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Sandra Lorenzano

25/09/2016 - 12:04 am

Amores cruzados

Muchos de las anécdotas que Elena Garro le escribió a su amiga Ninfa Santos (otro personaje fascinante y aún muy poco trabajado en la historia literaria latinoamericana) pasaron a formar parte después de las páginas de Testimonios sobre Mariana.

No conocí ser más adictivo que Elena Garro.

Elena Poniatowska

“Adolfito, es el momento de que te pida un favor muy delicado al que no puedes negarte”, le escribía Elena Garro a Adolfo Bioy Casares en 1972. Foto: Especial.
“Adolfito, es el momento de que te pida un favor muy delicado al que no puedes negarte”, le escribía Elena Garro a Adolfo Bioy Casares en 1972. Foto: Especial.

Tomi, Anamaría, Maxi y Lafitte, tuvieron un destino casi gauchesco, diría yo. Como Martín Fierro, se perdieron en el interminable paisaje pampeano. No fue ésa la intención de su madre al ponerlos juntos en una caja que mandó a la calle Posadas, en pleno barrio porteño de Recoleta.

“Adolfito, es el momento de que te pida un favor muy delicado al que no puedes negarte”, le escribía Elena Garro a Adolfo Bioy Casares en 1972. A Bioy aquello de hacerse cargo de los gatos favoritos de Elena le pareció seguramente una locura. Considerando además que los animales preferidos por Silvina, la menor de las Ocampo y su mujer desde hacía años, eran los perros, ni siquiera se molestó en ir por ellos al aeropuerto sino que le pidió a su chofer que los recogiera y los llevara directamente a la estancia familiar.

Al llegar al campo, los cuatro bichos huyeron despavoridos, y aparentemente no se volvió a saber de ellos. Aunque hay versiones, en especial la de José Bianco, que dicen que Elena supo que mandaron castrar a Tomi y fue ese hecho el que marcó el quiebre definitivo con quien vivió una intensa historia de amor. Como en todo lo que tiene que ver con Elena Garro, las versiones suelen ser disímiles, y muchas veces contradictorias. Lo que se sabe es que el desencuentro felino marcó el final del romance. “Ese día se murió Bioy para mí”.

Antes de esa ruptura habían intercambiado casi cien cartas como puede verse en el archivo que hay en la Universidad de Princeton. La correspondencia suple la distancia: después del flechazo en París en 1949, sólo vuelven a verse dos veces en la vida: en 1951, nuevamente en París, y en 1956, en Nueva York. A lo largo de 20 años, él le envió 91 cartas, 13 telegramas y tres postales. Cómo atrae curiosear en la correspondencia íntima, ¿verdad? Y si ese “chisme” se vuelve literatura, ¡ni se diga!

Muchos de las anécdotas que Elena Garro le escribió a su amiga Ninfa Santos (otro personaje fascinante y aún muy poco trabajado en la historia literaria latinoamericana) pasaron a formar parte después de las páginas de Testimonios sobre Mariana, cuyo protagonista, Vicente, está basado en el escritor argentino. Cito sólo un ejemplo del comienzo de la relación, relatada aquí por el propio Vicente, y que a Garro le gustaba contar en cartas y entrevistas:

“- ¿Sabes? Tú eres de campo. No te va la ciudad. Deberías ser leñador… o más bien un oso.

Quise besarla por su tontería y abrí la cajuela y saqué un kleenex, le tomé la barbilla y le borré los labios.

– ¿Por qué? – preguntó extrañada.

– Porque la voy a besar.” (Grijalbo, México, 1981, p. 11)

Testimonios sobre Mariana es una novela que pasa de ser deliciosa y aparentemente ligera, a transformarse en un relato sumamente doloroso. Como la propia vida de Elena.

También ella se convirtió en personaje de una de las novelas de Bioy. En realidad ese romance ha quedado como tema literario en tres novelas, la citada Testimonios sobre Mariana, de la propia Garro; La pérdida del reino, de José Bianco; y El sueño de los héroes, de Bioy Casares.

Pero, hay que decir que, más allá de la literatura, Elena no fue el único amor del argentino. Se sabe que en realidad era un Don Juan irredento. Sin embargo, también sabemos que todas las noches de su vida volvió al departamento que compartía con Silvina, once años mayor que él. En el estupendo libro La hermana menor, Mariana Enríquez dedica varias páginas a la relación que mantenía el matrimonio Bioy-Ocampo.

