LA ÚLTIMA ASCENSIÓN | En memoria de Ignacio Padilla

03/09/2016 - 12:04 am

Todavía es algo difícil de creer, pero resulta desafortunadamente cierto: Ignacio Padilla, el joven escritor mexicano, falleció el 20 de agosto a causa de un accidente automovilístico. En este texto conmovedor, se evoca sus años de juventud y de promesas.

Por José Manuel Ruiz Regil

Ciudad de México, 3 de septiembre (SinEmbargo).- Llegamos a Gayosso a mitad de la misa. Nos acercamos discretamente hacia donde estaba el padre frente a tu féretro cerrado, nos dimos fraternalmente la paz con quienes estaban a nuestro alrededor, reconocí algunas caras, abracé a dos o tres amigos comunes y oramos (mi oración fue una acción de gracias por haber coincidido un corto espacio contigo en esta tierra).

Terminada la misa alguien sugirió que contáramos anécdotas que reflejaran tu forma de ser. Tres o cuatro se animaron. Yo estaba muy lejos como para escuchar y, más bien, me dediqué a buscar en mi memoria alguna anécdota que hubiera vivido contigo para contar. Recordé la vez que me perdí en medio del bosque en un campamento nacional del MJC (Movimiento de Juventudes Cristianas). Llevaba cargando un tambo de gasolina y un hacha de leñador. Caí en una zanja. Tenía como catorce años y lloré porque estaba solo rodeado de campamentos ajenos y pensé que tú eras grande porque ya habías pasado por todo esto y eras el jefe de mi escuadra, Cosacos y si quería ser como tú tendría que salir de esa solo.

Cuando era un cosaco en el campamento del Movimiento de Juventudes Cristianas. Foto: Cortesía Miguel Gleason
Cuando era un cosaco en el campamento del Movimiento de Juventudes Cristianas. Foto: Cortesía Miguel Gleason

Apenas hacía quince días que te había visto en el homenaje que te hicieron en Bellas Artes. Luego del discurso de Ana García Bergua y Jorge Fernández Granados hablaste deliciosamente por más de una hora. Terminaste tu participación leyendo el cuento “Cornelius Max pinta macacos”. Te esperé a que bajaras del estrado y te abracé con la admiración y el cariño de toda la vida. Te presenté a mi esposa, me preguntaste por mi familia y me extendiste tu libro para que te escribiera mi correo electrónico. Luego te llevaron al camerino de la Sala Manuel M. Ponce para hacerte una entrevista. Entonces salimos. Besé y abracé a tus padres. Me había quedado con tu pluma y se la entregué a tu mamá. Conocí a tu hijo. Nos retiramos como dos lectores satisfechos de haber saludado a su ídolo.

Estábamos en primero de secundaria. Tú llegaste con la cara quemada por el sol y en un descanso entre clases, recargados en el barandal del ancho pasillo del Instituto México te pregunté ¿por qué estás tan quemado? Volví de un campamento, me dijiste, sin mayor explicación. Insistí en que me contaras de qué se trataba y logré que me invitaras a participar en esas reuniones donde jóvenes de nuestra edad se preparaban durante varios meses para luego salir al bosque a poner en práctica todas sus habilidades de competencia y supervivencia. Al sábado siguiente ya formaba parte de tu escuadra, Cosacos, en el Escuadrón Illimani Aconcagua.

Eras grande, el más alto de todos, el más fuerte y el más inteligente. Aunque sólo fueras un mes más chico que yo. Le gustabas a mi hermana, como a muchas otras chicas, sobre todo de Cadena. Tocabas el charango en el grupo latinoamericano cuando yo tocaba la guitarra eléctrica en la coral. Eras muy popular con tu sonrisa inteligente, tus manos fuertes y tu pronunciada nariz, esa que te habría garantizado olfatear las más exquisitas delicias de los jardines literarios.

Volviste heroico con la pierna enyesada al final del campamento nacional para recibir los premios que habíamos conquistado en equipo. Romperte la pierna en mitad de la inmersión no obstaculizó tu liderazgo, al contrario, nos motivó y exigió más todavía para demostrarte que contabas con un verdadero equipo de guerreros.

El autor junto a Ignacio Padilla, en la juventud de ambos. Foto: Cortesía
El autor junto a Ignacio Padilla, en la juventud de ambos. Foto: Cortesía

Ascendimos al pico del águila, al San Miguel, al Popocatépetl, al Iztaccíhuatl, al Nevado de toluca, siempre mirando hacia arriba, siempre esforzándonos por alcanzar nuevas cimas. Quedaron los ochomiles para otros tiempos. Y seguiste escalando, ya no en las montañas, sino en las escarpadas sierras de la literatura. Y yo detrás de ti. Leyendo tus cuentos imposibles, abrevando en tus ensayos llenos de poesía, navegando en tus novelas. Admirando tu capacidad imaginativa, tu erudito manejo de la lengua y esa vivacidad para poner el ojo en los grandes temas arropados por los grandes mitos.

El 20 de agosto de 2016 emprendiste tu última ascensión. Cargaste tu mochila de premios y cariños, tu pluma de leñador, te vestiste el uniforme del Escuadrón, calzaste tus botas de montaña, y partiste a conquistar otras cimas espirituales. Nos has dejado los mapas y las linternas para seguirte con la esperanza de volvernos a encontrar en un abrazo solar.

José Manuel Ruiz Regil. Foto: Cortesía
José Manuel Ruiz Regil. Foto: Cortesía

¿Quién es José Manuel Ruiz Regil? (Ciudad de México, 1968)  Publicista egresado de la Universidad de la Comunicación (1988-1992). Estudió el Diplomado en Creación literaria en la Escuela de Escritores de la S.O.G.E.M. (1992-1995) Ha publicado cuento, poesía y ensayo en diferentes medios físicos y electrónicos como la revista Mexicanísimo y Este País y los Blogs Relatos y figuraciones, laboratorio de poesía y El arte de la crítica. Todos en blogspot. Es profesor de cuento y poesía en la Escuela de Escritores. Imparte el taller de creación literaria “Serendipity”. Es fundador del proyecto Hablar de libros, taller de lectura y discusión. Sus más recientes libros son Vario mar incesante, aproximaciones a lo irreductible (Ensayo, 2013) y Testamento del caminante (Poesía, 2014).

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