Autor: Carlos Silva Cázares
El título del presente artículo nos remite automáticamente al personaje caracterizado por Joaquín Pardavé, El baisano Jalil. Bajo esa presunción, el lector no se encuentra alejado de la realidad. Interpretado por el cómico mexicano, Neguib Simón Jalife, se encuentra inspirado en la vida del empresario de origen libanés. La blanca Mérida lo vio nacer en 1896. Desde sus primeros años, Simón ayudó al oficio familiar, primero “como modesto buhonero y después como comerciante establecido”.
Sus ajetreadas horas laborales no impidieron que el joven Neguib hiciera a un lado sus estudios. Para 1922, terminó la carrera de abogado, y muy pronto comenzó a litigar al lado del progresista yucateco, Felipe Carrillo Puerto.
Aquel “arabito” -como lo recordaba el músico y poeta Ricardo Palmerín-, pronto volcó sus esfuerzos por completo a los quehaceres políticos, desempeñándose, como procurador de Justicia, diputado y senador, por su estado natal. Años después, afloraron las ambiciones empresariales de Neguib Simón, las cuales eran mayores, por lo que, compartiendo sus oficios políticos consolidó sus empresas fabricantes de hojas de rasurar Ala y de focos Lux, aprovechando la coyuntura de bonanza económica provocada por la Segunda Guerra Mundial.
Para el inicio de la década de los años 40´s, el otrora millonario Neguib Simón, como muchos otros hombres de la historia que rebasan la grandeza personal, quiso dejar huella, a través de una obra faraónica, la Ciudad de los Deportes. Simón adquirió una propiedad de poco más de un millón y medio de metros cuadrados en las inmediaciones de Mixcoac, pertenecientes a antiguas ladrilleras, con el fin de llevar a cabo una ciudad deportiva. En su mente proyectó la construcción de una plaza de toros, un estadio de futbol, frontones, albercas, boliches, canchas de tenis, arenas de box y lucha, restaurantes, cines.
Lo menos que pensaron del “arabito”, era que estaba loco, “era una utopía”, se comentaba. Amén de las envidias políticas y rivalidades que había generado el ambicioso proyecto, por ejemplo de Maximino Ávila Camacho, Secretario de Comunicaciones y hermano del presidente de la república.
Inesperadamente, los costos iniciales para la construcción del complejo se triplicaron, amén de los impuestos crecientes, que día a día aumentaban por concepto, de “no se sabe de qué”.
Las deudas crecieron de manera exhorbitante y Simón tuvo que abandonar el proyecto original. Comenzó a vender parte de los terrenos en donde se construyeron condominios habitacionales. Para lo único que alcanzó su “sueño guajiro” fue para concluir el estadio y la plaza de toros -hasta hoy, la más grande y cómoda del mundo-.
Aun así, su mutilada y monumental obra, detonó la urbanización del sitio. Se construyeron los más modernos hoteles (últimos de la ruta hacia Cuernavaca), proliferaron comercios, restaurantes y parques recreativos. En 1950, Neguib murió, aunque de alguna manera, su pensamiento onírico se hizo realidad.
Publicado por Wikimexico / Especial para SinEmbargo