“Hermana de Victoria Ocampo, esposa de Adolfo Bioy Casares, amiga íntima de Jorge Luis Borges, una de las mujeres más ricas y extravagantes de la literatura en español: todos esos títulos no la explican, no la definen, no sirven para entender su misterio”, con esa frase comienza Enríquez su ensayo.

La pareja ha suscitado historias de todo tipo: que si la madre de Bioy fue amante de Silvina, que si una sobrina de ella era amante de las dos, que si la hija que adoptaron era en realidad hija de Bioy con una de sus “mujeres”… Y una larga lista de cuentos que, por supuesto, no sabemos si son verdaderos o no. “The only thing I love, A.B.C. ‘the rest is lies”, escribió Silvina.

También a ella, a Silvina, le escribió Elena Garro. Son pocas las referencias a esas cartas, y mucha la fantasía que despiertan. ¿Qué le diría a la esposa del “único hombre de quien se enamoró”? ¿Hablarían de Adolfito, de literatura, de viajes a París, de sopa de calabacitas, como la que Francis Korn les llevaba al hospital en el año 78 cuando operaron a Bioy?

En este fisgoneo por la correspondencia ajena, y ya que estamos con Silvina, y estos amores cruzados de los que hablábamos en el título, vale la pena recordar las cartas y poemas apasionadísimos que le escribió Alejandra Pizarnik a la menor de las Ocampo. ¡Vaya historia! Le dedicó 15 cartas. En la última, estremecedora, doliente, ¿excesiva?, fechada en enero de 1972, unos meses antes de suicidarse, le dice: “Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette mon amour, pronto te escribiré […] Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré […] Silvina curame, ayudame, no es posible ser tamaña supliciada.
Silvina, curame, no hagas que tenga que morir ya”.

Si les gusta la correspondencia amorosa no dejen de asomarse a ésta en la que el amor y el desgarramiento se combinan de esa manera que sólo Pizarnik, la soberbia y a la vez frágil poeta, sabe hacer. Tal vez habría que decir como ella:

“…¿Y quién no tiene un amor?

¿Y quién no goza entre amapolas?…”

Pero ¿cuánto de la historia de la literatura está alimentada por amores no correspondidos? A la pasión de Alejandra, Silvina respondió con el silencio. Apenas un par de menciones a una tal “Alejandra”, así, sin apellido. Y un cuento en el que muchos leemos una posible respuesta a la angustia de la poeta. Se titula “El miedo”, y forma parte del libro Cornelia frente al espejo. El cuento comienza diciendo: “Querida Alejandra”, y habla de la construcción del ser dual como oposición al miedo; cierra con estas frases: “Cuando no hay miedo no hay ganas de morir y lo atroz se vuelve hermoso… La felicidad nació. (…) Decime ahora si vale la pena morir. “ ¿Lo habrá escrito para Pizarnik? Alejandra se había suicidado en 1972. El cuento se publicó en 1988. “Decime ahora si vale la pena morir.”

Pero les propongo que demos otra vuelta que nos lleva a una nueva coincidencia. El cuento de Ocampo se llama “El miedo”, ¿acaso no es el miedo la marca de gran parte de los textos de Elena Garro? Y en su correspondencia eso aparece con absoluta claridad. Desde el desarraigo y el exilio, las cartas le permiten construir un lugar de pertenencia, como bien lo cuenta Lucía Melgar en su artículo “Elena Garro: las veredas del desarraigo”. Un lugar en el que la censura, la autocensura, pero sobre todo el miedo, no dejan de estar presentes. Miedo a la persecución, a las mentiras, al escarnio, a la falta de lectores, a la miseria, a la soledad.

Tengo que reconocer que me fascina esta constelación de mujeres. Todas extrañas. Todas transgresoras, desgarradas, intensas, que se convirtieron en el centro de universos culturales densos y complejos. La crítica sigue intentado desentrañar sus obras, sus personalidades: Elena Garro, Silvina Ocampo, Ninfa Santos, Alejandra Pizarnik.

Elena que ama a Bioy que ama a Silvina, que a su vez es amada por Pizarnik, quien nunca escribió sobre gatos.

Por cierto, se dice que unos gatos rondaron la capilla en la que las oraciones acompañaban el entierro de Silvina Ocampo. Incluso hay quienes piensan que no eran otros que Tomi, Anamaría, Maxi y Lafitte, y que Elena Garro sonreía desde algún lugar del universo. Vaya usted a saber…

 

Una versión de este texto fue leída en el coloquio “El tiempo de la dicha: la lectura de Elena Garro”, INBA / UC-mexicanistas, 18 de septiembre de 2016.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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