COLUMNISTA INVITADO | ¿Dónde están los libros de Palahniuk? Pregunte. ¿No hay? Exija

17/09/2016 - 12:03 am

El escritor y catedrático de la Universidad de Querétaro se queja porque a provincia no suelen llegar los libros que hay que leer. Para que no te miren como el emoticón que representa “sorpresa”en el WhatsApp, pide, pide y pide.

Ciudad de México, 17 de septiembre (SinEmbargo).- Hace muchísimos años, leí una crónica en donde el escritor chileno Álvaro Bisama reclamaba lo mismo que me inquieta en este momento. Ahora, no sé si me inquieta más por el motivo que me impulsa a escribir o porque haya pasado tanto tiempo y estemos en las mismas.

En esa crónica –del 2002, 2003, fácil–, Bisama se quejaba de que se había paseado por todas las grandes librerías de Santiago de Chile, buscando unos libros de Chuck Palahniuk y de Theodore Sturgeon, creo, que no estaban por ningún lado. Los libreros de esas multitiendas –una especie que, en su mayoría, parece estar ofreciendo abarrotes o electrodomésticos– lo miraban como el emoticón que representa “sorpresa”en el WhatsApp y en lugar de rastrear en sus cerebros, tecleaban caracteres en una base de datos, más por compromiso que por real espíritu de servicio.

Álvaro Bisama o cómo hostigar a un librero. Foto: Facebook
Álvaro Bisama o cómo hostigar a un librero. Foto: Facebook

LA RESPUESTA, MI AMIGO, SOPLABA EN EL VIENTO

No lo tenemos.

No está ni catalogado.

Sería sobre pedido, al triple del precio de venta.

Bisama proponía una solución, anárquica por donde se mire: exigirle a ese librero o a otro o al jefe de piso o al gerente de turno –aunque ninguno de ellos pase de Saint-Exupéry y Stephanie Meyer– que lo trajera.

Aunque la respuesta fuera, por parte de los distribuidores, de que en Chile o en México no había público para esas obras –o las de Denis Cooper o las de Virginie Despentes o, no nos vayamos muy lejos, las de Juan Carlos Onetti y Julio Ramón Ribeyro–, Bisama instaba a que los hostigáramos.

Que regresáramos a la semana siguiente. Y a la siguiente. Que los tapáramos a correos electrónicos, que los aburriéramos con llamadas telefónicas. “Oiga, ¿ya lo tienen?”, “oiga, ¿ya lo tienen?”, “oiga, ¿ya lo tienen?”. En el fondo, montar una guerra de guerrillas hasta que los libreros y distribuidores cumplieran con una sola cosa: su trabajo.

Una librería no puede ser una miscelánea. Una librería debería ofertar lo que la gente quiere leer. En el fondo, hay que reeducar a ese gremio: que no nos intente hacer consumir lo que tienen en bodega, sino lo que realmente nos provoca, nos espanta, nos deleita y fascina.

¡Sorpresa! ¿Quién es Chuck Palahniuk? Foto: Especial
¡Sorpresa! ¿Quién es Chuck Palahniuk? Foto: Especial

Una vez, en una de estas Mega Comercial Mexicana de Libros, pregunté por la correspondencia entre Henry Miller y Anäis Nin. Me atendió un joven, vestido de morado, que no dejaba de darle órdenes a los demás jóvenes, que andaban de amarillo. Me dijo que no lo tenían, pero que me recomendaba unos libros de Laura Esquivel –o Ángeles Mastretta, no me acuerdo, suelo bloquear los recuerdos desagradables–. A fin de cuentas, me dijo, eran lo mismo.

En otro momento, rastreaba Cuando ella era buena y Patrimonio, los dos libros que me faltaban para completar mi colección de Philip Roth. En otro de esos Wal-Mart de libros, me acerqué a una chica de azul, más preocupada por contar monedas en la caja que por atender clientes.

“No tengo nada del autor”, me dijo, después de una búsqueda somera. “¿No?”, insistí, “tengo todos sus demás libros, sólo me faltan esas dos”. Se quedó mirándome, desde la profundidad de unos ojazos, la verdad muy bellos, tapatíos o tehuanos, y me dijo: “Y si ya tienes todos los demás, ¿para qué quieres estos dos?”.

No sé si me explico.

Si un librero no es capaz de mover más que sus dedos en una base de datos para buscarte el libro que quieres, presiónalo. Acósalo. Llévalo al límite. Que haga llamadas, que le pregunte mil veces al jefe.

Mereces leer lo que quieres.

Recordé todo esto que cuento en las conferencias del Hay Festival, el magno encuentro literario que se produjo aquí, en Querétaro, la semana pasada, y cuyo saldo, siendo realistas, fue medianón. Asistimos unos amigos y yo, con entusiasmo, a la conferencia de J. M. Le Clézio, moderada por Carmen Boullosa. Luego, en la ronda de preguntas, nos dimos cuenta por qué los libreros no mueven un dedo. Hay algo patético, y desesperanzador, si la gente va a ver a un escritor de quien no se sabe ni sus títulos. “Se lo tomó muy bien Le Clézio”, me dijo una amiga, al salir, “yo los hubiera mandado a la chingada con esas preguntas”.

En la conferencia de Mariana Enríquez no me aguanté. Había asistido con la esperanza de que sus propios editores —¡sus propios editores!– vieran la oportunidad dorada de vender, esa tarde, sus libros en un stand. Nop. No estaban. Ni Las cosas que perdimos en el fuego, ni Los peligros de fumar en la cama, ni Cómo desaparecer completamente.

El nuevo y esperado libro de Mariana Enríquez ya ha llegado a México Foto: Facebook
El nuevo y esperado libro de Mariana Enríquez ya ha llegado a México Foto: Facebook

Pedí el micrófono y, después de decirle a Mariana que nos teníamos que conformar sólo con algunos cuentos suyos colgados de Internet —formidables todos, como éste y sobre todo éste– encaré a los organizadores. “Hagan su chamba, ¿no? Vinimos a escuchar a Mariana porque queríamos sus libros. Si no, para qué tanto bombo y platillo de traer escritores”.

La propia Mariana, en un gesto sorprendente, respondió con diplomacia, señalando que la edición mexicana de Las cosas que perdimos en el fuego estaba ya cocinada y no tardaría en ser servida.

La sigo esperando. Agazapado en la floresta. Hostigando a los distribuidores.

Y no. No lo quiero en pdf, ni en libro electrónico, ni mafufadas.

Un libro es un libro, y tendrían, como sea, que traerlo.

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