Ya no procrastinar la democracia

16/11/2015 - 12:00 am

Posponer es un hábito feo, indeseable y dañino, pero se salva un poco porque tiene un sinónimo elegante: Procrastinar. Quiere decir lo mismo, diferir, aplazar, pero no es lo mismo. Mi remordimiento siempre será más amargo si pospongo algo que si lo procrastino elegantemente.

Tenía la impresión de que este término viene del inglés, porque nunca lo había escuchado y de repente me lo encuentro cada dos días; supuse que por la creciente influencia yanqui en nuestra mexicana cotidianeidad. Pero no: viene del latín. Wikipedia aporta un significado en inglés más amplio que la RAE: “Self-regulation failure of performance”, algo así como una falta voluntaria de acción. Podría traducirse también como “la inacción por decisión personal”.

No se confunda la espera sabia -que es una virtud- con procrastinar, un vicio que obstruye la acción, que la pospone sin razón válida. La gente de campo sabe mucho sobre la espera: cuándo comenzar a preparar el campo, a deshierbar, cuándo surcar la tierra, cuándo fertilizar, sembrar, regar, fumigar y finalmente cosechar el fruto. Quien quiera abreviar el ciclo comerá solo semillas, y quien procrastine las tareas obtendrá acaso una flaca cosecha de fruto malo.

Ese conocimiento de los procesos y sus tiempos ya está enterrado bajo toneladas de la tecnología que rige nuestra actualidad. Fuera de las calles de una ciudad no sabemos encontrar los puntos cardinales. Fuera de una tienda no sabemos cuál fruto es comestible y cuál no. Hemos perdido una valiosa conexión con la naturaleza, la vida, y por esa ignorancia tenemos la osadía de aplazar lo impostergable.

Nos atrevemos a procrastinar porque asumimos que la vida nos esperará a que tengamos energía, valor para hacer algo, o cuando menos ganas. Creemos que siempre habrá tiempo para corregir el error de no actuar a tiempo. Las principales religiones ofrecen una vida después de la muerte, en la que viviremos felices y olvidaremos las penurias de este mundo. Y los fieles, acostumbrados a esperar siempre algo, no tienen realmente una razón de peso para actuar hoy. Pueden procrastinar, ¿por qué no? “Luego lo arreglo, luego lo hago, luego voy, luego lo pago… Y en cuantito sienta que me estoy muriendo, me arrepiento en general y listo, seré feliz para siempre.”

Nosotros, el pueblo de México, estamos hundidos hasta el cuello en este lodazal de procrastinación. “Mañana te hablo… y si no, me recuerdas.” Pero el tiempo no deja de correr sólo porque una persona o la sociedad se detengan; el tiempo y el cambio siguen. Y si no se remedia una situación que requiere atención urgente, el cambio va de mal en peor. Así, acurrucados en la pasividad, es como hemos llegado al punto de criminal descomposición social en el que hoy vivimos.

Supongo que cuando aparezca un líder que convenza a todos de participar, entonces sí le entraremos al toro. Pero todo líder tiene algo de positivo y de negativo, lo cual resulta un pretexto ideal para esperarnos a las próximas elecciones, a que suba el peso, a que se encuentren a los 43, a que se eliminen 200 curules en el Congreso. Esperamos una oportunidad tan, tan buena, tan perfecta y adecuada que nunca llega, porque sólo existe en los discursos intencionalmente alucinógenos.

Y mientras, el deterioro crece inadmisiblemente como en los últimos sexenios. O qué, ¿a poco hace diez o veinte años se imaginaba usted que algún día llegaríamos a estar como hoy estamos? Me refiero a la obscena desigualdad económica, a la corrupción que mata de hambre, el debilitamiento de la ciudadanía, la delincuencia organizada, a las decisiones gubernamentales contrarias al pueblo, a la criminalización de la protesta, etcétera, todo lo cual ha crecido porque no hemos puesto remedio. Lo hemos pospuesto.

Y no se vale fugarse por exclusión. Cuando en una conversación nos referimos a que “el  mexicano” es tal y tal cosa, que nunca participa, que es agachado, abúlico, perezoso, transa y todo lo deja para después, estamos precisamente posponiendo nuestra participación; nos hacemos a un lado para quedamos fuera sin querer ver que eso, no participar, también es una decisión que tomamos: la de procrastinar nuestra acción.

No queda tiempo. La única opción es asumir cada uno, desde ya, el papel de verdadero ciudadano y dejar de procrastinar el gobierno del pueblo, que eso es la democracia.

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