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Tomás Calvillo Unna

22/11/2017 - 12:00 am

¿La conciencia destazada?

La realidad como experiencia de vida se ha desvirtuado, la apropiación de la redes de comunicación de los procesos mentales, cortó el cordón umbilical del ser con la tierra misma. La vinculación primaria se perdió, fue sustituida por la lógica y ritmos de los medios electrónicos que determinan temas y contornos. Es posible que la […]

“Sol de la infancia”. Autor: Tomás Calvillo

La realidad como experiencia de vida se ha desvirtuado, la apropiación de la redes de comunicación de los procesos mentales, cortó el cordón umbilical del ser con la tierra misma. La vinculación primaria se perdió, fue sustituida por la lógica y ritmos de los medios electrónicos que determinan temas y contornos.

Es posible que la implementación de los procesos hegemónicos de la cultura tecnológica haya afectado las estructuras más sutiles que articulan lo que nombramos “conciencia”; en el sentido de conocimiento, comprensión, consideración y comunión.

El abatimiento diario de la propia reflexión al quedar esta adherida al flujo de información, resta densidad a la comprensión de la naturaleza de nuestro devenir.

Estamos varados en la dinámica de los gadgets y sus apropiaciones constituidas como novedosas habilidades de herramientas digitales que toman las riendas de los propios sucesos.

Entes cada vez más instrumentales, los roles que ejercemos ya son programados; en esta fase, la medición llamada también certificación, es una rutina y regla que homogeneíza todos los parámetros posibles de la conducta social. Transferidos a ser notas a pie de página exponemos nuestras vidas sin tener la mínima certeza de que estamos haciendo realmente.

Cumplimos bien las asignaciones de la sobrevivencia mínima y con ello ya estamos incluidos en el relato de todo los días, pasivos o activos, somos parte del cúmulo humano; un “reality show” como resultado del hacinamiento virtual.

En el ámbito político se aprecia la futilidad del poder descarnado que se edifica cómo castillos de arena, cuyas minucias de algoritmos son una suerte de maquinal manipulación.

La inconsistencia es ya una virtud, permite ser cualquier cosa, representar a la vez todo y nada. Lo relevante es aparecer y decir el mayor número de simplezas catalogadas como aciertos de impacto, medible por el número de seguidores cuyo subconsciente gobierna con sus oleadas de impulsos. El léxico del insulto se vuelve así dominante. Son los ejércitos de la Verdad del momento.

Lo rufián se queda corto, y mentes lúcidas se rinden ante proyectos encapsulados en la retórica de lo deseable, sin importar los emisores de los mismos, antes de ser barridos por los vientos huracanados de la violencia, de la cual participan como colaboradores de los ejércitos del crimen.

La política sin alma es la consecuencia de este marasmo del capital tecnológico que ya asumió el control del tiempo y el espacio que heredamos, ignorando su naturaleza pérdida.

Lo masivo se revistió de un ego perplejo e ignorante donde nos miramos y deslumbramos cada minuto para exhalar lo que ya no tenemos: vitalidad.
Si tuviéramos un mínimo porcentaje de ella, veríamos de manera diferente este juego doloroso, donde personajes recortados por añejos síntomas fascistas reaparecen como fantasmas; proyecciones sin contenido, saturados de ruido.

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