Artes de México

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Con Ted Hughes, en Malinalco (Una fotografía onírica)

05/08/2017 - 12:03 am

Un sueño de Rafael Vargas sobre el poeta inglés Ted Hughes a Malinalco. Fragmento e imágenes publicadas en Jaguar. Artes de México

Por Rafael Vargas

Ciudad de México, 5 de agosto (SinEmbargo).- Sueño que viajo con el poeta inglés Ted Hughes a Malinalco. No sé por qué. Sin duda porque los sueños son así, caprichosos. Debo haber visto una foto suya en alguna librería sin darme cuenta y aquí está, en el lobby del hotel. Vino a México a un festival de poesía y a mí me toca pasearlo. Nos vamos en mi coche. No sé ni de qué platicar con él. Apenas he leído uno o dos de sus libros. Así que manejamos un rato sin pronunciar palabra. Fuma. Por romper el incómodo silencio, digo: “Me gustó mucho Hawk in the Rain. Es un libro difícil, pero voy a ver si puedo traducirlo.” La traducción es un tema que le interesa, no obstante, no tengo nada interesante que decirle. No tardamos en volver al silencio. Sólo hasta que tomamos la carretera se aviva. Inesperadamente dice:

—Siempre había querido visitar Malinalco. La última vez que vine a México le dije a unos amigos que me llevaran, pero no tuvieron tiempo. Te agradezco que hayas pasado por mí. Desde que leí que había un sitio ceremonial tallado en un inmenso monolito he querido conocerlo. Y siempre he querido ver los jaguares que custodian las escalinatas del templo.

—¿Y cómo es que sabes tanto sobre Malinalco?, le digo, asombrado, tuteándolo con esa confianza tan connatural a los sueños.

—Hace muchos años, justo antes de entrar a la universidad, leí un libro sobre los aztecas en el que se hablaba del significado que para ellos tenía el jaguar. Es un animal que me fascina desde que era niño.

¿Proviene de su infancia, entonces, esa imagen memorable de “El jaguar” (segundo poema de Hawk in the Rain) en el que menciona a una muchedumbre en el zoológico ante la jaula de un jaguar, “mesmerizada como un niño ante un sueño”? Le digo que me acuerdo de ese poema (escrito en 1954, el año en que yo nací), de ese par de versos. Que en adelante siempre veré su cara entre esa pequeña multitud —aunque no tengo la más mínima idea de cómo habrá sido la cara de Ted Hughes cuando era niño.

Es fama que, cuando era niño, Ted Hughes modelaba todo el tiempo animales en barro, en cera o en plastilina.

—Desde que tenía cinco años, el jaguar era el animal que más me atraía. Lo modelaba automáticamente. Sus patas eran lo bastante gruesas para soportar el peso del barro o de la plastilina. Después empecé a tratar de esculpirlo con palabras. Escribí “El jaguar” a lo largo de dieciocho meses. Recuerdo todavía los distintos lugares de Inglaterra en los que logré definir ciertos versos. Lo terminé poco tiempo después de que conocí a Silvia.

(Silvia: otro felino; demasiado salvaje para aceptar la vida doméstica.)

Danza de los tecuanes, de Ruth Lechuga. Foto: RAM

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De pronto, ya estamos en Malinalco. Con un soplo, el sueño nos ha puesto en la cima del Cerro de los ídolos. El sol brilla como sólo puede brillar en los sueños. El sitio está desierto como ya sólo puede estarlo en los sueños. Los gigantescos jaguares decapitados custodian las escalinatas. Hughes se acerca y planta una mano en el lomo de una de las bestias sedentes.

—Antes, los animales eran deidades y no estaban prisioneros en una jaula ni a punto de extinguirse por nuestra imbecilidad —me dice—. Es trágica nuestra sordera al pasado. Las piedras hablan. Lo entienden mejor las palmas de nuestras manos que nuestra mirada. Cada vez nos resulta más difícil comprender lo que vemos.

Pienso en cuánto y cuán constantemente mira Hughes hacia el pasado. Pienso en su pasión por los animales. En el deslumbramiento que le produjeron los ojos del jaguar cuando niño (“cegados por el fuego”, fuego ellos mismos). Es uno de sus animales totémicos. Me pregunto si su signo en el zodiaco azteca no corresponderá al del jaguar.

Ahora entiendo por qué le dedicaste dos poemas al jaguar. Foto RAM

—Ahora entiendo por qué le dedicaste dos poemas al jaguar —le digo—, aunque no existan jaguares ni en la Europa continental ni en Inglaterra.

En marzo de 1967, Ted Hughes publica en la revista The New Yorker “Second glance at a Jaguar” (“Segundo vistazo al jaguar”), el segundo poema que le dedica a la elegante fiera. Esta vez, el poeta mira al felino como un grueso cuchillo sacrificial similar al que utilizaban los aztecas para extraer el corazón de sus víctimas; su cabeza es “un brasero que desparrama brasas,” la jaula es un inframundo que recorre de prisa, sin hacer ruido.

Ted Hughes se lamenta. Pero en cierto sentido también él apresó al enorme gato tras los barrotes del poema. Detrás de ellos, lo miramos y nos mira. El animal se revuelve en la celda de palabras.

Con los ojos cerrados y la mano en el pecho de la fiera, Hughes parece buscar el latido de la piedra, parece querer tomarle el pulso. Yo le tomo a él una fotografía. Ésta.

Fragmento e imágenes publicadas en Jaguar. Artes de México, número 121. Disponible en esta página. Una sección de Artes de México para SinEmbargo

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