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Alejandro Páez Varela

18/03/2024 - 12:05 am

La nueva Xóchitl

Arrastraron a Xóchitl (sumo a los calderonistas) a golpear a López Obrador como estrategia única. Está bien por ellos, que quieren vengarse. ¿Pero le servirá a ella? Mi respuesta es contundente: NO. Por la evidencia acumulada en los últimos seis años. Las mediciones al Presidente dicen que crece o se mantiene entre más le pegan y las encuestas electorales siguen casi iguales que hace seis meses, y a este paso, según mis cálculos, si Gálvez saca la mitad de los votos que sacaron PRI, PAN y PRD en 2018, será un verdadero milagro.

Xóchitl Gálvez ya no es la misma. Cualquiera podría explicarlo con el argumento de que es un acomodo natural de personalidad porque intenta hacerse ver como presidenciable. Pero no es la evolución per sé (que podría ser comprensible en alguien que pasa de ser “trotskista” a abrazar a las derechas), sino hacia dónde se movió. Lo que ha perdido es aquello que la hacía auténtica y distinta; lo que le permitía tomar distancia de los intereses que la rodean.

Quizás deba explicarlo de manera distinta. Lo voy a intentar.

Xóchitl era promovida como una ciudadana (aunque es panista) desinteresada en los grupos de poder (aunque viene de ellos), que no gravitaba en la grilla de los partidos ni se resbalaba con la baba de las élites intelectual, mediática y académica y que, por lo tanto, no iba a subordinarse a ellas. Se le hizo ver como una outsider del tipo Milei o Trump; la que irrumpe en la escena, se sobrepone a las agendas ya manoseadas y sorprende a todos. Esos personajes son los peligrosos. Ella así parecía. Pero ha renunciado a serlo.

Creo que, en busca de una imagen que corresponda a quienes manejan su campaña, dejó de lado a la Xóchitl anterior y se fue comprando las agendas que era previsible que se comprara, digamos, un Santiago Creel Miranda. En aquel discurso en el que el dirigente panista llora por razones incomprensibles estaba la agenda más obvia: que el presidente es un desgraciado y que cómo se atrevió (léase lo anterior con gritos ahogados y lágrimas en los ojos). El odio a “López” estaba allí, en Creel, cantado. Pero Xóchitl parecía decir: a ver, no me tengan miedo que no vengo a destruirlo todo sino a mejorarlo todo; no vengo, como pedía Vicente Fox, a poner a trabajar a los adultos mayores ni a restituir las pensiones de los expresidentes, no; vengo a mejorar las pensiones y a confirmar lo que se ha ganado en Estado de bienestar. Y eso la hacía peligrosa porque coqueteaba con los votantes de Morena al tiempo que ofrecía un cambio a los duros del PRIAN.

Sin embargo, esta nueva Xóchitl está concentrada en López Obrador. Intenta hacerlo ver como un narcotraficante, a la manera Claudio X. González; dirige ataques a los hijos sin que existan datos comprobables de sus supuestos delitos, salvo las diatribas que difunden los periodistas agrupados por el clan Roberto Madrazo. Su campaña se transformó en una especie de vendetta personal contra el Presidente porque combina los deseos de dos grupos muy específicos que lo odian: las élites, y los calderonistas.

Xóchitl estaba quizás en otro lado cuando el odio de intelectuales, académicos, periodistas y un grupo de empresarios llevaron al PRIAN al fracaso, en tiempo récord. Los jefes de esas élites (Claudio X. González padre, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín) tenían y tienen ganas de vengarse de López Obrador porque es una afrenta muy personal lo que ha hecho con su reputación, justo en el último tramo de sus vidas. Y quieren vengarse, hundirlo, destrozarlo con los dientes. Y arrastraron a esa estrategia (que no es estrategia) a los dirigentes del PRI, PAN y PRD, y se entiende porque Alejandro Moreno, Marko Cortés y Jesús Zambrano no son muy inteligentes que digamos. El asunto es que esas élites no acompañaron el odio con una estrategia electoral; simplemente jalaron con todo lo que había disponible para golpear a “López” sin pensar si con eso ganaban votos. Y ya vimos: no ganaron votos.

Arrastraron a Xóchitl (sumo a los calderonistas) a golpear a López Obrador como estrategia única. Está bien por ellos, que quieren vengarse. ¿Pero le servirá a ella? Mi respuesta es contundente: NO. Por la evidencia acumulada en los últimos seis años. Las mediciones al Presidente dicen que crece o se mantiene entre más le pegan y las encuestas electorales siguen casi iguales que hace seis meses, y a este paso, según mis cálculos, si Gálvez saca la mitad de los votos que sacaron PRI, PAN y PRD en 2018, será un verdadero milagro.

