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Sandra Lorenzano

10/09/2023 - 12:02 am

El corazón mirando al sur

A medio siglo de nuestro propio 11 de septiembre, el horror y el amor siguen mezclándose, y así seguirá siendo hasta que se abran las grandes alamedas.

Hoy mi corazón está “mirando al sur”, como dice un hermoso tango de Eladia Blázquez. Cuando se cumplen 50 años del brutal golpe de Estado que derrocó al Presidente Salvador Allende y con ello dio fin a uno de los proyectos más nobles de cambio social del continente, mi corazón está, por supuesto, mirando al sur.

Y por eso quisiera empezar con un fragmento del maravilloso poeta Raúl Zurita, tomados de su libro “Del amor de Chile”:

Del amor de Chile, del amor de todas las

cosas que de norte a sur, de este

a oeste se abren y hablan

Los torrentes y los nevados que se tocan

y hablan amándose porque en este mundo

todas las cosas hablan de amor;

las piedras con las piedras y los pastos

con los pastos

Porque así se aman las cosas, las playas,

los desiertos, las cordilleras, los

bosques de más al sur, los glaciares y

todas las aguas que se abren tocándose

Para que tú las veas se abren

Sólo para que tú lo escuches Chile se

levanta

Sólo para que tú y yo nos miremos

por todo el horizonte, sí mira:

se levantan

Raúl Zurita, el amado poeta chileno. Foto: FIL

Largo poema, plegaria, declaración, “Del amor de Chile”, publicado en 1987 (y del cual pueden encontrar un enlace de descarga gratuita en el sitio “Memoria chilena” http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-98251.html), surge, sin que el poeta aún lo imaginara, en aquellos momentos de dolor infinito bajo la mano militar. Detenido y torturado la misma madrugada del 11 de septiembre de 1973, las marcas le quedaron en el cuerpo y en la memoria para siempre. Sobre esos meses de encierro, ha dicho este hombre dueño de una voz poética profunda, brutal y conmovedora:

“He imaginado en medio del terror de la dictadura sagas inacabables (…) poemas alucinados (…) Imaginar estos poemas fue mi forma de resistir, de no enloquecer, de no resignarme. Sentí que frente al dolor y al daño había que responder con un arte y una poesía que fuesen más fuertes que el dolor y el daño que nos estaban causando (…) Había que hablar de amor.”[1]

Y así nacen años después los versos de “Del amor de Chile”. Como nacieron todos sus versos, todos sus libros: Purgatorio, Anteparaíso, La vida nueva, Mi mejilla es el cielo estrellado, INRI, o el emblemático Canto a su amor desaparecido, entre tantos otros. Obras que hablan del horror y del amor.

Con ellos, con los versos, pienso en estos 50 años que han pasado desde aquella cruel jornada, pienso en esa utopía que se volvió infierno. Pienso en las bombas cayendo sobre la Moneda y en el presidente Salvador Allende despidiéndose de su gente: Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Pienso en Nicanor Parra y en Diamela Eltit y su literatura quebrada. Pienso en Pedro Lemebel.

Pienso en la Vicaría de la Solidaridad.

Pienso en la “Cueca sola”. ¿Han visto ustedes bailar a las mujeres que tienen familiares desaparecidos o asesinados por la dictadura de Pinochet, con un pañuelo blanco y la ausencia como compañeros?

Pienso en Patricio Guzmán escapando por la frontera con los rollos filmados de “La batalla de Chile”. Y pienso en esas dos joyas, que filmó en los últimos años y que son “Nostalgia de la luz” y “El botón de nácar”. Que parecen dialogar con los versos de Zurita. “Que el arte sea más fuerte que el dolor y el daño”, había dicho.

Pienso en mis padres llorando del otro lado de la cordillera aquel 11 de septiembre. Pienso en mi amada familia chilena. Regalo inesperado del exilio.

Pienso en mi adolescencia mexicana con Inti Ilimani, Quilapayún y Los Jaivas como parte de su soundtrack.

Y pienso en Víctor Jara. ¿Cómo no hacerlo en estos días?

Y aquí me detengo un momento, si ustedes me lo permiten, porque hace apenas dos semanas, la Corte Suprema de Chile condenó a siete militares en retiro a penas de hasta 25 años de prisión por el secuestro y asesinato del autor de canciones emblemáticas como “Te recuerdo, Amanda” o “El derecho de vivir en paz” que la gente cantaba y celebraba. ¿Es justicia la justicia cuando tarda cincuenta años en llegar?, me pregunto. Encerrado en el Estadio Chile, con otras cinco mil personas, Víctor Jara fue brutalmente torturado. Su cuerpo sin vida fue encontrado días después en un terreno baldío. Pero hubo que esperar 36 años para que las autoridades ordenaran la exhumación de los restos y pudieran ser enterrados dignamente en una ceremonia encabezada por la entonces presidenta Michelle Bachelet. Y catorce años más para que se condenara definitivamente a los responsables. Uno de ellos, apenas notificado de su detención, y mientras las fuerzas de seguridad estaban en su propia casa, entró a su habitación y se suicidó de un balazo. Sí, prefirió matarse a purgar su condena.

Una escena casi tan patética y tan gore, como la realidad del Pinochet-Drácula que crea Pablo Larraín en su nueva película, “El Conde”. Con humor negro, un gran guion y una construcción visual inquietante en impecable blanco y negro, propone una forma nueva -irreverente y perturbadora- de pensar esa triada en la que se sostiene la lucha por los derechos humanos en el Cono Sur: memoria, verdad, justicia. “Nunca llevamos a Pinochet a juicio. Murió millonario y libre. La impunidad lo volvió eterno”, ha dicho el director. Tan eterno como un vampiro. Tan eterno, que un sector no menor de la sociedad chilena se sentirá seguramente ofendido, por este personaje que se prepara licuados de corazones humanos y se enorgullece de sus crímenes.

Del horror al amor, sin duda, también esta propuesta de Pablo Larraín. El horror de una herida aún abierta por una dictadura criminal y el amor a Chile, así como lo cantó el poeta:

Todas las aguas que se abren tocándose

para que tú las veas se abren

sólo para que tú lo escuches Chile se

levanta

A medio siglo de nuestro propio 11 de septiembre, el horror y el amor siguen mezclándose, y así seguirá siendo hasta que se abran las grandes alamedas.


[1] En Héctor Hernández Montecinos (pról.), Verás, Santiago de Chile, Ediciones Biblioteca Nacional, 2016.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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