México

“Itamitas” en el poder

“Si me dicen Chicago Boy, no saben cómo lo agradezco, me parece genial”: Gil Díaz

17/09/2023 - 12:05 am

Así como durante la dictadura militar de Augusto Pinochet hubo en Chile un grupo de economistas graduados en la Universidad de Chicago que encabezó un plan de libre mercado y que fueron conocidos como los “Chicago Boys”. México tuvo un egresado de la misma institución cuya trayectoria toca casi todos los espacios en los que se nutrió la idea de combatir al Estado proteccionista y planificador que era México hasta 1982: Francisco Gil Díaz, exsecretario de Hacienda del panista Vicente Fox y maestro en el ITAM de Pedro Aspe, uno de los principales privatizadores del régimen priista.

“Éramos culpables por asociación, por supuesto”, dice Gil Díaz en entrevista realizada este mes sobre su trayectoria y el vínculo con los economistas de la dictadura chilena cuyo golpe de Estado cumplió 50 años este lunes. “A mí me daba risa. En algún momento me preocupaba, pero con el tiempo me dio risa. Llegó un momento que yo decía ‘bueno, si me dicen ‘Chicago Boy’, no saben cómo se los agradezco. Que a mi edad me digan ‘Chicago Boy’ me parece genial”, comenta.

Ciudad Juárez, Chihuahua, 13 de septiembre (SinEmbargo).- El 4 de noviembre de 1999, cuando se advertía como probable que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) aceptaría por primera vez la derrota en una elección presidencial, el economista norteamericano Arnold Harberger tenía una cita en el auditorio Raúl Bailleres, del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).

Profesor emérito de la Universidad de Chicago y mentor de quienes aplicaron en Chile la política de privatizaciones del General golpista Augusto Pinochet —conocidos como los “Chicago Boys”—, Harberger sería entonces orador en un acto de reconocimiento a otro de sus exalumnos, el mexicano Francisco Gil Díaz, “Paco”, a quien había elogiado como parte de un “puñado de héroes” que abrió América Latina al mercado y “arquitecto de la Reforma Fiscal” que creó en México el Impuesto al Valor Agregado y el marco para el libre comercio.

“¿Qué hizo de Paco un héroe?”, planteó Harberger en el ITAM, ante un público con personalidades de la élite financiera mexicana, como Pedro Aspe, exsecretario de Hacienda de Carlos Salinas.

“Su influencia se extendió durante un largo periodo. La mayoría de las veces no pudo conseguir lo que quería con sólo firmar un decreto. Tuvo que emprender toda una campaña por cada victoria importante”, se respondió.

La trayectoria de Gil Díaz, que este septiembre de 2023 cumplió 80 años, corresponde con esta parte de la descripción. Académico del ITAM desde la década de los 70, investigador del Banco de México (Banxico, o simplemente el Banco, como le llama), además de integrante de consejos empresariales, transitó por casi todos los espacios de poder en los que se nutrió la idea de reducir el Estado planificador derivado de la Revolución Mexicana.

Su abuelo materno, Alfonso Díaz Garza, fue socio de uno de los exfuncionarios del Banco que desde el ámbito privado impulsó en los años 40 la creación de lo que hoy es el ITAM con el fin de contrapesar a los economistas considerados de “izquierda”. Y “Paco” mismo fue egresado y directivo del Departamento de Economía de esta escuela, alma máter de parte de la red que introdujo las reformas de libre mercado y en la que, por ejemplo, le dio clases a Aspe, quien entre 1988 y 1994 encabezó el plan de privatizaciones —bancos, minas, telecomunicaciones, tierras de cultivo-—calificado por Harberger como uno de los “más cuidadosos, más ingeniosos” y más extensos del mundo. Aspe, a su vez, fue jefe de Luis Videgaray, también egresado del ITAM y Secretario de Hacienda de Enrique Peña Nieto, que en 2013 privatizó el sector energético.

Un cuarto de siglo de reformas constitucionales que transformaron al país fueron encabezadas por dos “itamitas” de su círculo, aunque de Videgaray se deslinda, dice que no pasó por el “filtro” de sus clases y que tiene una inteligencia tan “asombrosa” y “sobrenatural” como su soberbia.

Por la Secretaría de Hacienda, donde se gestiona el dinero público, pasó Pedro Aspe en el Gobierno de Carlos Salinas (1994-2000) y Luis Videgaray en el sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018). Foto: Cuartoscuro.

“La apertura fue un accidente, no fue algo preparado, no fue algo concebido, no fue algo armado, planeado; fue totalmente accidental”, dice Gil Díaz en una entrevista realizada este mes y en la que se le pregunta por la interacción de los economistas neoclásicos —también conocidos como neoliberales— en un Gobierno mexicano que, hasta 1982, se caracterizó por su proteccionismo.

“Pero sí, durante ese lapso, sí sucedía lo que estás preguntando. Por ejemplo, yo estaba en Investigación Económica del Banco durante esos tres años (…) como economista de la Dirección, durante ese lapso, esos tres años (de 1973 a 1976), el Banco me pedía participar en grupos en los que estaba gente de la Secretaría de Comercio, gente de Hacienda, en los que se discutía la política arancelaria y en los que había otros economistas pues más o menos con esta mentalidad de una economía abierta. Y sí se armaban unas discusiones mucho muy fuertes, se manejaban todo tipo de propuestas; por ejemplo, había no sólo aranceles, sino cuotas, había todo tipo de medidas proteccionistas, una de ellas era ‘se pueden importar tantas toneladas, con tantos objetos de tal cosa’; entonces, una de las cosas que decíamos los que pensábamos en lo absurdo que era hacer las cosas de esa manera era ‘bueno, si van a poner cuotas, por lo menos hagan subastas de las cuotas y eso nos va a permitir saber no sólo cuál es el arancel implícito que está atrás de poner una limitación de esa naturaleza, sino además el gobierno va a recaudar algo”, recuerda.

‘TE VAS A IR A CHICAGO’

El Banxico, concede Gil Díaz ante pregunta expresa, es un espacio de interacción entre el sector financiero del Gobierno y los bancos, tanto públicos como privados, donde persistió por años la semilla del pensamiento “sin duda” neoclásico o aperturista. Uno de sus representantes fue Leopoldo Solís, autor de culto entre economistas mexicanos y quien lo invitó a trabajar al Banco después de dar una clase de teoría monetaria en el ITAM, a mediados de la década de los 60. Como uno de los primeros en señalar los “cuellos de botella” del modelo de sustitución de importaciones, Solís fue además a principios de los 70 el “gran reclutador” de economistas para el Gobierno, dice Gil Díaz.

“Leopoldo tenía un ojo verdaderamente asombroso; no quiero decirlo en mi caso, posiblemente se equivocó conmigo, pero voy a contar nada más del grupo de personas que nos invitó, quiénes eran y dónde acabaron. Bueno, ya sabes dónde acabaron. Pero, ¿por qué invitó a Guillermo Ortiz (exsecretario de Hacienda y exgobernador del Banco), que era un estudiante de economía en la UNAM, además en la UNAM. ¿Por qué invitó a Ernesto Zedillo, que era estudiante de Economía en el Politécnico? Ni siquiera en dos universidades que se distinguían por ser formadoras de buenos economistas. ¿Cómo distinguía el talento Leopoldo? No lo entiendo, pero tenía una especie de intuición, porque no hay uno solo de los que nos invitó que no haya hecho carrera”, dice.

Desde 2010, en un homenaje a la obra de Solís, Gil Díaz narró que fue también éste quien decidió enviarlo becado a la Universidad de Chicago, donde estudió una maestría entre 1967 y hasta inicios de 1970.

“Me dijo: te vas a ir a estudiar economía a la Universidad de Chicago (…) porque estoy sembrando economistas por todos lados y soy amigo de Arnold Harberger, y si le escribo yo una carta para que te acepte, te va a aceptar”, recordó “Paco” en la ceremonia.

Vicente Fox Quesada,y Francisco Gil Díaz, Secretario de Hacienda y Crédito Público en su Gobierno. Una imagen de abril de 2005. Foto: Moisés Pablo, Cuartoscuro.

Junto con Friedrich Hayek y Milton Friedman, por su parte, Harberger es una figura de la corriente neoclásica, caracterizada por su defensa de la libertad de mercado. Egresado él mismo de la Universidad de Chicago y ex empleado del Ejército norteamericano, fue clave en el reclutamiento por parte de esta escuela de los alumnos de la Universidad Católica de Chile que, al volver con el golpe de Pinochet, aplicaron el programa económico que habían desarrollado y que, por su tamaño en papel, denominaban “el ladrillo”. Para ellos y el resto de los estudiantes latinoamericanos, Harberger era también “Alito”, uno de los profesores más cercanos porque además habla español.

Otro de sus mentores, dice Gil Díaz, fue Larry Sjaastad, exdirector de un programa de entrenamiento en la Universidad Nacional de Cuyo –en Mendoza, Argentina- y que, junto con Harberger, promovía en Chicago el debate sobre América Latina en talleres o “laboratorios” semanales.

“(Los promovían también) otros dos o tres miembros del Departamento con mucho interés en América Latina, en la Alianza Para el Progreso y programas de esa naturaleza que tenía el gobierno de los americanos (…)

Entonces el hecho de que hubiera ese interés en América Latina, era un interés académico que tenía que ver, en parte, con la cantidad de latinoamericanos, pero principalmente tenía que ver con lo que los economistas yo diría no sólo de Chicago (…) consideraban pues prácticas que no conducían a un desarrollo económico, a un progreso, a la estabilidad, porque eran famosas las experiencias inflacionarias, las experiencias proteccionistas, intervencionistas de todo tipo y por ese motivo teníamos un laboratorio”, dice.

Con Friedman, agrega, estudió dinero, micro y macroeconomía en cátedras que partían del análisis de las noticias y en las que, implacable ante los tropiezos de los alumnos, el célebre académico respondía con agudos comentarios. Fue también Friedman, dice, quien le dio una “lección” sobre el valor de la intuición en la valoración de los fenómenos económicos luego de que le puso “F” en un examen de mitad de curso.

“Dijo, ‘tu examen ni siquiera lo vi’. ¿Y por qué? ‘Pues porque no me demostraste que sabes economía, me contestaste con ecuaciones (…) Yo no sé cómo las razones como economista’. ¡Qué buena lección me dio! Obviamente me fue bien en el examen final, pero fue un aviso”, cuenta.

Francisco Gil Diaz, durante su comparecencia en la Cámara de Diputados en septiembre de 2004. Foto: Germán Romero, Cuartoscuro.

PARAESTADO FINANCIERO

Gil Díaz volvió de Chicago a México en 1970, empezó a dar clases en el ITAM y, en 1971, de nuevo a invitación de Leopoldo Solís, entró al Gobierno federal a través de la Secretaría de la Presidencia. Esta dependencia, recuerda el entrevistado, fue creada por el entonces Presidente Luis Echeverría (1970-1976) para contrarrestar el poder de los economistas de Hacienda y porque a ésta última, dice, que generalmente es odiada por los presidentes. “Echeverría la odiaba todavía más, ¿por qué? porque ahí había estado (Antonio) Ortiz Mena, que era su rival”.

Crítico de Echeverría —a quien cuestiona por abusar del crédito—, sale del Gobierno en el primer año y vuelve un año más becado a Chicago. En 1973 se integra de nuevo a la administración pública como investigador del Banxico y en 1976 pasa a Hacienda —alternando con el Banco—, primero como director de estudios financieros y, entre 1978 y 1982, de Ingresos.

“Me paso esos cinco años inmerso, sin preocuparme por temas macro ni de comercio exterior, sino únicamente en la parte tributaria, que era muy compleja porque además la reforma que llevamos a cabo fue amplísima. Metimos el IVA, eliminamos 300 impuestos, bajamos las tasas, hicimos muchísimos cambios, además tenía que ver con las relaciones con el Congreso, con los gobernadores, ya era una chamba intensa”, recuerda.

Fue precisamente por esa carga de trabajo, dice, que tuvo que dejar la jefatura en el Departamento de Economía del ITAM y para la misma recomendó entonces a Pedro Aspe, a quien se refiere como uno de sus primeros y mejores alumnos y que en ese final de los 70 regresaba de un doctorado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Después, agrega Gil Díaz, lo recomendó también como asesor en Hacienda.

Francisco Gil Díaz se refiere a Pedro Aspe como uno de sus primeros y mejores alumnos. Foro: Isabel Mateos, Cuartoscuro.

En esa década, México elevaba su endeudamiento y, en 1976, en el último año de Echeverría, enfrentó una devaluación que condujo a un préstamo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El crédito, a su vez, derivó en la imposición de restricciones al déficit del nuevo Gobierno a cargo del Presidente José López Portillo y, éstas, a una fractura al interior del Gabinete: por un lado, los desarrollistas de la Secretaría de Programación y Presupuesto (SPP) que buscaban impulsar la inversión y, por otro, los neoclásicos de Hacienda y del Banxico, que pugnaban por el seguimiento a los límites del organismo internacional.

Entre los primeros destaca el entonces titular de la SPP, Carlos Tello, quien cuenta en un libro de 2013 que Hacienda “junto con sus aliados en el sector financiero, saboteaba el proyecto” con el que el Gobierno buscaba salir de la contingencia y que, si bien el Presidente estaba al tanto, “no estaba dispuesto a disciplinar a la SHCP pues temía las probables represalias de los financieros locales y del FMI”.

Tello cita también una parte de las memorias de López Portillo, en la que narra haberse enterado de que el Banxico solicitó al FMI enviarle a él una carta, confirmándole la impresión, escribió el ex mandatario, de que este Banco “se autoerige en ‘guardián supremo de la economía’ y actúa por su cuenta”.

Por esta confrontación, que trascendió a los medios, Tello renunció a la SPP en noviembre de 1977 y, en 1979, a la dependencia llegó un abogado de Hacienda, exalumno de López Portillo en la UNAM y administrador por Harvard: Miguel de la Madrid Hurtado, con quien a su vez llegó Salinas, también egresado de esta universidad norteamericana.

Francisco Gil Díaz, exsecretario de Hacienda del panista Vicente Fox y maestro en el ITAM de Pedro Aspe, uno de los principales privatizadores del régimen priista. Eunice Adorno, Cuartoscuro.

‘PRÉSTAMOS CONCERTADOS’

Si bien la transformación pro mercado avanzaba también en el contexto internacional —Hayek ganó el Nobel en 1974, Friedman en 1976 y una de sus seguidoras, Margaret Thatcher, como Primera Ministra de Inglaterra en 1979—, México abandonó las sugerencias de austeridad y retomó el endeudamiento luego del hallazgo de nuevas reservas de petróleo.

El aumento en la deuda externa, sin embargo, fue seguido de la caída de los precios del hidrocarburo y, de manera predominante, en 1981, de un aumento en las tasas de interés por parte del Gobierno del entonces recién electo Ronald Reagan. El resultado empujó a López Portillo a declarar una suspensión de pagos por falta de recursos que dio paso a la que ha sido considerada como la peor crisis sólo después de la de 1929 y, en esas condiciones, en 1982 inició la negociación de un nuevo préstamo en términos tan desventajosos como jugosos para los bancos comerciales.

“México pagaría aproximadamente cinco mil millones en intereses a los bancos en 1983, mientras que el resto se transferiría al nuevo principio. Por lo tanto, al aumentar la exposición en cinco mil millones, los bancos recibirían una cantidad similar en reflujos netos que de otro modo no podrían obtener”, dice el volumen “Silent Revolution. The International Monetary Fund 1979-1989”, publicado por el FMI en 2001.

El texto identifica esta negociación como la primera de su “táctica de préstamos concertados” a cambio de programas de “ajustes” y, por parte de México, agrega, hubo representación tanto del presidente saliente como del entrante.

“El principal representante designado por De la Madrid en el otoño de 1982 era el jefe de su equipo de transición, un economista formado en Harvard llamado Carlos Salinas de Gortari (…) Su asistente en las negociaciones de 1982 fue Pedro Aspe”, menciona una nota de página en el libro del FMI.

Gil Díaz, por su parte, insiste en la entrevista en que, antes de 1982, no hubo ningún plan para trasformar la economía de México y que la apertura de ese año fue “casualidad”, derivada de un modelo agotado de proteccionismo y endeudamiento.

En imágen de archivo, Carlos Salinas de Gortari, durante la toma de posesión como presidente de México, saluda a Miguel de la Madrid Hurtado (presidente saliente), el día primero de Diciembre de 1988, en la Camara de Diputados.
Foto: Tomás Martínez, Cuartoscuro.

“Casi nadie, a pesar de que muchos fuimos formados en, yo diría, una forma académica seria y veíamos el proteccionismo con todos sus inconvenientes, pero casi nadie era partidario de la apertura comercial; posiblemente un puñado de economistas lo éramos, pero es, era intrascendente, porque no teníamos ningún poder para cambiar las cosas”, dice.

“De la Madrid se la pasa cojeando, los primeros cuatro o cinco años, o sea prácticamente todo su Gobierno, con una economía endeudada, protegida, con un sistema cambiario dual, él empieza a liberalizar, pero hereda una situación que le deja López Portillo sumamente compleja, sumamente difícil de manejar. Y cuando eso hace crisis, porque la inflación se le está yendo arriba del 100 por ciento, solamente por ese motivo se convence Miguel de la Madrid de aceptar una apertura comercial”, afirma.

‘CULPABLES POR ASOCIACIÓN’

En el homenaje en el ITAM de 1999, Harberger citó un artículo que había publicado en 1993 y en el que rendía homenaje a un pequeño grupo de individuos que consideraba “clave” en la apertura de América Latina y destacaba la idea de que ésta era producto de sus decisiones y no “de las fuerzas puras de la historia”.

Los llamaba “Un puñado de héroes” en el título e incluía, entre otros, a Roberto Campos, ministro de Planeación del Gobierno de Brasil impuesto luego del golpe de Estado en 1964 —de quien dijo que “recortó drásticamente el gasto” y “elevó las tarifas de los servicios públicos”—; al argentino Domingo Cavallo, secretario de Economía con Carlos Menem, y a Sergio de Castro, ministro de Hacienda y de Economía en la dictadura de Pinochet y, junto con Gil Díaz, el único de la selección egresado de la Universidad de Chicago.

“De Castro, a quien conocí hace casi 40 años, es único entre los políticos que he conocido por la cualidad casi mágica de su liderazgo”, escribió Harberger en el artículo, en el que no menciona al militar que dio el golpe de Estado y abrió paso a esta titularidad.

“Alito” destaca en cambio la existencia de “equipos” que redactaron e instrumentaron la reformas aperturistas y que, si bien en lugares como Brasil y Uruguay fueron pequeños, dice, en México y en Chile fueron “numerosos y más densos, penetrando uno, dos, tres o más niveles de administración desde el nivel del gabinete”.

La mayor parte de los miembros de este equipo en el caso mexicano estaban en el Gobierno desde la década de los años 70 y principios de los 80 –continúa Harberger- y eran “sobre todo estudiantes de economía y políticas públicas que fueron al extranjero para estudios de postgrado con financiamiento del gobierno mexicano”.

