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Antonio María Calera-Grobet

02/04/2022 - 12:04 am

Dos en motocicleta

El número dos. Lanzarse a cuidarse a la calle, contra quien se ponga enfrente y atente o se atreva a profanar ese dos.

Recordamos, recordemos, a los dos jovencitos, chico y chica apenas abriéndose a la dureza de ganar un pan. Foto: Arturo Pérez, Cuartoscuro.

Melisa Arzate Amaro y Antonio María Calera-Grobet

De a dos los hemos visto apearse en una moto pequeña, donde apenas cabría uno, pero se hacen un hueco para lograr el cometido: acompañarse. Es una estampa que cruza ya la ciudad a cada rato. La de los jinetes motorizados que, de dos en dos, se acompañan. No sólo para aligerar la jornada, pegar los cuerpos lo más que se pueda, el mayor tiempo posible, sino sobre todo hacer su película. En la cajuelita del velocípedo, los hemos visto, meten los objetos de su diligencia: comida a domicilio (pizzas, tacos, hamburguesas), despensa diversa. Los vemos hacer eso, subir y bajar comida de su cajuela, pero nosotros lo que recibimos es, más que tal manejo de vituallas o antojitos, un mensaje. Nosotros y seguramente muchos más. ¿El mensaje? Que la respuesta casi siempre se haya escondida en el modo doble, el tándem, el combo: el número dos, en la belleza del acto inmenso de acompañarse en el camino de la vida. Porque en este caso y otros, ¿qué carajos es la vida siendo un número uno, sin par, soldado único, arrojado a la tierra? Nada. Acaso la locura.

Los vemos dando quiebre como de tiburón, acelerones y frenones, volantazos, pasarse los altos, meterse en sentido contrario, todo para apurar el tiempo, cuerpo a cuerpo, al unísono del mismo mofle, dando la cara al viento en concordancia y camaradería, como un bello sistema de amor al galope. Yunta que jala parejo, ara en pareja el dificultoso camino (compartido, por supuesto), de ir por esta vida sobreviviendo. No como quisieran los dueños del dinero, no como dictaría el estado de las cosas en cuanto a la ética económica, despedazándose, desintegrándose, aislados uno a la espera del otro, cada quien con su soledad. No. Todo lo contrario: dignamente, pasándola con dicha, aceite y mantequilla, ellos en su dos que son uno, ellos propinando su relato.

Hay una misión dentro de esta percha doble, un ritual, una señal más profunda y compleja: la puesta en nuestra vida de un poema vivo, de una acción revolucionaria, libertaria, una obra que pide ser mirada con ojos nuevos y limpios: constituye este montar de la maquina “machembradamente”, de entrada, como grado cero, la comprobación de que enfrentar la adversidad con amor es posible, cargando la canasta del trabajo (del mundo) entre dos, es posible. Y, entonces, la epifanía de que ese amor es lo que mueve a los amantes, lo que da fuerza a los pares y los imanta. Nos ponen un ejemplo de vida. Son héroes esos amantes en su caballo de ruedas cruzando los potreros de cemento, pero en realidad, tantos y tantos más que se abren a la jornada de la mano. Amantes que levantan sus monedas en contubernio, mediante la amalgama de sus almas, codo a codo hacia adelante pese a los tropiezos. Para adelante en la refriega de atorarle, de torear el toro diario porque no hay de otra, pero siempre tocándose: contándose, allanándose mutuamente el camino, fortificando el ánimo, limando todas las rebabas que les presenta el destino. Pasar sobre todas las terracerías, los restos humanos de lo que fuimos, las ruinas que han hecho de todo lo importante quienes ostentan el poder en este reino del más fuerte que es el más adinerado; pasar por el espacio y el tiempo a modo de despegue, viviendo la vida como mejor se puede o, mejor aún, como mejor debemos, queremos y querremos. Hasta donde podamos. Que el amor existe, se irradia, persiste.

Recordamos, recordemos, todos, a tales soldados del número dos. Recordamos nosotros, desde nuestro dos, a un par de chicos manejando un taxi que nos llevó por La Habana, y otro más en Oaxaca. Marido y mujer, novia y novio, como se dice, qué importa. Importa su dos. Azúcar con canela. Y luego a dos señores, bastante mayores, viejillo y viejilla se decían, en una tiendita en Caleta, abierta desde hace veinte años, con un surtido envidiable de dulces, entretenimientos masticables en anaqueles polvorientos porque su cuerpo ya no daba para treparse o agacharse a limpiar, pero hermosos en el capricho de estar juntos, de atreverse desde que amanece hasta cerrar, en la gloria ganada, arrancada, construida de mantener a la familia, día con día y así pasar entera la vida. Ajo con perejil.

Recordamos, recordemos, a los dos jovencitos, chico y chica apenas abriéndose a la dureza de ganar un pan, ahí en el calor por ellos levantado, el segundo calor (el primero su amor verdadero) vendiendo tamales muy de mañana a la salida del metro, uno sacando los envueltos de maíz de la humeante vaporera, la otra montando tortas o anudando itacates, y entre los dos cobrando y guardando los pesos compartidos en una cajita metálica de galletas. Miel con limón.

Y recordamos a estos otros amantes de acompañarse, amantes de propinarse historias y relatos que, si no se veían en par, en par operaban, aunque a uno solo se viera en escena: el llamado señor de los gaznates, merengues, macarrones y cocadas, que toca el timbre de casa todos los viernes sin falta desde hace tantos años. Nos habló tiernamente de su esposa, la responsable de hornear los dulces de huevo, moldear los de leche y amueganar los de caramelo en la madrugada, mientras su viejo es el encargado de salir muy temprano a errar con el changarro, intercambiarlo por el tesoro familiar, a pura pata caliente, pata de perro por la ciudad, entre las calles de las colonias donde lo esperan familias con el cambio listo, la lengua de los críos y decanos repasando los labios. Pan con queso fundido.

El número dos. Lanzarse a cuidarse a la calle, contra quien se ponga enfrente y atente o se atreva a profanar ese dos. La alegría doble como brújula primordial. Y más.

 

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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