El jícuri: la otra cara de Wirikuta

20/06/2013 - 12:00 am

Los huicholes o wixaritari –quizá el pueblo originario que más conserva los rasgos culturales mesoamericanos– están estrechamente vinculados al  jícuri o peyote. Éste es un pequeño cactus que se distribuye actualmente en las zonas desérticas de México; la literatura reporta que se le puede encontrar en los desiertos de Norteamérica.

Junto con el maíz y el venado, está relacionado con los mitos de origen de este pueblo. El jícuri hace su aparición dentro de la cosmogonía wixarica o huichola, cuando les salva del hambre y los cura de sus enfermedades. Cada botón de peyote es la huella del Hermano Mayor –el Venado Azul (Kauyumari)– que habita la tierra sagrada de Wirikuta.

Esta planta sagrada contiene más de 400 sustancias químicas entre las que destaca la mescalina, cuyos efectos por su consumo se manifiestan en náuseas,  introspección,  psicodelia y  activamiento de la libido, entre otros.

Para los huicholes, el jícuri es el espíritu de un abuelo, el que con sabiduría y paciencia enseña, no sin algún merecido regaño. Anualmente realizan una peregrinación de casi 550 km desde el norte de Jalisco y sur de Nayarit donde habitan, hasta Wirikuta, para “cazar al venado”, es decir, recoger jícuri para su consumo durante sus festividades y ceremonias. Anteriormente recorrían esta distancia a pie con una duración de tres meses. Aún cuando en la actualidad se hace en automotores, es obligado el paso a cada sitio sagrado donde habitan sus dioses, a los que les llevan ofrendas. Este intercambio simbólico asegura el orden del cosmos de los wixaritari.

En la actualidad, este pueblo se enfrenta a problemas vinculados al desarrollo minero en la zona, lo cual ha acaparado la atención nacional e internacional. Sin embargo, poco se ha dicho de la tragedia del peyote.

La llamada “búsqueda de camino” o el “despertar de la conciencia” a través del uso de esta planta sagrada, está amenazando sus poblaciones. El resurgimiento del chamanismo y los movimientos new age, están contribuyendo a su disminución. No es raro encontrar cerca de Real de Catorce o Wadley a jóvenes acompañados de un “maestro” en busca de esta planta. En muchos casos, su consumo en el desierto se ha tornado una especie de “rito de paso” dentro de esos círculos, lo cual en sí no implica una práctica inapropiada. El problema es que también es común su uso con fines únicamente alucinógenos, lo que para los huicholes representa mancillar una esencia sagrada y profunda de su cosmovisión. El jícuri no provoca alucinaciones, más bien presenta otra cara de la realidad. Para consumirse se necesita ser hombre fuerte de corazón como dicta la “costumbre” huichola. Ello evita que se vean cegados por el poder y la ambición.

En algunos lugares de Wirikuta se ha regulado el acceso y consumo de jícuri siempre y cuando no se lleve ningún ejemplar fuera de la zona. Desgraciadamente, es difícil controlar su extracción, por lo que de diferentes partes de México y del extranjero se saquean anualmente cientos de peyotes frescos o en polvo. Cuando es en esta última presentación, los transportan sin mayor dificultad haciéndolo pasar por algún producto naturista. Reportes señalan la existencia en Wirikuta de casas en cuyo patio trasero existían alrededor de 10 mil cabezas de jícuri. Éstas eran “procesadas” por un grupo de jóvenes nacionales y extranjeros, quienes emulando una producción en serie, los limpiaban, los partían en gajos, los disponían bajo el sol para su secado y los molían.

Existen algunos “círculos espirituales chamánicos” en México con sucursales en Sudamérica y Europa, que han aprovechado la poca vigilancia existente sobre esta cactácea para su distribución. En España se vende por Internet la planta en fresco, en polvo y la semilla para su cultivo, sin la menor restricción.

Por otra parte se está expandiendo el cultivo de jitomate en Wirikuta cuya actividad conlleva arrancar el peyote existente en el área de siembra. La ganadería extensiva también significa una merma para la población natural, dado que los animales lo ingieren. Sería interesante conocer los efectos sobre la población de peyote en las áreas donde los jales de las mineras han impactado el entorno natural.

Finalmente, es importante mencionar que existen algunos círculos que buscan la legalización del uso del peyote con fines chamánicos, para lo cual están utilizando las figuras jurídicas de “iglesia” y “religión”. Independientemente de su confusión entre lo que implica espiritualidad y tradición, por un lado, y religión e iglesia por el otro, antes de pensar en ello sería importante, por ejemplo, tener un estudio de ecología de poblaciones de este cactus que permita conocer a detalle sus rasgos demográficos y su distribución. Además, se hace necesario tomar medidas de control de tráfico de peyote más efectivas, dado que su precio en el mercado negro en México está alrededor de los 250-300 pesos por pieza. Legalizar su uso para aquellos que no son huicholes, implicaría una verdadera depredación hacia este cactus. Tiene que ser así, de otra manera esto podrá conducir a lo que algunos grupos han provocado como es el saqueo de zonas arqueológicas, la mala conducción de ceremonias chamánicas y el mal uso del jícuri por falsos “maestros” que tergiversan la esencia de la cultura huichola y de los nativos americanos.

Pablo Alarcón Cháires
Nació en Morelia, Mich. Estudió biología y cursó una maestría en Manejo de Recuros Naturales en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Actualmente labora en el Laboratorio de Etnoecología de la UNAM y participa en el programa de docencia de la ENES-Morelia. Ha realizado contribuciones periodísticas en La Jornada, La Jornada Michoacán y otros diarios de circulación estatal.
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