Carlos Salinas entrega la banda presidencial a Ernesto Zedillo en 1994. Foto: Cuartoscuro.

El grupo incluía a Salinas, Aspe y otros funcionarios dentro de los cuales, insistió el profesor, el caso de “Paco” Gil Díaz era destacado.

“Ayudó a instituir la integración del impuesto sobre la renta corporativo y personal, la indexación del ingreso corporativo y el impuesto inflacionario”, destacó en su artículo.

“Sólo para dar una idea de los cambios en el antiguo sistema, un camión que llegaba a Laredo (Tamaulipas, en la frontera con Estados Unidos) tenía que hacer trámites en 14 mostradores diferentes (…) Bajo el nuevo sistema, cada camión debe presentar una declaración primero y pagar en esa declaración. No se revisa ningún documento mientras el camión se encuentra en el recinto aduanero. La inspección se realiza posteriormente a través de la selección por ordenador”, agregó el norteamericano.

Gil Díaz dice en la entrevista no haber conocido a los “Chicago Boys” chilenos mientras vivía en Estados Unidos y que, cuando se convirtieron en funcionarios del gobierno militar, sólo por un tiempo llegó a preocuparse por el vínculo.

“Éramos culpables por asociación, por supuesto. A mí me daba risa. En algún momento me preocupaba, pero con el tiempo me dio risa. Llegó un momento que yo decía ‘bueno, si me dicen ‘Chicago Boy’, no saben cómo se los agradezco. Que a mi edad me digan ‘Chicago Boy’ me parece genial”, comenta.

‘¿CÓMO NO PAGAR IMPUESTOS?’

Después de ser director de investigación económica en el Banco con De la Madrid, Subsecretario de Ingresos con Salinas —al mando de su exalumno Aspe— y subgobernador del Banxico entre 1994 y 1997, Gil Díaz cerró una primera parte de su extensa carrera en la administración federal.

Ese 1997, de acuerdo con su currículo, pasó a la iniciativa privada como director de Avantel, una filial del Banco Nacional de México (Banamex) a la que llegó, según contó en un artículo, a invitación del entonces director de la empresa, Roberto Hernández.

Y en esa posición se encontraba mientras era homenajeado en el ITAM, donde Harberger también destacó que había ya procedido “a dar a todos sus sucesores un modelo a seguir”.

Una de sus posiciones más emblemáticas, sin embargo, estaba justo por iniciar. Ese fin del siglo XX, el simbolismo de la primera derrota del partido con mayor longevidad en el poder era el centro de la campaña de la derecha en México, encabezada por el empresario Vicente Fox, que basó su mensaje en la presunta confrontación del sistema priísta y en una alianza denominada “por el Cambio”.

Al ganar en 2000, sin embargo, Fox nombró a Gil Díaz como su Secretario de Hacienda y sustentó la crítica de quienes advirtieron que ese “cambio” fue sólo de partido ya que la élite pro mercado continuaría incontestada en el poder de México mientras en las calles se celebraba un supuesto fin al viejo régimen político.

Francisco Gil Díaz fue el Secretario de Hacienda y Crédito Público de Vicente Fox Quesada

“Todo esto es muy importante recordarlo porque mucha gente fue engañada que iba a haber un cambio, y fue más de lo mismo”, dijo el pasado 26 de mayo el Presidente Andrés Manuel López Obrador.

En su conferencia matutina de ese día, y el contexto del anuncio de la venta de Banamex, el mandatario retrajo el nombre de Gil Díaz al recordar que, al inicio de su presidencia, Fox autorizó la venta de este mismo banco en una operación libre de impuestos en la Bolsa Mexicana de Valores.

“Viene entonces, ya estando Fox en la Presidencia, la venta de Banamex a Citigroup, Banamex de Roberto Hernández (…) Simula el Secretario de Hacienda de entonces de que él se excusaba de participar porque había trabajado hacía poco con Roberto Hernández”, dijo López Obrador entonces.

