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Jorge Alberto Gudiño Hernández

26/11/2023 - 12:01 am

Marañas

Lo peor es que no parece haber remedio. Se vive en un limbo legal que impide cortar todos esos cables. Algo que, además, no querríamos pues nos quedaríamos sin el servicio contratado.

“Con suerte, tal vez llegue la transición inalámbrica a liberarnos de esas marañas”. Foto: Moisés Pablo, Cuartoscuro

Hace algunos años alguien se quejó de la cantidad de anuncios espectaculares que había en la ciudad. Decía que el entonces Distrito Federal, era una ciudad bellísima que se afeaba por culpa de la publicidad. Esto generó una discusión poco intensa. Algunos adujeron que de bonito tiene poco, salvo por contadas zonas. Otros, aplaudieron la existencia de esas vallas publicitarias que esconden construcciones y cascajo. Seguramente, pasamos pronto a otro tema. Y también las quejas, pues la ciudad sigue atiborrada de anuncios por doquier: espectaculares, vallas, parabuses, postes y, ahora, propaganda política por doquier.

No sé si la ciudad es fea o bonita. No es sencillo generalizar en esta inmensidad. Tiene partes lindas y otras no tanto. Sin embargo, lo que me ocupa no es esa publicidad y propaganda excesiva.

Basta con alzar la vista unos segundos mientras uno se traslada por la ciudad. Estamos tan acostumbrados a ellos que, en ocasiones, ni siquiera los vemos. Pero ahí están. Conformando una telaraña inmensa que pende de los postes. Postes que, por cierto, no fueron construidos ni puestos en sus sitios para cargar esos cables.

En su mayoría son postes para sostener el tendido eléctrico. Los hay de madera, concreto y metal. Materiales que, en sí mismos, cuentan una parte de la historia de la ciudad y que, en términos prácticos, nos muestran cómo no han sido sustituidos. Vivimos en una ciudad de remiendos.

El asunto es que las cableras llegaron. Compañías que venden servicios de televisión por cable. Un cable que, evidentemente, debe llegar a las casas. Y qué mejor ruta que la que marcan los postes de luz (siempre he preferido decir que se fue la luz a que se fue la electricidad pese a la imprecisión) que también deben llegar a todas las casas. Así que la ruta final de esos cables se desprende del poste en turno para hacer su recorrido hacia el edificio o casa que toca. Es claro que ya no sólo transportan una señal televisiva, sino que el teléfono y el internet también llegan a nuestras casas y oficinas por medio de cables similares.

Y estas marañas que penden, pesan y se ven, afean la ciudad desde casi cualquier perspectiva estética.

Lo peor es que no parece haber remedio. Se vive en un limbo legal que impide cortar todos esos cables. Algo que, además, no querríamos pues nos quedaríamos sin el servicio contratado. Y resulta titánica la labor de meter estos cables bajo tierra, como en muchas otras ciudades del mundo, donde el componente estético tiene un valor tan alto como la funcionalidad. En serio, si tienen oportunidad de caminar por otras ciudades, alcen la vista, no encontrarán ese tipo de marañas.

Y el asunto estético no es el más grave (o sí, dependiendo quién lo piense). Estos cables representan un problema para la infraestructura (¿Quién no ha visto postes pandeados, inclinados, vencidos por el peso extra?) y, además, cada tanto algo se enreda en ellos, un vehículo choca contra el poste o un malhora amputa su integridad. Se vuelve un lío por resolver. Un problema innecesario si todo estuviera bien reglamentado y mejor ejecutado. Algo que, supongo, no nos tocará ver.

Con suerte, tal vez llegue la transición inalámbrica a liberarnos de esas marañas. Aunque, quién sabe, en una de ésas, los dueños de los cables los dejan en su sitio, como una muestra de su contribución al embellecimiento de la ciudad.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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