RESEÑA | Lo que somos o lo que queremos representar: Pandora, de Liliana Blum

26/01/2019 - 12:03 am

En 2016 se publicó una novela donde este esquema se recrea en la pluma de la escritora nacida en Durango: Liliana Blum (1974), bajo el título de Pandora (Tusquets). Con un extraordinario manejo de los personajes, Pandora tiene rasgos muy similares a los del cuento de Ponce, porque un matrimonio “feliz” (en apariencia) será sacudido por un elemento erótico-sexual: Pandora. Gerardo Vieira y Adriana, su esposa, tendrán problemas en su matrimonio por diversos motivos, no obstante, poco a poco nos vamos enterando que el eminente ginecólogo siente una especial atracción por las mujeres gordas.

 

Ciudad de México, 26 de enero (SinEmbargo).- Don Quijote de La Mancha, más allá de la maravilla que trajo consigo a la lengua española con su infinidad de pasajes filosóficos, referentes al arte de la caballería y la literatura, también trajo consigo un final que nos invita a reflexionar sobre la ficción y la realidad. Cuando Alonso Quijano vuelve a la realidad donde los demás personajes (léase Sancho, la sobrina, el cura y el bachiller) han querido que regrese, únicamente lo hace para morir. El final es una invitación a reflexionar sobre la vida que ofrece la ficción, mientras que la muerte ejemplifica lo vacuo de la cotidianidad. La fantasía de Don Quijote fue la vida de aventuras que los que lo rodeaban no alcanzaron a ver.

Generalmente solemos aludir a los principios de las obras literarias; no obstante, pocas veces hablamos de un final que cumpla cabalmente con lo prometido en un inicio. Vienen a mi memoria Pedro Páramo, que finaliza con el cacique de Comala desmoronándose al dar un golpe seco contra la tierra o La metamorfosis, de Franz Kafka, donde la familia Samsa decide irse sin importar que Gregorio —convertido en bicho— haya muerto, pues lo único que apremia es casar a su hija y mudarse a una nueva casa. Los ejemplos pueden multiplicarse en cuentos como los de Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, maestros de finales inesperados y sorpresivos (premisa necesaria en el arte del cuento), pero en la novela es otro asunto, para que el final nos deje boquiabiertos depende mucho de la construcción de los personajes: de nada sirve que una obra inicie maravillosamente si se desmorona a medida que avanzamos en su lectura.

Pandora, de Liliana Blum. Foto: Especial

Pienso en el final del cuento “Enigma”, que aparece en Figuraciones, de Juan García Ponce —autor con profundidades eróticas que abrevó de las múltiples lecturas de Henry Miller y Pierre Klossowski— donde el eminente doctor Ramón Rendón, con una vida ejemplar al lado de su familia, exitoso y muy bien parecido, sucumbe al deseo. Cuando parece que todo es miel sobre hojuelas y nada puede salir mal en la vida de Rendón, aparece en su casa, Rosa, una sirvienta contratada por su esposa para las labores domésticas mientras él está de viaje. La empleada despertará en su patrón una obsesión sexual que lo llevará a la locura. Ramón se entrega a sus pasiones sexuales a tal grado que termina loco en el hospital psiquiátrico que él dirigió alguna vez. Este relato data de 1982 y pertenece a la colección de Lecturas Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. Pienso en ello porque en 2016 se publicó una novela donde este esquema se recrea en la pluma de la escritora nacida en Durango: Liliana Blum (1974), bajo el título de Pandora (Tusquets).

Con un extraordinario manejo de los personajes, Pandora tiene rasgos muy similares a los del cuento de Ponce, porque un matrimonio “feliz” (en apariencia) será sacudido por un elemento erótico-sexual: Pandora. Gerardo Vieira y Adriana, su esposa, tendrán problemas en su matrimonio por diversos motivos, no obstante, poco a poco nos vamos enterando que el eminente ginecólogo siente una especial atracción por las mujeres gordas, filia que se conoce como Anastimafilia y que no es otra cosa que una atracción sexual por las personas obesas.