“Y sí, en ese entonces, era legal el hacer las operaciones en la Bolsa; sin embargo, a todas luces fue un acto de influyentismo y una inmoralidad, porque imagínense vender un banco en 12 mil millones de dólares y no pagar un centavo de impuesto”, agregó.

Gil Díaz, cuyo currículo incluye membresías en consejos de otras empresas como Avanzia, BBVA México, Telefónica y otras, responde en la entrevista a la mención del mandatario: “Efectivamente, se vendió en Bolsa porque la ley así lo contemplaba, no se podía cobrar un impuesto; a mí me hubiera encantado cobrar ese impuesto (…) Era una operación bursátil que en aquel momento estaba exenta porque así lo decía la ley, y así había estado la ley durante muchísimos años; no fue una ley que yo haya propuesto, sí simpatizaba con ella, pero yo no la propuse, esa venía de muy atrás y no había nada qué hacer, simplemente no había nada que hacer”.

 

ANTI ‘ECOMUNISTA’

Como del proteccionismo al libre mercado y entre el PRI y la presunta transición a la democracia del 2000, la trayectoria de Gil Díaz conduce a la élite empresarial mexicana, sobre todo de banqueros, que desde los años 30 y 40 se propusieron recuperar el liberalismo mientras en el mundo entraba en cuestionamiento. Eran los años del New Deal, de la expansión del modelo keynesiano y de planificación en los que la inversión pública se concebía como motor de la economía y ésta como un medio para el bienestar de la población. Lázaro Cárdenas, considerado como el único presidente dispuesto a generar la justicia social por la que se había peleado la Revolución, nacionalizaba la industria petrolera y conducía el mayor reparto de tierras en la historia de este país.

Una reacción a este tipo de “colectivismos” apareció condensada en 1937 en el libro “The good society”, en el que el influyente periodista norteamericano Walter Lippmann equiparó el socialismo con el fascismo y escribió que, en la economía moderna, el principal motivo de producción es la ganancia, así sea a costa de vidas humanas. El colectivismo, agregó su análisis, es una resistencia a esta máxima.

“Mientras que es perfectamente cierto que el mercado determina cómo el trabajo y el capital deben invertirse para satisfacer la demanda popular, el mercado es, humanamente hablando, un soberano despiadado. En la práctica, aquellos que juzgan mal al mercado deben pagar por sus errores con sus fortunas y con la derrota en sus vidas”, dice Lippmann en el libro por el cual se creó un coloquio con su apellido y del que surgió incluso el término de “neoliberalismo”.

El volumen fue traducido en México por Luis Montes de Oca, un entusiasta admirador del periodista y, también, uno de los primeros funcionarios del Banco que, en pleno cardenismo, fue un férreo crítico de la economía planificada. En su indispensable libro “Los orígenes del neoliberalismo en México”, la investigadora María Eugenia Romero Sotelo, de la UNAM, identifica a Montes de Oca como uno de los principales detractores del cardenismo y, además, enlace con el sector privado mexicano, como el empresario Raúl Bailleres, que en 1946 fundó lo que hoy es el ITAM. Fue Montes de Oca, expone la historiadora, quien promovió la visita a México de Ludwig von Mises y de Friedrich Hayek, miembros de la Escuela Austriaca ya establecidos en Estados Unidos y que en México fueron recibidos por el círculo cercano a Bailleres.

Montes de oca, de acuerdo con lo publicado en el Diario Oficial de la Federación del 12 de marzo de 1940, se hizo también socio del Banco Provincial de Sinaloa junto con Alfonso Díaz Garza, abuelo materno de Gil Díaz.

