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Sandra Lorenzano

25/12/2016 - 12:00 am

Las perlas y el fin de la memoria

Hay sangre caída, sangre que me llama. / Nunca entré en Granada. / Hay sangre caída del mejor hermano. / Sangre por los mirtos y aguas de los patios. / Nunca fui a Granada. Estos versos de Rafael Alberti fueron compuestos como elegía por las víctimas de una guerra. También hoy hay sangre que nos […]

Hay sangre caída, sangre que me llama. / Nunca entré en Granada. / Hay sangre caída del mejor hermano. / Sangre por los mirtos y aguas de los patios. / Nunca fui a Granada.

Estos versos de Rafael Alberti fueron compuestos como elegía por las víctimas de una guerra. También hoy hay sangre que nos llama. Otra guerra. Siria: el símbolo del horror. Nunca entré en Alepo. ¿Importa eso? Sangre caída del mejor hermano.

Allí están la vida y la muerte, el destierro y las nostalgias; allí están los siglos de migraciones que han hecho de Siria lo que es. Asirios, babilonios, persas, romanos, sarracenos, otomanos, franceses, ingleses, turcos, libaneses, israelíes, palestinos… todos se han cruzado en ese territorio que está siendo devastado por la violencia política, por la ambición, por la intolerancia, por la prepotencia.

Se calcula que unas 470 mil personas han muerto en los cinco años de guerra civil, y según datos del Syrian Center for Policy Research hay unos 6.36 millones de desplazados internos, mientras que 13.8 millones perdieron sus trabajos y con ello su fuente de ingresos durante el conflicto. La consecuencia de esta destrucción de empleos y de la inseguridad ha sido que el 85.2 por ciento de la población se encontrara en situación de pobreza a finales de 2015, mientras que el 69.3 por ciento están en extrema pobreza, lo que significa que son incapaces de cubrir sus necesidades alimentarias básicas.[1]

Foto: todaslasnoticias
Foto: todaslasnoticias

Aun cuando retornes, / Odiseo… / Aun cuando te opriman las distancias, / Y la ruta se encienda / En tu desconsolado rostro, / O en tu temor amigo. /Seguirás siendo historia de andadura / Seguirás habitando una tierra sin tiempo, / viviendo en una tierra sin retorno, escribió el poeta Adonis en sus Canciones de Mihyar el de Damasco.

A principios de 2016, la cifra de refugiados llegó a alrededor de cinco millones, lo que lo convierte en uno de los mayores éxodos de la historia reciente; estamos hablando de casi al 25 % de la población total del país.

Vemos con estupor las imágenes de su peregrinar. Vemos con estupor el silencio del mundo.

…una tierra sin tiempo …una tierra sin retorno… Como muchos, hubiera querido el Nobel para el poeta sirio. El mundo por lo menos hubiera volteado a ver aquel infierno.

“Siria es el fin de la memoria. Alepo es el fin de la decencia. Es el fracaso del siglo XX. Es repetir el Holocausto, repetir Ruanda, repetir Srbrenica. Empezó como una guerra civil y seis años después estamos ante el peor genocidio del siglo XXI”. Quien dice esto en la radio, con voz quebrada, es Maruan Soto Antaki, estupendo narrador y uno de los principales especialistas en Medio Oriente, mexicano de origen sirio, hijo de la gran pensadora y escritora Ikram Antaki. Medio Oriente es hoy un rompecabezas cuyas fichas “se entrecruzan constantemente”. Sus reflexiones son, junto con las de Carlos Martínez Assad y Mauricio Meschoulam, una guía imprescindible para muchos que, como yo, queremos entender ese rompecabezas sembrado de horror.

Pareciera que la llamada “comunidad internacional” asiste impávida a la tragedia siria; pero, como dice Meschoulam, “Ojalá fuera solo eso. Estamos, más bien, ante un fenómeno en el que un sector de esa comunidad internacional ha formado parte, no pasiva, sino activa, en cuanto a alimentar las llamas cuyo último incendio es el que hoy atestiguamos en Alepo”.[1]

Si en la reflexión de Susan Sontag en Ante el dolor de los demás, Sarajevo era el símbolo de la ignominia, hoy lo es Siria.

Implacable, entre el enojo y el dolor, la mirada de esta niña se clava en las líneas que escribo. No hace ninguna pregunta porque tiene ya todas las respuestas. Y esas respuestas me avergüenzan. Nunca vi Siria. Quizás no tenga derecho a escribir, pero tengo la responsabilidad de hacerlo. Ética y humanamente tengo la obligación de mirarla y de saber lo que hay detrás de su mirada. Esta niña es Alepo.

La fotografía la tomó Araz Hadjia en uno de los mayores campos de refugiados de la región, en un pueblo de Grecia limítrofe con Macedonia. “Aquí todas las historias parten el alma –cuenta Araz-. Lo que más necesitan es ser escuchados y que nos sentemos con ellos. Aunque no nos podamos comunicar, creo que lo que necesitan es que al escucharlos los saques de la masa invisible de ‘refugiados’ y les des una identidad propia.”

Araz es argentina de origen armenio nacida en Alepo. Durante el Genocidio Armenio, la ciudad de Alepo se convirtió en el principal centro de convergencia de las rutas de deportación. Entre los sirios que se opusieron con mayor fuerza a esa matanza que le costó la vida a más de un millón y medio de personas, destaca la figura del último gobernador de Antioquía. Y para cerrar este pequeño cuento de exilios y dolores, de pérdidas y migraciones, cuento que ese gobernador es el bisabuelo de Soto Antaki. Su solidaridad provoca que lo expulsen de su tierra, a principios del siglo XX, y le prohíban el regreso a él y a sus descendientes. El primero en regresar es el propio escritor en 2001.[1]

A Siria llegaron los armenios perseguidos, derrotados, dolidos. Allí pudieron volver a sentirse orgullosos de sus raíces, orgullosos de ser quienes eran. Allí encontraron un hogar. ¿Quién les dará hoy hogar a los millones de sirios que deambulan desgarrados por el mundo?

Escribió el poeta Daniel Varujan, brutalmente asesinado por los “Jóvenes turcos” en 1905:

Siembra, siembra, incluso al otro lado de la frontera,

siembra abundante, como estrellas, como olas

que importa si los camachuelos pican tus granos,

pues en su lugar, el Señor dios sembrará finas perlas.

Sirios, armenios, afganos, pero también marroquíes, senegaleses, guatemaltecos, hondureños, bolivianos… todos han aprendido a sembrar, no importa dónde, sin perder la esperanza –absurda y conmovedora- de que algún día cosecharán perlas.  

[1] Ésta es parte de la historia que narra en su novela más reciente El jardín del honor  (México, Alfaguara, 2016)

1.http://www.abc.es/internacional/abci-guerra-siria-cifras-470000-muertos-5-anos- 201602111728_noticia.html

2.- http://www.eluniversal.com.mx/entrada-de-opinion/articulo/mauricio-meschoulam/nacion/2016/12/17/aleppo-las-culpas-y-las

3,– Ésta es parte de la historia que narra en su novela más reciente El jardín del honor  (México, Alfaguara, 2016)

 

 

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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