciones mentales. Cuanta razón tenía el poeta Pedro Garfias cuando gritaba: ¡Dejadme saber mi sueño!

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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