“Cuando le dije a mi abuelo, con quien vivía desde los ocho años de edad, después de la muerte de mi padre, que me habían invitado a trabajar al Banco (en los 60), él me replicó: no me gusta, ahí no hay economistas, hay puros ‘ecomunistas’. Bueno, la verdad yo no tenía noción de la ideología de los profesionistas del Banco de México, pero si mi abuelo estaba preocupado por cómo iba yo a evolucionar, qué equivocada se dio”, dijo Gil Díaz en el homenaje a Solís de 2010.

En la entrevista, que se desarrolla vía zoom desde Madrid, donde actualmente vive, el exfuncionario menciona también a su abuelo Díaz Garza cuando se le pregunta si en el Banxico interactúa el Gobierno con la iniciativa privada, ante lo que precisa que ya sólo con la del sector bancario.

“Sin embargo, esa participación del sector privado nunca fue importante. Yo viví con mi abuelo, mi padre se murió cuando yo tenía ocho años de edad y nos adoptó a mi madre y a mis hermanos mi abuelo (…) Mi abuelo era banquero y era miembro del Consejo del Banco. Era un banquero pues muy querido, aunque era un banco chiquito, era un banquero muy respetado, muy conocido, un banquero norteño, francote; entonces, por eso tengo alguna noción de cómo funcionaba, y sí recuerdo perfectamente que mi abuelo podía estar furioso con el Banco, podía estar furioso con el director del Banco, y no tenía ningún poder, ninguna influencia. Como banquero, pues si el Banco le subía un encaje o le bajaba un encaje o le hacía cualquier cosa, pues reaccionaba y reaccionaba en la casa. Y yo no sé en las juntas qué diría, pero nunca tuvo poder; él se enfrentaba a las decisiones y las tenía que aceptar. Ese era el Banco”, dice.

Luis Videgaray, fue uno de los hombres más cercanos a Peña Nieto. En 1998 entró como empleado de lo que hoy es Evercore (antes Protego), propiedad de Aspe Armella. Foto: Cuartoscuro.

“Pero el Banco, lo que ha sido hasta antes de este Gobierno, ha sido un secretario técnico de Hacienda. O sea, Hacienda siempre usó al Banco para pedirle estudios, para pedirle valoraciones, para encargarle cosas, ¿por qué? porque los economistas del Banco, que son muy buenos, han sido escogidos muy cuidadosamente, que están muy bien preparados y que están allí todo el tiempo y que no se distraen con otras ocupaciones y tienen computadoras y tienen información, pues son un equipo que es del Gobierno y que es muy útil para encargarle cosas y por ese motivo en la práctica es una especie de Secretariado Técnico del Gobierno, hasta yo diría por lo menos el Gobierno de Peña, aunque el Gobierno de Peña se manejó más bien de una manera pues bastante exclusiva, soberbia y caprichosa por Videgaray, que consultaba poco y que lo que consultaba (ríe) lo tomaba pero luego lo manejaba como propio. Pero esa es otra historia”, agrega.

—¿No hubo relación en el periodo de Videgaray? Veo que era muy cercano a Aspe… –se le pregunta.

“Fue empleado de Pedro, o socio de Pedro, posiblemente haya sido alumno también. Pero una vez que se fue al Gobierno del Estado de México, se enfrió mucho la relación, entre ambos, y ya no hubo a partir de ahí ninguna colaboración, digamos fue una relación ya más distante. Pero mi comentario sobre Videgaray fue más bien porque es un personaje de una inteligencia sobrenatural, asombrosa, verdaderamente excepcional y una soberbia equivalente; entonces, una vez que tenía lo que él creía era una solución para algo, y a veces se equivocó, pues no la consultaba con nadie, la llevaba a cabo y se acabó. Y eso fue desgraciadamente parte del problema que tuvimos que enfrentar más adelante, porque los cambios, que fueron muy buenos, tuvieron un ingrediente de demasiada imposición, falta de trabajo, falta de convencimiento”, responde.

Sandra Rodríguez Nieto
Periodista en El Diario de Ciudad Juárez. Autora de La Fábrica del Crimen (Temas de hoy, 2012), ex reportera en SinEmbargo
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