Óscar de la Borbolla
27/01/2025 - 12:03 am
La "verdad" en la ciencia
La ciencia, como se sabe, no es una colección de verdades particulares, sino que busca establecer o descubrir las pautas de regularidad de la realidad y, cuando lo logra, establece leyes, leyes universales no solamente válidas para los pocos o muchos casos experimentalmente comprobados, sino para todos los casos que cumplan con las mismas variables.
Hoy vivimos apoyados en un suelo fangoso donde todo lo que se edifica —pensamos— puede hundirse de un día para otro. No siempre fue así. Hubo épocas largas en la historia en las que las personas se afincaban sobre convicciones firmes que duraban no sólo la vida entera, sino que continuaban por generaciones. Se construían edificios, teorías o héroes para siempre… no puedo sino sentir nostalgia por esos tiempos sólidos que jamás conocí, pues llegué a un mundo donde el escepticismo ya reinaba en mayor o menor grado.
Sé que no en todas las regiones de la Tierra impera esta visión y que aún hoy sobreviven amplias zonas, habitadas por millones de personas, que mantienen sus creencias religiosas o políticas o artísticas… con una fortaleza ahistórica; sin embargo, al menos en mi entorno, que también es basto, la certeza que impregna el ambiente es que todo es efímero y, conforme más transcurre el tiempo, lo poco que parecía perdurar continúa derrumbándose.
Y me pregunto ¿de dónde viene —en la tradición de la que formo parte— ese corrosivo que hace que ni la ciencia tenga ya la definitiva y última palabra? No de la relatividad einsteniana como suele pensarse —aunque indudablemente este científico asestó un duro golpe a la visión de Newton que parecía incontrovertible—; viene de antes: la solidez de la ciencia la demolió el filósofo David Hume en el siglo XVIII. Y hoy quisiera recordar su argumento:
La ciencia, como se sabe, no es una colección de verdades particulares, sino que busca establecer o descubrir las pautas de regularidad de la realidad y, cuando lo logra, establece leyes, leyes universales no solamente válidas para los pocos o muchos casos experimentalmente comprobados, sino para todos los casos que cumplan con las mismas variables. Su procedimiento es, en pocas palabras, inductivo, o sea, da un brinco de lo particular a lo universal. Este brinco es cuestionado por Hume. Pues, como buen empirista, propone que tenemos intuición sólo de casos concretos, pero jamás captamos la universalidad y, por lo tanto, esa universalidad sólo es una creencia que se basa en el hábito. El hecho de que una, dos, o millones de veces ocurran los fenómenos de un cierto modo, no significa que siempre habrán de hacerlo. "Siempre", "todos", "totalidad", son términos demasiado arriesgados pues no existe nada empírico que los garantice: durante siglos se pensó que todos los cisnes eran blancos hasta que apareció un cisne negro; pensamos que una bala calibre 40, que tiene un impacto de media tonelada, atravesará "siempre" una hoja de papel, pero las cargas eléctricas de los átomos que componen la bala y el papel podían presentarse alineadas y opuestas y ,entonces, la bala no atravesaría el papel sino que rebotaría. Cuando decimos “todos”, nos referimos a todos aquí, allá y acullá, y hoy, ayer y mañana: todos es literalmente todos. Y ni siquiera el agua es siempre H2O, en una alberca puede haber una molécula de H3O, o sea de agua ionizada.
La creencia en el principio metafísico de la racionalidad de lo real o de que el universo sea un orden no tiene más fundamento que la costumbre, que el hábito, como sostenía Hume. Y aunque es verdad que ha llovido mucho desde el siglo XVIII a la fecha y se han tratado de afinar estadísticamente las predicciones de la ciencia o, cómo en el caso de Karl Popper, se ha cambiado la inducción por la falsación, el hecho es que no se puede estar cien por ciento seguro de ninguna ley científica. Esto obviamente no resta a la ciencia su superioridad frente a otros discursos, pero sí la vuelve tan sólo la mejor de las explicaciones posibles: "mejor" es un comparativo equivalente a lo menos peor con lo que contamos. El corrosivo del que hablábamos al comienzo lo introdujo Hume y, como bien dijo Kant, fue Hume quien lo despertó "su sueño dogmático", y al resto —agregó yo— nos hizo comprender la condena de no poder edificar más que sobre fango.
X @oscardelaborbol
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