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Benito Taibo

10/01/2016 - 12:00 am

Elemental, mi querido Watson…

Holmes podía, como pocos en la literatura y en la vida, ver el árbol sin que lo tapara el bosque, y el bosque mismo con el árbol como parte fundamental del mismo. Una unidad dentro del todo.

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Homes podía, como pocos en la literatura y en la vida, ver el árbol sin que lo tapara el bosque. Foto: shutterstock

Soy un apasionado singular de la novela policiaca de todos los tiempos. Y prefiero por mucho a los detectives analíticos, deductivos, sagaces, que a aquellos que sacan la pistola a la menor provocación y lo resuelven todo a tiros. Como se resuelve aparentemente todo en nuestros días.

En mucho tiene que ver en el proceso de construcción de mi “educación sentimental” el hecho de que fuera Sherlock Holmes, el qué, a mis doce años, vino a demostrarme que el raciocinio y la capacidad de observación son cruciales para entender al mundo y a lo que en el mundo pasa, y de paso, a convertirme en lector.

Holmes podía, como pocos en la literatura y en la vida, ver el árbol sin que lo tapara el bosque, y el bosque mismo con el árbol como parte fundamental del mismo. Una unidad dentro del todo.

Pero, con el paso del tiempo, quise saber más y más. No era normal que un personaje como Holmes, encarnara sólo él, esas virtudes que más bien tienen que ver con la ciencia que con la actividad detectivesca.

Y muy pronto descubrí que el método, la prueba-error, el análisis concienzudo de los hechos y las relaciones entre causas y efectos de lo que nos rodea, provienen de la ciencia y que Holmes, era ante todo, un científico (o un aprendiz) antes que un policía; y la mejor demostración de ello es que muy pocas veces utiliza un arma; sí acaso, una romántica espada, de la que por cierto, es un muy habilidoso manipulador.

Hoy, la mayor parte de los programas policiales que se pueden ver por televisión, utilizan a la ciencia como herramienta fundamental para descubrir al criminal y combatir al crimen. Y los protagonistas dejan la pistola guardada por sí las cosas se salen de control (que es casi nunca) y prefieren el microscopio, el escáner y la antropología forense para resolver los cada vez más intrincados casos que nos muestran. Y lo agradezco. Prefiero por mucho la deducción al golpe. Y la utilización del cerebro antes que la cachiporra.

Pero eso que yo agradezco y que pasa en la tele, no es lo que pasa en la vida real. Las armas y la reacción ante lo inevitable se han convertido en la única respuesta de las autoridades frente a la desatada violencia.

La “inteligencia policial” es una suerte de mala broma, o cuando menos, un triste oxímoron. Incapaces de prever, nuestras policías (con o sin mando único) llegan siempre a tapar el pozo después de que se ha ahogado el niño.

Ha llegado a mis manos un libro inteligente y divertido que habla sobre el cerebro, y particularmente las partes del cerebro donde se gesta el pensamiento racional, lugar que además, se desborda con creatividad, y que sigue siendo ese gran desconocido que habita dentro de nuestra cabeza.

Me refiero a “Usar el cerebro” de Facundo Manes (neurólogo) y Mateo Niro (semiólogo y escritor), editado por Paidós en el año de 2014.

En él, podrán descubrir cómo funciona ese órgano espectacular que es capaz de hacernos pintar una obra de arte, o deducir quien es el asesino de una manera didáctica y clara.

Hablando de los dos hemisferios de nuestro cerebro y de la manera distinta en que tienen de procesar la información, nos dicen: “…es un beneficio que nos ha dado la evolución para poder estar a la altura del mundo complejo en que vivimos, que muchas veces demanda un procesamiento más lineal y secuencial, a cargo del hemisferio izquierdo, y otras un procesamiento más holístico y global, a cargo del hemisferio derecho. Pero la gran mayoría de los estímulos demandan de ambos tipos de proceso, aunque en distintos grados, activando así nuestros dos hemisferios de manera conjunta. ¿Cómo, si no, Holmes hubiera podido descifrar el enigma de los Baskerville?”.

Y yo, solamente confirmo que amo a Holmes.

Mismo que por cierto. Jamás, en ninguna de sus novelas, dijo la frase que titula esta nota.

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