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Alma Delia Murillo

24/06/2017 - 12:05 am

De duelos

Una identidad que se resquebraja trae réplicas del temblor original durante meses.

Adolorarse el cuerpo de estar solo
de andar hecho una mueca
exprimido por dentro
harto de llevarse puesto
—Julia Santibáñez

Una identidad que se resquebraja trae réplicas del temblor original durante meses. Foto: Pixabay

No era eso.
No era hambre, ni enojo, ni euforia.
Era dolor, era tristeza. Te sentaste muy recta, por las mañanas delante de tu escritorio y por las tardes delante de aquella cerveza en esa cantina pretenciosa.

Muy recta delante de la vida. Derechita, bien sentada. La primera de la clase, la que siempre hacía la tarea, la que no se abandonaba a la pereza ni a la inocencia. A la inocencia menos que a cualquier otra cosa.

Porque había que madurar a punta de ausencias, había que hacer lo correcto y ser fuerte. Porque las mujeres somos fuertes, porque hay que vociferar que todo lo podemos, que nada nos detiene, que somos las guardianas de la civilización y de la evolución del mundo.

Y te pasaste meses convenciéndote de que te dolía sólo un poco.

¿Es que hay escalas del dolor?

Cuánto tiempo es suficiente tiempo para que duela menos. ¿Cuánto, en la escala de dolores, se debe adelantar después de tres meses de su muerte?
Pero es que te dolía esa muerte y las otras. La de aquella casa de la que saliste sin pensar, con tu fuego por delante que te ilumina tanto como te enceguece; aquella casa que te persigue con imágenes del jardín de flores muertas que no cuidaste hasta el final como prometiste que harías. La muerte de aquella tú.

Y una noche lloraste delante de un corto animado como si tuvieras siete años y el personaje de tu caricatura favorita hubiera desaparecido.

Qué vergüenza. Tú querías que te importara todo: el país, la corrupción, el recibo de honorarios, las entregas a tiempo, las víctimas sin justicia, la vigencia del pasaporte, el vestido nuevo.

Luto de casa. Luto de amor. Luto de padre. Luto de una década agonizante. Luto de ti. Luto de la historia de esa niñez que por fin terminaste de relatar. Sobreviviste a la niña que fuiste.

¿Cómo iba a importarte lo demás?

Y este país y esta tú con ese mareo que ha durado casi un año. ¿Está temblando?

Una identidad que se resquebraja trae réplicas del temblor original durante meses.

Estás mareada sobre esta rueda de la fortuna y su nuevo ciclo. Mareada por el cambio. Por la muerte. Estás mareada y te caes mientras corres, tocas la sangre, la rodilla inflamada. Lloras y te ríes porque lloras. Carajo, no se llora por un raspón en la rodilla. Pero sí. Sí, sí, sí. Se llora por el raspón en la rodilla y porque se han muerto tu padre y tu abuela y ahora no puedes dejar de pensar que un día morirá tu madre y porque tienes miedo y porque estás sola y porque la puta incertidumbre y por las cien mil veces que te dijeron no llores.

Muérdete las uñas, no llores.
Haz la tarea, no llores.
Firma tu despido, no llores.
Dile asertivamente que lo dejas, no llores.
Llama a tu compañía de seguros, no llores.
Dale un beso a los abuelos, no llores.
Cómete el brócoli, no llores.
No pasa nada, no llores.

Pero sí pasa. Todo está pasando todo el tiempo.
Acabas con la condena del no llanto. Te rebelas contra la tiranía seca. Desobedeces y te dices: llora. Llora aunque parezca ridículo, llora en los andenes, en la cama, en el cine, haciendo la maleta, frente al calendario, frente a ese poema del cuerpo adolorado. Llora cuanto quieras, llora hasta que te gane la risa y vuelva a imponerse el hambre y el despertador, la euforia y el nuevo ciclo de lavado. Hasta que la rueda de la fortuna te diga que también su nuevo círculo fue inaugurado. Que estás de vuelta, que aquí vamos.

 

@AlmaDeliaMC

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