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Héctor Luis Zarauz López

17/04/2022 - 12:02 am

Estrategia energética

“El camino no ha sido sencillo pues han gravitado factores como la pandemia que ha deprimido el consumo de petróleo y derivados, y más recientemente las condiciones impuestas por la guerra de Rusia y Ucrania…”

Foto: EFE

I. Los inicios

La utilización del petróleo como combustible es ancestral, pero no fue sino hasta el siglo XIX cuando a través de procesos de transformación (refinación) se empezó a utilizar de manera más industrial. En principio como iluminante a través del queroseno, o bien como lubricante, mediante aceites. Sin embargo, el consumo del petróleo y sus derivados tendría su verdadero incremento a partir del descubrimiento y popularización del motor de combustión interna que cambió de manera definitiva (hasta nuestros días), los patrones de consumo energético en el mundo. Fueron varios los ingenieros que contribuyeron a su desarrollo, un momento clave se dio en 1872 cuando el estadounidense George Brayton diseñó un motor de combustión continua. Por su parte Karl Benz mejoraría las bases de compresión del motor, nuevas mejoras provendrían de otro ingeniero alemán, Rudolf Diesel y así sucesivamente. Hasta entonces las máquinas de ferrocarriles y barcos se movían con carbón mineral, pero en lo sucesivo, debido al desarrollo de los nuevos motores se requeriría, principalmente, de un derivado del petróleo para su funcionamiento: la gasolina.

Pronto el nuevo combustible empezó a ser preponderante, aunque no el único, en la movilización de máquinas, a ello se sumaría el descubrimiento y perfeccionamiento en la construcción de automóviles con motores de combustión interna. Pronto el crecimiento de la industria automotriz, estimularía aún más las necesidades de contar con grandes cantidades del combustible.

 

II. El afianzamiento

En nuestro país estas innovaciones tecnológicas llegaron relativamente rápido ya que, hacia los finales del porfiriato se empezaron a utilizar los nuevos motores en los ferrocarriles. Sumado ello al desarrollo del uso del automóvil y al consumo internacional (desde los años de la Primera Guerra Mundial), se dio un definitivo aumento en la demanda del petróleo y sus derivados.

En los años posteriores a la Revolución, se observó que los precios establecidos por las compañías petroleras extranjeras eran muy onerosos para los Ferrocarriles Nacionales, por ello se empezó a desarrollar, por parte de los gobiernos posrevolucionarios (iniciando con el de Álvaro Obregón), la idea de producir los combustibles que consumían las empresas del propio Estado. Por ello se dieron algunos intentos, con resultados modestos, por formar compañías petroleras estatales (a saber: el Control de la Administración del Petróleo Nacional, Petróleos de México S.A. y la Administración General del Petróleo) para que proveyeran de combustible a los ferrocarriles nacionales, quedando clara la importancia de los energéticos petroleros.

El paso definitivo en el control de este bien estratégico se dio en 1938 con la nacionalización petrolera y con la formación de una nueva empresa estatal: Petróleos Mexicanos. A partir de entonces, no obstante altas y bajas, contradicciones y divergencias, se fue dando un proyecto nacional por establecer y desarrollar la industria petrolera en sus distintas fases (exploración, extracción, transformación, comercialización) que permitieron y apuntalaron el desarrollo industrial del país, cierto crecimiento agrícola y en las vías de comunicación.

Así se construyó la infraestructura petrolera, el ejemplo más claro de ello fue la creación y modernización de una red de refinerías: Minatitlán, Poza Rica, Ciudad Madero, Azcapotzalco, Tula, Salamanca, Cadereyta y Salina Cruz (en distintos momentos), que fueron potenciando los volúmenes de producción de gasolina y otros subproductos.

Los resultados se observaron en el curso del tiempo, por ejemplo, hacia 1938 la producción y capacidad de refinación de todo tipo de subproductos (gasolina, combustóleo, diésel, etc.) era de 92 000 barriles diarios, pasando a 357 000 en 1959, a 760 000 en 1973, y hasta 1 620 500 en el año de 1982 en todos los derivados del petróleo.

Específicamente la producción de gasolina aumentó de 10 246 barriles diarios en 1940 a más de 31 mil en 1950, a 140 mil en 1970, hasta casi 420 mil en 1990. De tal manera que, prácticamente, desde las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado, México logró ser autosuficiente en la producción de derivados de petróleo.

Se consideraba entonces que la inversión en los energéticos, en especial en la industria petrolera, era clave para propiciar el desarrollo industrial por lo cual en muchas ocasiones los productos de PEMEX estaban subsidiados.

 

III. La debacle

Como es sabido, a partir de los años 80 se pusieron en boga nuevas directrices económicas mundiales que tuvieron su símil en México, los principios de “eficiencia” administrativa, “adelgazamiento” del Estado y subordinación a las leyes del mercado se impusieron. Desde entonces, con los llamados gobiernos neoliberales (particularmente desde el año 2000) se disminuyó la inversión en la industria petrolera (como se sabe se llegó al caso patético de hacer enormes gastos en la construcción de una refinería en el estado de Hidalgo, misma que nunca se edificó), se potenció la participación de capital privado extranjero y nacional, privilegiando los negocios particulares a una visión de estrategia nacional en materia de energéticos.