Pandora está acostumbrada a la indolencia del mundo hacía ella por su sobrepeso; sencillamente no es una estética que empate con los cánones establecidos por una sociedad plástica, la cual finge que le importa la salud para alcanzar un estereotipo de belleza. La maestría de Blum radica en que nos demuestra que sabe tratar lo mismo temas literarios como en El libro de perdido de Heinrich Böll (donde crea historias de cinco mujeres en torno a un libro encontrado en aparente olvido), como temas de urgencia social: el secuestro y la pedofilia en la novela El monstruo pentápodo. En Pandora logra una aguda crítica a la plasticidad a la que nos hemos habituado en gran parte por la mercadotecnia y las redes sociales, que nos invitan a ser “estéticos” para que nos consuman y consumamos en busca de aceptación. Ser fitness es bien visto, mientras que ser gordo “equivale a ser una pared lista para ser grafiteada por los odios de los demás. Ser gorda es ser aquella esquina donde todos los vecinos dejan sus bolsas de basura sin mayores consecuencias”, tal como lo dice la misma Pandora después de haber intentado una vida “normal” sin éxito alguno. Se sabe aborrecida.

Después de presentarnos la difícil vida de la protagonista, que no sabe por qué le han puesto este nombre, “que [le] ha traído tantos sinsabores. La culpable de todos los males del mundo, o al menos de [su] familia” las vicisitudes comienzan cuando ella llega a trabajar como recepcionista en el hospital donde trabaja Gerardo Vieira. Pandora, sin imaginarlo siquiera, hará que se reavive el deseo del médico por las mujeres obesas, un deseo que vio luz desde pequeño junto a su tía Olga, entre tardes de pláticas y postres que irrumpen inevitablemente. Luego de la experiencia, y al pasar de los años, el doctor parece tener todo bajo control, puesto que satisface sus fantasías con videos de mujeres gordas mientras todos en casa duermen. Pandora será esa caja que se abre ante sus ojos y a la que le puede hablar libremente de lo que siente por mujeres de su tipo. Ambos se dejan llevar. Ella, que siempre fue la apestada, se siente querida por primera vez. Él, que tiene una esposa esquelética porque representa el estereotipo de la esposa ideal del marido triunfador, siente deseo por Pandora. Embonan a la perfección. Deseo y necesidad. El mingitorio de Duchamp, criticado, pero inserto en la historia del arte. Un mundo que repele y otro que incluye en la soledad, en el murmullo, detrás de la puerta. Pandora y Gerardo deciden jugar un juego, cueste lo que cueste, porque no tienen límite, siempre buscan más y se pierden de la realidad por vivir su fantasía. Los dos crearán su propio universo. La locura de Don Quijote. No importa que el mundo los reclame, ellos no estarán disponibles. Pandora no tiene nada que perder, siempre fue desplazada: su madre le reprochaba ser gorda, su hermana (la muñeca bonita) fue la consentida y su padre, “La única persona que [la] amaba tal como [ella] era”, un día pierde la vida.

Pandora y Gerardo sellan un pacto: ella engordará más (por amor) cada día y él le pondrá casa y se hará cargo de ella (por amor) con tal de que aumente su peso. Cada visita a la casa chica va acompañada de sendas comilonas en la cama y de tórridas relaciones sexuales que los dejan sin aliento, sumidos en pecados capitales: Lujuria y Gula. Al finalizar el ritual el doctor la pesa en una báscula especial para las vacas y anota el peso en una libreta. El final es atroz, escatológico, sádico. Al final compadecemos a Adriana y a Pandora: Gerardo ha jugado a su conveniencia (siempre apostando a no perder) porque, aunque no se diga explícitamente, es un personaje que se ciñe a las convenciones sociales; sin embargo, sus ideales y tormentos los esconde tras una puerta.

Liliana Blum tiene un excelente manejo de la prosa, pone sobre la mesa temas que invitan a la reflexión humana sobre lo que somos verdaderamente y lo ocultamos ante los demás. ¿Qué estamos dispuestos a dejar para alcanzar nuestros sueños, nuestras pasiones?, porque no solamente se le desdeña al gordo, sino también al raro, al pobre, al torpe, al diferente. La historia de Pandora que termina sin amor propio puede ser la de cualquiera de nosotros, no por conseguir amor, sino por un poco de atención. Este final enmarca uno de los mejor logrados en las letras mexicanas, por la estructura de los personajes y el destino que les depara junto a obras contemporáneas como El último lector de David Toscana o La muerte de un instalador, de Álvaro Enrigue, sólo por mencionar algunas en este terreno, es inevitable.

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