No quiero darle consejos a nadie, mucho menos a un proyecto basado en el odio. Pero es bueno dejar claras las responsabilidades, porque esas élites han actuado durante décadas detrás de las cortinas y nunca se llevan la culpa en los fracasos aunque sí cobran los triunfos. La nueva Xóchitl es básicamente un muestrario de los odios de todos los grupos que quedaron fuera del poder con la llegada de AMLO a la Presidencia. Seguramente ellos estarán satisfechos. Pero no veo cómo podría jalar los votos que no tiene y que están en la izquierda.

Hay un núcleo duro de derechas que ve un país deshecho; un Presidente narco y dictador; una economía derrumbándose y ciudadanos que marchan por “las libertades que se han perdido”. Ese núcleo, que no siempre se reconoce de derechas y muchas veces se hace pasar por “ciudadano”, ve el fin de las instituciones y de la democracia y está convencido de que así es y así se despierta por las mañanas: busca en la prensa una confirmación de lo que cree, y rechaza las noticias que lo conduzcan a otra idea.

Ese núcleo está convencido de que López Obrador lleva a México hacia la pobreza y lo rechaza incluso desde antes de que asumiera la Presidencia. Se explica bien en aquél video del día de la elección (en 2018), donde una jovencita llora desconsolada y dice: “Vine a votar y estoy llorando y estoy muy triste porque todo el mundo está votando por AMLO. Vamos a ser pobres todos por elección propia y no lo puedo creer. Neta, estoy asustada de que todos estén votando por AMLO. Vamos a vivir como Venezuela. Todos vamos a ser pobres y nos vamos a morir de hambre porque están votando por AMLO todos aquí. Estoy harta”. Y llora, y llora. Desconozco si su opinión ha cambiado desde entonces pero es altamente probable que no.

No tiene hambre, cinco años después, pero no es necesario: está convencida de que en algún momento la tendrá. Y en el fondo desea que México se desplome de golpe, porque de esa manera satisface lo que cree. Nadie quiere llorar en vano, por fantasmas.

A ese núcleo es al que se dirige la nueva Xóchitl Gálvez, influenciada por las élites y los calderonistas. Le habla al oído, le dice que el Presidente es un dictador y que el país se encuentra en ruinas y ellos contentos. ¿Quién no lo va a estar, si confirma lo que piensa desde hace muchos años? El problema de esa campaña es cuando sale del núcleo duro. Para alguien más, el diagnóstico parece una broma pesada, producto de campañas mediáticas, y le da razón al Presidente cuando dice que es víctima constante de la desinformación.

Lo mismo le pasó al PRI, PAN y PRD: se compraron el discurso radical de las élites y se pusieron a predicarle a los conversos sin armarse siquiera un plan alternativo de Nación. Se dedicaron a bloquearlo en el Congreso tenga o no tenga razón. El resultado es un desplome histórico. Es probable que incluso los intelectuales, académicos, medios y ese grupo de empresarios en el fondo tampoco vean al Presidente como un dictador y que el país se encuentra en ruinas; no ven todo color de rosa, por supuesto, pero no ven blanco y negro. Pero a ellos no les importa la verdad o construir una estrategia electoral: buscan venganza. Se las debe López Obrador y quieren hundirlo, destrozarlo con los dientes. Y en la tarea de vengarse no les importó hundir al PRIAN como tampoco les importa hundir a Xóchitl.

A las élites se les olvidó por qué la habían seleccionado y ella rápido se abandonó a sí misma para compararse la agenda de las agruras. En seis años, ni partidos opositores ni élites pudieron armar una propuesta para el país y se dedicaron a odiar al Presidente. Y Xóchitl hace lo mismo, y ni siquiera dicho por mí (que así lo creo) sino por los que se identifican con ella, como Jesús Silva-Herzog Márquez, quien escribía en Reforma: “La campaña de Xóchitl Gálvez no ha resuelto sus contradicciones. Sigue siendo una campaña que arranca y se detiene, que da un campanazo y se atasca poco después. No ha logrado cuadrar el sentido de la coalición que la respalda ni formular una propuesta que sea, al mismo tiempo, sensata y atractiva. Lo que conocemos de su plan de gobierno, que no es mucho, es un listado de iniciativas dispersas que no encuentran una cuerda de enlace y que están lejos de presentarle a la ciudadanía un relato seductor”.

Xóchitl supo decirles que no, y aceptó las mismas piedras con las que ya habían preparado el caldo aguado que los llevó a la desnutrición. Ahora lamen juntos las piedras en busca de que les salga algo. Y no, a las piedras no les sale nada. Estaba comprobado. Desde endenantes.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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