Otro dato revelador de los errores de esa política energética, se mostró en la capacidad instalada de refinación, que disminuyó de 1.59 a 1.27 millones de barriles diarios entre los años 2004 y 2015, produciéndose este último año 325.3 mil barriles diarios de gasolina, es decir por debajo de los niveles logrados 30 años antes; ello demostró, ya no digamos un estancamiento, sino una involución en términos netos, sin considerar que la demanda de hidrocarburos había aumentado. Lógicamente nuestro país se convirtió en importador de gasolinas, por ejemplo, en el 2010 se importaron 138.3 millones de barriles de gasolina y en 2015 fueron 155.7 millones (aproximadamente el 60% de las gasolinas consumidas en el país provenían del extranjero en ese periodo) no obstante ser un productor y exportador de petróleo. Por ello México desde el año 2010 tiene una balanza petrolera deficitaria, inercia que no se ha podido revertir todavía. Es decir que se creó un verdadero desastre, producto de la corrupción y de las medidas neoliberales que permitieron el deterioro de esta industria y que subordinaron la explotación de los bienes nacionales a los intereses privados y extranjeros. Ello quedó reflejado en la llamada Reforma Energética echada a andar en el año 2013, lo cual representa el punto más bajo en las intenciones de alcanzar la autonomía nacional en materia energética y petrolera; es sin duda el epítome del entreguismo y la corrupción.

 

IV. Los retos

Desde entonces hay un replanteamiento en materia energética, el cual es deseable sea acertado y funcione. De tal forma se ha renovado la intención de apuntalar la industria petrolera, como parte de una estrategia más amplia que considera a las diversas fuentes de energía como estratégicas (notoriamente la eléctrica y el litio según se ha manifestado recientemente) y fundamentales en el desarrollo del país.

En consecuencia, hacia esos rubros se han dirigido los esfuerzos políticos (el impulso a una reforma eléctrica que recupere el control de este bien por parte de la CFE y la protección en la explotación del litio) y amplias inversiones económicas (como lo muestran la adquisición de una refinería en Deer Park, Texas y la construcción de otra más en el municipio de Dos Bocas, así como la restauración del sistema de refinerías ya existentes). Ello ha permitido, de acuerdo a datos oficiales, revertir mínimamente las inercias de decrecimiento y aumentar la capacidad de procesamiento de petróleo hasta un poco más de 846 000 barriles diarios (en el mes de febrero) y con ello la producción de gasolinas.

El camino no ha sido sencillo pues han gravitado factores como la pandemia que ha deprimido el consumo de petróleo y derivados, y más recientemente las condiciones impuestas por la guerra de Rusia y Ucrania, que por una parte han disparado los precios del petróleo crudo (en general alrededor de los 100 dólares el barril), del cual somos exportadores por lo cual aumentarán los ingresos nacionales (según se calcula en 535 mil millones de pesos), pero también de los precios de las gasolinas, de las cuales somos importadores y cuyo impacto desconocemos con precisión pues por una parte se da un gasto mayor en la compra de gasolina y por otro, debe considerarse que los precios del litro de este combustible están subsidiados, lo cual implica una disminución en la recaudación de estos impuestos. De ahí la importancia de poder producir los combustibles que consumimos.

En ese sentido se ha señalado desde la presidencia, que la meta es lograr, hacia el año 2023, la autosuficiencia en materia de producción de gasolinas, y disminuir la exportación de petróleo crudo, bajo la consideración de que los combustibles fósiles no son renovables y que es un bien que debe administrarse para generaciones futuras.

Los contextos internacionales que vivimos actualmente parecen apuntalar esta idea de la autosuficiencia energética, la guerra entre Rusia y Ucrania han demostrado que el mundo sigue siendo muy dependiente del petróleo y sus derivados, que todavía la humanidad está lejos de sustituir este patrón energético, y que las adaptaciones a otras fuentes energéticas (solar, eólica, nuclear) son deseables pero todavía tomarán algún tiempo y en todo caso serán complementarias con el petróleo por muchos años. No por nada el enviado del gobierno de los Estados Unidos, John Kerry, sin ningún pudor ha declarado la “preocupación” de su país por los intentos de fortalecer la presencia del Estado mexicano en la producción y distribución de la energía eléctrica; seguramente esta actitud injerencista se inscribe precisamente en esta idea de que el control de los energéticos es vital. En ese sentido habrá que integrar una defensa de los bienes de la nación, fortalecer su administración y contemplar su utilidad en términos estratégicos.

 

 

Héctor Luis Zarauz López
Sociólogo e historiador. Se ha dedicado a trabajar temas de historia regional, económica y social, con énfasis en los periodos del porfiriato, la revolución y el México contemporáneo. Con sus trabajos ha obtenido reconocimientos como el Premio Salvador Azuela del INEHRM y mención honorífica en el Premio Marcos y Celia Maus. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Actualmente es integrante del seminario permanente de Historia Contemporánea y del Tiempo Presente. Es autor de varias obras: “Álvaro Obregón y la reforma a la Suprema Corte de Justicia de la Nación en el año de 1928”; “Valentín Elcoro e hijos. Historia de una vida empresarial”; “Tiempo de caudillos, 1917-1924”; “La revolución en la ciudad de México 1900-1920”; “La fiesta de la muerte; México. Fiestas cívicas, familiares, laborales y nuevos festejos”, entre otros títulos. Actualmente es profesor e investigador en el Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora.

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