Author image

Leticia Calderón Chelius

25/12/2020 - 12:02 am

La otra Navidad

Pero la vida tiene esta otra parte luminosa que no podemos perder, la parte esperanzadora que nos sirve como humanidad, para marcar, una vez más y tantas veces, una ruta para seguir adelante.

El árbol de Navidad en una plaza de Bruselas, el 20 de diciembre del 2020.
“Este año desear feliz Navidad es tan difícil, porque en medio del gozo por la fecha misma hay demasiado llanto, demasiados deudos, demasiado dolor de quienes han perdido a un ser querido o luchan por salvar su propia vida”. Foto: Virginia Mayo, AP

Hay pocos eventos que hagan coincidir a la inmensa mayoría de la sociedad mundial. La Navidad y el año nuevo tienen esa magia. Aunque hay también millones que no comparten estas fechas, como los musulmanes por ejemplo, las reconocen en su simbolismo y participan aunque sólo sea como testigos. La pandemia de COVID se ha vuelto, sin embargo, en la primera y hasta ahora, la única experiencia verdaderamente planetaria de nuestra historia. Aunque hay países y sobre todo ciudades más afectadas por el contagio que otras, no hay lugar del mundo donde no haya preocupación y prudencia frente al tema. Incluso la Antártida que se consideraba un territorio difícil de ser tocado por el virus, ya fue incorporada al mapa de lugares con brotes y peligro de propagación. Esta maldita pandemia es una realidad que ha afectado a todos y a todo, la salud, la economía, la vida comunitaria, la cultura, la forma de plantearnos la vida misma. Por eso, este año desear feliz Navidad es tan difícil, porque en medio del gozo por la fecha misma hay demasiado llanto, demasiados deudos, demasiado dolor de quienes han perdido a un ser querido o luchan por salvar su propia vida.

Pero la vida tiene esta otra parte luminosa que no podemos perder, la parte esperanzadora que nos sirve como humanidad, para marcar, una vez más y tantas veces, una ruta para seguir adelante. En este momento es la necesidad de controlar el contagio masificado en muchas partes del mundo para que no colapsen los servicios médicos y se mantenga la capacidad de atención y cuidados entre nosotros mismos. A este momento se suma el inicio de una vacunación que promete futuro y algunos ven como la solución mágica, cuando es apenas el inicio de un largo proceso que no puede simplificarse, sino seguirse a lo largo de los próximos años, con suerte meses, y lograr eso en sí mismo sería ya una proeza.

Con este contagio planetario se han acelerado muchos de los discursos que nos repetíamos desde hace años y que creíamos catástrofes de película de ciencia ficción lejanas a cualquier posibilidad en nuestras vidas, pero el mensaje se hizo real y ya nadie puede seguir creyendo que temas como la escasez del agua, si no tomamos nota desde ahora, no será la mayor batalla de nuestro futuro; o la devastación que provoca el manejo que hemos dado a la naturaleza que a su vez, explica los impactos brutales de cualquier tipo de fenómeno de la naturaleza con el que hemos convivido como especie humana durante millones de años pero que ahora, se ensaña como nunca antes. Basta de voltear al otro lado, el mensaje llegó en la figura de un ente microscópico que nos tiene literalmente hincados y a su merced. Y aquí es donde se ubica la pregunta crucial en un día como la Navidad que se dice ser un momento de reflexión, de interiorización del mensaje de paz y de conciencia humanitaria. ¿Qué hemos aprendido con la COVID? Además de las miles de anécdotas repetidas por todos que finalmente tienen un sesgo de clase social porque, lo sabemos, para unos ha sido mucho más cómodo permanecer aislados en nuestras casas que para otros, el punto es preguntarnos qué hemos aprendido más allá de nuestra capacidad de adaptación a una nueva cotidianidad que no es cualquier cosa, pero el asunto es mucho más profundo.

¿Qué tanto hemos cambiado en estos meses? No lo sé, pero cuando persiste la incapacidad para entender la gravedad del momento, de conectarse con el dolor de miles, cuando se miente y tergiversa información para alarmar a la gente, cuando no se valora la infinita grandeza que como humanidad se ha conseguido con el descubrimiento impresionante de una vacuna que en menos de un año contiene la fórmula que en un futuro protegerá a la humanidad de este virus. Cuando se minimiza este solo hecho, o no se le da el alcance y respeto que merece, junto con el aplauso al esfuerzo colectivo por sortear la tormenta lo mejor posible y más allá de quien capitanea el barco. Cuando esto pasa, uno se pregunta ¿es que acaso necesitamos otra prueba tan contundente para aprender que algo profundo tiene que cambiar en la manera como hemos pensado la vida hasta este día?

Decirlo en cualquier momento es una obligación, pero decirlo en Navidad es un ruego, una oración, un deseo ferviente de paz y amor y de un futuro prometedor para todos. De corazón, que esta sea la mejor navidad del resto de nuestras vidas.

Leticia Calderón Chelius
Dra. Leticia Calderón Chelius Es profesora Investigadora del Instituto Mora. Doctora en Ciencias Sociales por FLACSO y maestra en Sociología de la UNAM. Es Miembro de la Academia Mexicana de Ciencia y del Sistema Nacional de Investigadores (S.N.I).

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas