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Antonio María Calera-Grobet

29/01/2023 - 12:03 am

Los muchos caminos andados: Antonio Manchado

Esta gente cuando camina o cabalga a lomos de mula vieja, no sufre la enfermedad de la prisa, ni siquiera, cosa extraña, en sus días de paseo, sus días de fiesta. Esta gente no conoce la vulgaridad del ansia en sus días de ocio o de descanso.

Mar de Veracruz.
“He navegado por cien mares y atracado en cien riberas. Tantos Tlacotalpan, Manzanares por ciudades, Del Duero, por supuesto. No recuerdo ya la infinidad de hoteles y carreteras”. Foto: Félix Márquez, Cuartoscuro

Para mi amigo Diego, chef y poeta, con todo mi cariño

He, palabra tan bella si se carga bien esta de “He”, andado muchos caminos. He, sí, abierto muchas veredas. Cierto que unas, hubiera sido mejor quedaran tapiadas (me dejaron acaso esto del Antonio tan Manchado que se me ve), ahora bien, otras tantas me dejaron tan buen sabor en la boca. Por ejemplo, la escritura, por ejemplo, la Tauromaquia y todas sus codas como la música, la rebelión de la poesía, por ejemplo, a ti. He navegado por cien mares y atracado en cien riberas. Tantos Tlacotalpan, Manzanares por ciudades, Del Duero, por supuesto. No recuerdo ya la infinidad de hoteles y carreteras. En todas partes vi caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos, borrachos de sombra negra, hordas de pedantones, carapalurdos, horripilantillos al paño que miraban, callaban, pensaban que sabían (y quizá piensan todavía que saben), justo porque no bebieron nunca de las copas de la taberna vida, ahí donde se aprende desde sentarse a su mesa que nunca se sabe ni sabrá nada de ella. En fin, demasiada la mala gente que vi, nomás rumiando la cachimba de sus porquerías, caminando y apestando la tierra. El infierno en verdad existe por estos oprobiosos, quistes, raleas. Pero cuidado, que por todos los caminos estos que he andado, también (y más bello hablar de esto, recordarlo), pude ver tranquilo a la gente danzar, cuando podían, apenas pudieran, antes o luego de joderse el lomo (laborar que le llaman), danzar para olvidarse de la Muerte. Una y otra vez me aparecieron habiéndose ido la noche, y los vi en ese baile y en ese canto que disipa el dolor y el llanto, caer rendidos de felicidad sobre sus cuatro palmos de tierra. Y lloré. Estas mujeres, hombres, niños, cuando caminan o cabalgan sobre sus mulas viejas y famélicas, no sufren la enfermedad del ansia, el tiempo de la flecha, el muaré de la prisa. Ni siquiera, cosa extraña, en sus días de paseo, sus días de fiesta, sus días de ocio o de descanso, de fiaca cínica. Donde hay vino, beben vino, donde no hay vino, agua fresca. Donde no hay estructuras para dejarse ir, entretienen su alma con las manos, se moldean ellos mismos con grumos y piedritas, pequeñas varas caídas de los árboles. Al parecer (o digamos ya de seguro), puedo decir que se trata de almas serenas y no retardadas, que bien que saben el placer de la vida viene de pasarla soñando, no cediendo, no vejándose sino eso, soñando, y hablar de ello bajo los puentes, las marquesinas, los techos tan humildes de sus casas o tan bellos de los templos y museos, almas enteras que saben que, de un modo irremediable, muchas veces de manera bien barata, sórdida, trágica, terminarán pudriéndose, agusanándose bajo la tierra.

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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