Author image

Jorge Alberto Gudiño Hernández

06/08/2016 - 12:00 am

Olimpiadas

Las Olimpiadas como quien es capaz de apreciar cierta belleza en la competición llevada a sus más altos niveles. Es una belleza en ocasiones abstracta. La misma que se funda en una sincera admiración hacia quienes son capaces de consagrar años enteros de su vida para definir algo en apenas segundos.

Las Olimpiadas como quien es capaz de apreciar cierta belleza en la competición llevada a sus más altos niveles. Es una belleza en ocasiones abstracta. La misma que se funda en una sincera admiración hacia quienes son capaces de consagrar años enteros de su vida para definir algo en apenas segundos. Foto: EFE
Las Olimpiadas como quien es capaz de apreciar cierta belleza en la competición llevada a sus más altos niveles. Es una belleza en ocasiones abstracta. La misma que se funda en una sincera admiración hacia quienes son capaces de consagrar años enteros de su vida para definir algo en apenas segundos. Foto: EFE

Aun cuando no soy alguien a quien le atraen los deportes, veo, desde que tengo memoria, las competencias olímpicas. Lo hago con un espíritu muy diferente al que me entusiasma durante los Mundiales de fútbol. En los primeros comparto la ingenua esperanza de que México gane. Con las Olimpiadas no me pasa lo mismo. Sé que es imposible que la representación de este país llegue a la cima del medallero. Tampoco me interesa demasiado. Ni siquiera discuto sobre los cuestionables logros que puede significar una medalla de oro más para nuestra historia.

Así pues, veo las Olimpiadas como quien es capaz de apreciar cierta belleza en la competición llevada a sus más altos niveles. Es una belleza en ocasiones abstracta. La misma que se funda en una sincera admiración hacia quienes son capaces de consagrar años enteros de su vida para definir algo en apenas segundos. Y no sólo es con la carrera de los 100 metros planos: hay lanzamientos en el atletismo que acaso duran menos.

Muy pronto descubrí que disfruto las transmisiones de ciertos deportes pero padezco otras. Los esquemas de competencia han privilegiado el tiempo al aire de competencias muy específicas. Es fácil ver que en la pantalla se suceden gimnastas, clavadistas o nadadores durante horas. Si bien reconozco que muchos de ellos me entusiasman, a veces también me aburren un poco. Algo tienen de rutinario incluso en el acápite de su especialidad. Sin duda es culpa mía, divago cada vez que puedo.

Descubrí, también, que me gusta ver deportes que no suelen tener mucho público; al menos en la televisión nacional. Disfruto los pocos partidos de juegos de raqueta (desde el ping pong hasta el bádminton), así como varias disciplinas de atletismo que no suelen transmitir del todo. Si no me equivoco, hasta me he quedado alguna vez viendo una competencia de boliche. Me da la impresión de que, en esas gestas, los resultados son menos previsibles o, al menos, los puntos son más emocionantes.

Estas Olimpiadas serán diferentes por muchas razones. De entrada, porque son las primeras que veré con mis hijos (en la edición anterior, el mayor apenas aprendía a caminar y no eran negociables los contenidos televisivos; además, el horario era complicado). No tengo idea de cuáles serán sus reacciones frente a las diferentes competencias. Me ilusiona pensar que, como a todos los niños, al ver a un medallista hacer una proeza, buscarán emularlo en su imaginación. Así tendré, durante dos semanas, un par de atletas en casa. Será, ahora, mi turno de explicar el funcionamiento de varios deportes. Eso siempre me pone de buenas.

Serán diferentes porque no se transmitirán en televisión abierta. Un avance de eso ya nos había sucedido con varios partidos del Mundial y con las Olimpiadas de Invierno. Ahora tendremos que buscar las señales, acostumbrarnos a las nuevas voces de los cronistas y aceptar que la competencia televisiva es parte del negocio olímpico. Justo en este particular, no hay nada que lamente ni que aplauda. Opciones habrá.

Al margen de las diferencias, también habrá similitudes. El drama estará presente y nos permitirá atestiguar cosas inherentes a lo humano que poco ha trabajado la literatura y la ficción en general. El mundo del deporte de alto rendimiento tiene algo que se le escapa a la narración. Nada como verlo de primera mano. También habrá quejas, hazañas, trampas, polémicas, críticas y opiniones. Incluso, la infinita repetición de escenas para el deleite de muchos. También lo celebro. A veces el deporte nos ayuda a la comprensión del otro; pese a vivir bajo el paraguas de la corrupción y la ilegalidad.

Como se ha podido ver, a lo largo de este texto he evitado escribir “Juegos olímpicos”. No me molesta el término ni me da flojera escribir más letras. Si he escrito “Olimpiadas” es para sumar a muchos puristas en mi contra. Aquéllos que, cada cuatro años, se ocupan de aclarar que la olimpiada es el periodo de espera entre unos juegos y los siguientes. Siempre me ha parecido una corrección molesta. Sobre todo, para quienes sabemos que el lenguaje es una entidad viva. Al margen de ello, al margen de mis opiniones y mis posturas, los invito a buscar el término en los diccionarios. La primera acepción de “Olimpiada” es justo lo que nos convoca: los juegos mismos. Así que dejemos atrás esa aclaración tantas veces incómoda y disfrutemos de estas dos semanas. Al menos así será en mi casa.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas