¿Se puede dejar de mencionar el narcotráfico en un debate entre candidatos al gobierno de Sinaloa?

29/04/2016 - 12:01 am
Sinaloa es una región que, como las ciudades colombianas de Medellín o Cali, tiene la marca estado asociada al narcotráfico. Foto: Cuartoscuro
Sinaloa es una región que, como las ciudades colombianas de Medellín o Cali, tiene la marca estado asociada al narcotráfico. Foto: Cuartoscuro

En un debate entre candidatos a Gobernador de Sinaloa se puede dejar de hablar de dios, pero nunca de narcotráfico. Así sucedió en Culiacán, en uno organizado por el instituto electoral el pasado 25 de abril. Ocho aspirantes durante dos horas expusieron sus propuestas y hasta podríamos decir que debatieron pero todos evitaron el tema. No es poca cosa. Para muchos académicos, políticos, periodistas y gente de a pie, el narcotráfico es una pieza indispensable para comprender el funcionamiento de esta economía que nunca ha podido aportar más del 2 por ciento al PNB.

Entonces no es la agricultura que por mucho tiempo llevó a que el estado fuera considerado, junto con Sonora, el “granero de México”; no es la pesca que suministra trabajo y grandes volúmenes de los alimentos; no es el turismo que vive hoy un momento de gloria con la conexión de primer mundo con el centro norte del país y tampoco, la minería, importante, pero con su secuela de contaminación de ríos, arroyos y mantos freáticos.

El narcotráfico constituye prácticamente un cuarto sector de la economía sinaloense por su derrama económica inconmensurable y su capacidad redistributiva. Incluso podría explicar el funcionamiento de otras ramas de la economía y el consumo compulsivo en las grandes plazas comerciales. Es un botón importante de nuestra participación en los ingresos fiscales de la federación y el estado. Del vigoroso sistema bancario y financiero o la red automotriz de alta gama. También ha sido el aceite que ha movido el transporte aéreo que une la capital con las comunidades serranas.

Vienen de allá muchos de los dólares que terminan convirtiéndose en pesos en las calles del centro de Culiacán o Mazatlán. Los que compran en grandes y pequeños comercios. Pero no sólo eso es lo que se encuentra detrás del tráfico de armas y su secuela de muertes violentas. De los miles de asesinatos que alimentan cada año la nota roja y dejan una estela larga y ancha de viudas y huérfanos. La que por décadas ha dado a los sinaloenses un dudoso privilegio entre los cinco estados con más homicidios dolosos por cada cien mil habitantes.

Una región que, como las ciudades colombianas de Medellín o Cali, tiene la marca estado asociada al narcotráfico. Cuna de los grandes capos de ayer y de hoy. Aquellos que han producido una subcultura del narcotráfico con sus leyendas, narcocorridos, mitos, estéticas, buchones, consumos. Donde hay mujeres jóvenes que asumen a pie juntillas la máxima colombiana de que “sin tetas no hay paraíso” y para ello se meten silicón en el cuerpo para estar en el gusto del ambiente y poder disfrutar de placeres y consumos, de fiestas, viajes, locura.

El narcotráfico, recordemos, es el insumo potente de la obra literaria de Elmer Mendoza y la crónica profundamente humana de Javier Valdés. De la plástica conmovedora de Lenin Márquez. Del reclamo estético de Rosy Robles. Del rap, la tecnobanda y los corridos.

El que quizá explicaría las decenas de asesinatos de universitarios sin respuesta del gobierno y el olvido de las autoridades de la casa rosalina. De la lucha entre los cárteles que ensombrecen la vida en los valles y los altos del estado, que han provocado y provocan constantemente estados de sitio, retenes, esculques, detenciones, desaparecidos, muertes y fosas clandestinas. Escándalos de connivencia entre políticos, policías y narcotraficantes.

Es el negocio que ha generado de la noche a la mañana nuevos ricos, nuevos nichos de inversión, negocios y rentabilidad. Es el insumo de la charla de sobremesa y el alter ego de decenas de miles de jóvenes sin esperanza y corrompidos por la narrativa del éxito rápido. El de aquellos muchachos y muchachas que escogen entre vivir “dos, tres años como reyes, a tener muchos con una vida de perro”. De carencias y anhelos frustrados por no alcanzar un primer empleo estable. Y quizá, tampoco quererlo por representar salarios de hambre. Únicamente para el camión, la torta y el refresco.

Por eso quizá cuando vi y escuché el debate de los candidatos a Gobernador, buscando algunos de ellos parecer estadistas cuando no tenían mucho que decir, que sólo parecían ir por la foto que algún día les servirá para decir a sus nietos que fueron candidato a Gobernador, tuve una sensación de desamparo colectivo y eso me sucedía paradójicamente cuando se hablaba de progreso, oportunidades, mejores empleos y salarios. Vamos, cuando se anunciaba, un futuro promisorio para todos los sinaloenses.

Vi a unos políticos tan lejos de lo que Sinaloa es y necesita, su imagen no correspondía a las personas de la calle y sus preocupaciones. Algunos de ellos no ofrecieron un diagnóstico mínimo del estado de cosas y las posibles soluciones a los problemas cotidianos. Que estuvieron ahí para no decir nada de fondo. Personas que inspiran inmediatamente desconfianza, y eso cuando en política es fundamental para ganar votos. Quizá, dirán algunos en su foro interno, para qué si no voy a ganar; si no tengo ninguna posibilidad.

Entonces, entre ellos se privilegió el contraste de personalidades, discursos, énfasis, que dejó suelto el tema del narcotráfico y su secuela de violencia. Ninguno lo mencionó. Nadie quiso comprometerse con esa palabra sustantiva en la vida pública. Quizá porque quien lo hiciera estaría obligado a posicionarse y decir qué va a hacer con algo tan estructural, tan metido en el ADN sinaloense. Que está detrás de la economía, que ha estado y está en la política o en las rutinas de la sociedad.
Si se quiere entonces cambiar a Sinaloa se deberá empezar por reconocer este problema ya ancestral. Ese cáncer que mina nuestra vida pública, que tiene un alto costo para todos.

En definitiva, este primer debate entre candidatos a Gobernador fue de generalidades y lugares comunes, falto de compromisos, incluso sorprende que haya quienes pregunten con candidez quién lo ganó cuándo lo único seguro es que no lo ganaron los sinaloenses.

Y es que no se puede dejar de hablar de narcotráfico y violencia en Sinaloa porque la terca realidad nos lo recuerda a cada momento.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.
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