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Tomás Calvillo Unna

28/02/2018 - 12:00 am

Nadie tiene el sartén por el mango

En solidaridad con Marichuy Los algoritmos en y de la política suelen ser disruptivos. Sus enunciados ocultan su naturaleza laberíntica: el tiempo de su racionalidad está fracturado; la urgencia de lo inmediato carcome la planeación y empaña el horizonte. Las abstracciones para sobrevivir se revisten de mercadotecnia, no más ideología, eso estorba al fluir continuo […]

“El fuego del sartén”. Imágenes: Tomás Calvillo

En solidaridad con Marichuy

Los algoritmos en y de la política suelen ser disruptivos.

Sus enunciados ocultan su naturaleza laberíntica: el tiempo de su racionalidad está fracturado; la urgencia de lo inmediato carcome la planeación y empaña el horizonte.

Las abstracciones para sobrevivir se revisten de mercadotecnia, no más ideología, eso estorba al fluir continuo de las nubes con sus torrenciales datos e imágenes que multiplican la fragmentación de información, distorsionando la realidad, incluso escapando a ella, para ganar un tiempo que ya se esfumó.

El discurso demagógico es hoy una puesta en escena virtual que se masifica para elaborar referentes de un poder que está en otro lugar.

Un ejemplo es la dinámica de los candidatos, cuyos pasos e imágenes son condicionados por los llamados poderes facticos: económicos adheridos a consorcios y también militares, quienes ya envían señales que sacuden la materialización de símbolos como el de la bandera.

Los temas fundamentales agua, tierra, aire y fuego siguen ahí a su propia suerte, están en una agenda semi-metafísica a la que se recurre como referencia, pero en términos prácticos se focalizan solo cuando se convierten en un incendio social que se tiene que apagar.

La clase política e incluso la clase académica, que suelen ir muchas veces codo con codo, se han convertido en administradores de un crecimiento exponencial tecnológico-económico y conceptual que comienza a desbordarse, acumulando una densidad social que no tarda en expresar su fuego interior impredecible.

La epidemia de emociones remplaza a la sensibilidad, el compromiso es fugaz al igual que la memoria. La condición humana como congruencia, consideración, consistencia, conciencia, es un arquetipo que se puede bajar en una app y realizar en varias aplicaciones, variantes que juegan con la idea del infinito y el fin de la encarnación.

Es el dominio del instante que se recrea a sí mismo aparentando una continuidad.

La respiración de la política se extravió, no hay pausas, no las puede haber, no hay reflexión, no hay tiempo para ello; los programas digitales se encargan de diseñar el mapa, la ruta a seguir.

Hay candidatos que siguen mejor este acondicionamiento tecnológico, aprenden la tarea y hacen de la agitación neuronal su acto público. La velocidad es la estrategia; los rostros y corazones quedan atrás, para refugio nostálgico de los descendientes de Nezahualcóyotl. La brújula apunta al norte y muchos la llevan en sus entrañas.

El desgajamiento es mayúsculo, aunque la sociedad de consumo lo oculte; los políticos, sus discursos, están atrapados en esa evaporación que los disuelve para poder estar al menos presentes electoralmente.

Todos los candidatos, en este rápido civilizatorio en el que entramos, saben de su fragilidad.

Si pudiéramos realizar un ejercicio cívico de ella y entenderla, es probable que el concepto de equipo, una transición de lo colectivo a lo individual y de este a lo comunitario podría marcar una de las pautas para no perdernos del todo en la vorágine del “agandalle” nacional.

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