El día después de “Manuel” en Michoacán

22/09/2013 - 12:00 am

La intermitente energía eléctrica empezó a dar cuenta de los estragos que las tormentas tropicales tenían en México. Recién nos enterábamos de las dimensiones y consecuencias que iban dejando por su paso tales fenómenos meteorológicos en el territorio nacional. Ahora amenazaban con llegar al sitio donde estábamos acampados.

Días antes, con información básica sobre el clima que no implicaba grandes riesgos, habíamos llegado a la playa de Colola, Michoacán, a participar en el programa de conservación a la tortuga marina que realiza la Comunidad Indígena El Coire.

La noche anterior a la llegada de “Manuel”, sólo una ligera lluvia había apresurado nuestros pasos a mejor resguardo, no sin antes haber recogido varios nidos de tortuga, tomado datos científicos y trasladar las nidadas a un vivero protegido.

El día siguiente, si bien estuvo  nublado, no hubo ningún indicio de algún riego climático. Fue en la tarde cuando efectivos de la Secretaría de Marina pasaron por los diferentes pueblos costeros notificando la llegada de la tormenta tropical “Manuel”, lo cual sucedió por la madrugada.

Su paso por Colola implicó un fuerte viento que hizo casi imposible amanecer seco. Las primeras horas de luz dieron cuenta de un mar embravecido con un oleaje intenso que, como lo reconocerían los lugareños, era “raro” dado que venía de otra dirección de lo que comúnmente ocurre.

Al bajar la lluvia y el viento, vimos la oportunidad de  iniciar el retorno a Morelia. Camiones de transporte y de carga provenientes del puerto de Lázaro Cárdenas con destino a Manzanillo, advertían que en la carretera había árboles caídos, pero existía circulación hasta el primer puerto mencionado. Además, la información que nos proporcionaron los habitantes del lugar, aseguraba que esa tormenta ya había pasado y que lo fuerte era cuando iniciaba. Lo que no sabían ellos eran las consecuencias raras e históricas de que dos meteoros de la magnitud de “Manuel” y de “Ingrid” se conjuntaran al mismo tiempo por los flancos mexicanos.

Ante la incertidumbre de lo que se avecinaba y con el fin de tratar de liberarnos de la “cola” de la tormenta, emprendimos el regreso.

Árboles y algunos derrumbes retardaron la circulación por la zona. Fue hasta llegar a una localidad de nombre La Huahua que nos topamos con la realidad: el paso estaba bloqueado, según mencionaron marinos que circulaban por la zona. Varios camiones de transporte y vehículos particulares esperaban la posibilidad de poder continuar su camino hacia Lázaro Cárdenas.

Ante la incertidumbre decidimos quedarnos y por fortuna encontramos un modesto hotel playero cerca del lugar, en el cual pasamos la noche del 15 de septiembre, bajo una continua lluvia cuya intensidad variaba al paso de la noche.

Al día siguiente nos enteramos que dos puentes, además de derrumbes y rupturas de la carretera, hacían imposible circular hacia Lázaro Cárdenas; su arreglo implicaría varios días. Esta preciosa información (rara en una localidad incomunicada), aunada al hecho de que estaba llegando gente proveniente de Colima, nos hizo tomar la decisión de tratar regresar por la autopista de Guadalajara.

El regreso por la zona de curvas de la carretera costera resultó  difícil, dado los derrumbes y  la gran cantidad de árboles atravesados sobre la cinta asfáltica. Ello nos obligaba a bajarnos a retirar piedras y a cortar ramas y troncos con machete para que pudiera pasar nuestro transporte. Impresionante fue ver los caudalosos y ruidosos ríos de la zona cuya fuerza y dimensión impresionaban a los propios lugareños.

Finalmente llegamos a Tecomán, casi cuatro horas después. Y es donde realmente empieza la tragedia. Para empezar, en ningún momento observamos personal de protección civil o de la Secretaría de Marina en puestos de socorro, que se supondría deberían estar presentes en la zona dada la contingencia que atravesaba el occidente mexicano. Lo único parecido fue un destacamento militar cerca de los límites entre Colima y Michoacán cuyo único fin fue detenernos para inspeccionar el camión en busca de armas o narcóticos. Ni siquiera ellos estaban enterados del drama que vivía la sierra-costa michoacana.

En cambio, cuadrillas de Telmex y de la Comisión Federal de Electricidad transitaban en sentido contrario a nosotros rumbo al escabroso camino donde habitan pueblos aislados que ni aún hoy son mencionados por la prensa.

La llegada a Tecomán fue bajo una lluvia intensa, atípica. Los lugareños mencionaban que era la primera vez que veían algo similar. Se daban visos de posibles inundaciones por lo que dejamos esta ciudad.

No bien habíamos dejado Tecomán, cuando nos encontramos una escena “hollywoodense”: decenas de carros huían del mal tiempo hacia Guadalajara. Por si fuera poco, la llegada de “Manuel” a tierra colimense coincidía con el fin de un puente vacacional y muchos regresaban a sus hogares. Se formaron dos filas de vehículos de casi cinco kilómetros de largo que paulatinamente aumentaban su extensión ¿por qué? por la caseta de peaje de San Marcos. Kilómetros más adelante, después de dos horas de fila logramos librar dicha caseta, pero nos toparíamos con otra fila de vehículos mucho más larga. El motivo fue el mismo: la caseta de peaje pero ahora de Acatlán de Juárez.

¿En qué mente cabe que en un momento de contingencia y emergencia se obstruya el tránsito por el pago de casetas? ¿será posible que Caminos y Puentes Federales de Ingresos y Servicios Conexos (Capufe) no tenga previsto este tipo de contingencias? ¿Por qué no obligar a los concesionarios de las carreteras a dejar el paso libre ante el peligro? El caso es que llegamos a Morelia a las 4:30 AM, casi 20 horas posteriores al día después de “Manuel”, retrasados por este tipo de rapiña institucionalizada que es la que más molesta. Como nuestra historia hay muchas y más dramáticas.

Es claro que carecemos de cultura para la prevención del riesgo. Pero las autoridades competentes, las dedicadas a ello, están peor. La prueba está en que sabiendo las posibles consecuencias de la conjunción de dos tormentas tropicales, hubo poca o nula coordinación preventiva entre los gobiernos federal y estatales. Ahí están las consecuencias.

Por cierto, Michoacán no ha entrado en el discurso de Peña Nieto ante estos desastres.

Pablo Alarcón Cháires
Nació en Morelia, Mich. Estudió biología y cursó una maestría en Manejo de Recuros Naturales en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Actualmente labora en el Laboratorio de Etnoecología de la UNAM y participa en el programa de docencia de la ENES-Morelia. Ha realizado contribuciones periodísticas en La Jornada, La Jornada Michoacán y otros diarios de circulación estatal.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas