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Fabrizio Lorusso

28/11/2024 - 12:05 am

Trump y la geopolítica de los aranceles

"Desde el punto de vista geopolítico, además, el arancel trumpiano o su amenaza significa un complicado y persistente intento de reposicionamiento táctico del país, en el marco estratégico de su dominio imperial global en declive".

El Presidente electo Donald Trump
"Las eventuales nuevas tarifas de Trump pretenden paliar una balanza comercial deficitaria y supuestamente fomentar la producción interna y el mercado laboral, pero el riesgo es que, más bien, la alta inflación heredada del mandato de Biden suba todavía más y les pegue a las clases populares". Foto: AP.

En campaña electoral el siempre inquietante y próximo Presidente de los Estados Unidos, el magnate republicano Donald Trump, definió la palabra “arancel” como la más bella del diccionario, sintetizando en su vocablo predilecto la cifra proteccionista y mercantilista que imprimirá a su gestión.

Más allá de la economía, por el lado de la política, la misma palabra fue y es, más bien, sinónimo de bullying y amenaza para fines de extorsión internacional y macrorregional, tanto contra socios y clientes cuanto contra los rivales.

Desde el punto de vista geopolítico, además, el “arancel” trumpiano o su amenaza significa un complicado y persistente intento de reposicionamiento táctico del país, en el marco estratégico de su dominio imperial global en declive.

Como ya he detallado en una entrega anterior, Trump representa el anhelo de ciertos sectores populares, de parte del sistema económico y de las élites de Estados Unidos hacia un retraimiento, una retirada aislacionista e identitaria, en búsqueda de “la grandeza perdida” y el “alma profunda” americana.

Esto, sin embargo, va en contra de la naturaleza y la proyección imperial de la nación, histórica y estructuralmente volcadas al predominio sobre los océanos, a la aplicación de la gendarmería mundial con base en doctrinas y mitos fundacionales, como el Destino Manifiesto, y que son solemnemente protegidas por los aparatos, el núcleo económico “globalista” y militar, así como por el “Estado profundo”.

Las grandes potencias y los imperios muchas veces, en algún momento de su ciclo histórico, lo son hasta en contra de su propia voluntad, o de la voluntad de capas importantes de su población y clases dirigentes.

En lo que va del siglo XXI, el poderío estadounidense, aun manteniendo una primacía absoluta en términos militares y de control de las rutas comerciales, ha experimentado una erosión constante de sus cimientos hegemónicos, es decir, de los factores de consenso, aceptación y convencimiento, articulados en el poder blando (soft power).

El lunes 25 de noviembre, después de un par de posts de Trump en la red Truth Social, cundió el pánico en los mercados y las cancillerías de medio planeta, ya que el tycoon amenazó con imponer aranceles del 25% a todos los bienes importados de México y Canadá, y del 10% a los productos de China. Ha sido una probadita anticipada de su administración 2.0 que ni siquiera empieza, pero ya provoca turbulencias.

Estas tarifas podrían ser parte de su primer decreto ejecutivo, al instalarse en la Casa Blanca el 20 de enero. Un decreto implica pasar por alto el Congreso y existe la posibilidad de que pueda ser suspendido. De todos modos, el efecto ha sido el de provocar respuestas y posicionamientos de los países potencialmente afectados y mover piezas en el tablero ara negociar “cosas”. Tal decreto iría en contra de los principales socios comerciales de EUA, justamente China, Canadá y México: los tres juntos el año pasado adquirieron productos estadounidenses por más de mil millones de dólares, pero exportaron unos mil quinientos millones de dólares a ese país.

Las eventuales nuevas tarifas de Trump pretenden paliar una balanza comercial deficitaria y supuestamente fomentar la producción interna y el mercado laboral, pero el riesgo es que, más bien, la alta inflación heredada del mandato de Biden suba todavía más y les pegue a las clases populares.

No hay que olvidar que un balance negativo entre exportaciones e importaciones, en donde sistemáticamente se importa y se compra más del exterior de lo que se vende, es un rasgo indeseable en el largo plazo para la mayoría de los países, pero es consustancial o estructural para el caso estadounidense.

Lo anterior se debe a su proyección externa como eje de la arquitectura económica mundial, como imperio y como “comprador” de última instancia, sobre todo a favor de aliados y socios, lo que se apoya en el dólar como moneda global de garantía y en la emisión desproporcionada de deuda garantizada por el mismo dólar.

Si bien estos factores han ido mermando en las últimas décadas, siguen vigentes, pero con creciente oposición interna, dentro de sectores diversos de la sociedad y la economía estadounidenses. Por tanto, la pulsión económica por invertir este balance comercial negativo estriba de la dimensión geopolítica, imperial e internacional, que se traduce internamente en la opción de política doméstica representada, de momento, por Trump.

Regresando al tema de los aranceles, esta vez el pretexto fue la noticia de una caravana de personas migrantes dirigida a la frontera México-Estados Unidos. Según la estrafalaria e histriónica “doctrina Trump”, este hecho le autoriza a aplicar retorsiones comerciales, que no extorsiones, a los demás integrantes del T-MEC (ex TLCAN), lo cual, de paso, violaría los mismos términos del Tratado. Pero bueno, who cares.

Finalmente, el aviso-amenaza no se concretaría en caso de que México y Canadá logren parar la inmigración ilegal y el narcotráfico y China detenga el tráfico de fentanilo y sus precursores químicos. Evidentemente los fines que Trump quiere que persigan China, México y Canadá son de por sí inalcanzables, y menos lo son de forma unilateral, es decir, dentro de un solo país. Además, dependen mucho más de factores y problemas dentro de EUA que de una supuesta falta de voluntad de sus socios comerciales, así que terminan volviéndose puramente instrumentales para la narrativa, el estilo negociador y los objetivos políticos de la próxima administración. Hasta que no se pueda aterrizar y aclarar el significado operativo, concreto, usado por Trump, de “detener esta invasión de drogas, en particular el fentanilo, y todos los inmigrantes ilegales a nuestro país", difícilmente se podrá avanzar en alguna negociación de políticas regionales o bilaterales concretas.

Otra de sus patrañas es la afirmación de que “tanto México como Canadá tienen el derecho absoluto y el poder para resolver fácilmente este problema que ha estado latente durante mucho tiempo. Por este medio exigimos que usen este poder (…) y hasta que lo hagan, es hora de que paguen un precio muy alto”.

Estados Unidos ha sido por más de un siglo el promotor del orden internacional prohibicionista y punitivista de las drogas, y ha utilizado la narcoguerra en América Latina como herramienta política y de legitimación para fines de injerencia, armamentismo, militarización, desestabilización, dominación y control de recursos naturales, así que suena claramente cínico el llamado a que sus socios “acaben con el problema”, cuando “el problema” es complejo, global, pero también muy estadounidense.

Drogas, comercio y migración son los ejes discursivos que han movido las campañas mediáticas y políticas este año en Estados Unidos, así que lo más probable es que sean utilizados una y otra vez por el presidente electo y su séquito, como ya vimos durante el primer mandato de Trump. Sin embargo, la motivación geopolítica del principal dossier de política exterior para Estados Unidos no cambia y sigue siendo China.

Entonces, para sus socios-satélites, Europa, Norteamérica, América Latina, los aranceles tendrían objetivos de negociación, de repartición temporal de la carga imperial y extorsión de políticas favorables a la potencia, pero su adversario global, China, el sentido de los aranceles es distinto y se resume en la contención de una potencia en ascenso y de un peligro vital.

En efecto, Estados Unidos ha desplegado la Task Force Ayungin y ha suministrado drones para procesar datos en tiempo real en la isla de Palawan, con el fin de sostener a Filipinas en su contencioso con China en el Mar de China Meridional, acerca de la soberanía sobre el arrecife Ayungin. Como respuesta, China ha enviado fuerzas navales y aéreas para vigilar el vuelo de un avión militar estadounidense en el estrecho de Taiwán, una isla reivindicada por la China continental, es decir, la República Popular China, y cuya “reconquista” representa probablemente el más importante objetivo geopolítico chino en el medio periodo, junto con la expansión de su potencia marítima. De hecho, China pretende adueñarse de la isla para el año 2049, a un siglo de la Revolución, y esto significaría, finalmente, recuperar el control de rutas y salidas oceánicas importantes. China busca construir su alternativa a la globalización americana, o sea, las nuevas rutas o vías de la seda, por tierra o apoyándose en una red portuaria propia.

Por lo tanto, pretende abrirse camino a Europa a través de toda Asia, justamente porque está acorralada, pues sus mares ribereños y el Océano Pacífico frente a ella están completamente bajo control de Estados Unidos y sus aliados regionales. La inauguración, después de ocho años de obras, del puerto de Chancay, en Perú, responde a esta lógica: China, a través de la megaempresa logística Cosco, controla y financia esta escala estratégica, la más grande de Sudamérica, en el marco de las nuevas vías de la seda, de su aspiración a transformarse en potencia marítima y como respuesta a la contención estadounidense en el Pacífico.

Los aranceles geopolíticos de Trump pueden leerse, entonces, a la luz de este esfuerzo de “contra-globalización” China y de su rivalidad con Estados Unidos. De hecho, a la fecha, los aranceles contra China, desde el primer mandato de Trump, han surtido efectos, pues el país asiático ha ido perdiendo posiciones en el flujo comercial con EUA.

Pero, en el caso de México y Canadá, aranceles de hasta el 25% en su contra, podrían revertir este resultado y tienen menos sentido, pues los tres países, en muchos sectores, son parte de la misma cadena productiva y de valor por su alto y nivel de integración.

Sería contraproducente que Estados unidos penalizara a sus países vecinos, siendo México, por ejemplo, el único país grande de Latinoamérica del que China no es el primer socio comercial.

Entonces, se trataría de aranceles con fines tácticos o medidas coyunturales, y no propiamente estratégicas, quizás para reequilibrar la relación bilateral y pretender más de los que son y continuarán siendo sus principales socios en las Américas.

La misma dinámica se ha repetido con los socios europeos de Estados Unidos, que podríamos llamar, más bien, clientes o satélites, a los que Trump, durante su primer mandato, les pedía mayores inversiones militares e involucramiento activo en la OTAN a cambio de no emprender una guerra comercial atlántica.

Respecto de México, sin embargo, el acoso es mayor: el suprematismo racista del trumpismo se une a la vena propagandista hacia sus seguidores para plantear pretensiones tan genéricas y absurdas como exageradas, las cuales tendrían un costo enorme en ambos lados de la frontera y, de momento, parecen ser provocaciones para negociar y tomarle el pulso a la presidenta Sheinbaum y a su gobierno.

No obstante, nadie duda de que pueda llegar a implementar estas u otras medidas agresivas contra México, así que la advertencia sirve también para prepararse. La enérgica respuesta del gobierno mexicano a través de una carta de la presidencia, al día siguiente de la amenaza de Trump, me parece una buena jugada, un mensaje claro de que va a haber consecuencias concretas y respuestas contundentes ante decisiones drásticas y dañinas de Estados Unidos.

Fabrizio Lorusso
Profesor investigador de la Universidad Iberoamericana León sobre temas de violencia, desaparición de personas y memoria en el contexto de la globalización y el neoliberalismo. Maestro y doctor en Estudios Latinoamericanos (UNAM). Colaborador de medios italianos y mexicanos. Integra la Plataforma por la Paz y la Justicia en Guanajuato, proyecto para el fortalecimiento colectivo de las víctimas.

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