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Jorge Alberto Gudiño Hernández

21/11/2015 - 12:00 am

Empatía

No voy a hacer un análisis de lo sucedido hace una semana en París. No soy un experto en el tema y ya se ha escrito suficiente alrededor de ello.          Me da la impresión, sin embargo, que más allá de las explicaciones políticas, económicas, religiosas y sociales, el terrorismo se alimenta del odio. Y […]

No voy a hacer un análisis de lo sucedido hace una semana en París. No soy un experto en el tema y ya se ha escrito suficiente alrededor de ello.

         Me da la impresión, sin embargo, que más allá de las explicaciones políticas, económicas, religiosas y sociales, el terrorismo se alimenta del odio. Y éste, a su vez, de la incapacidad por sentir empatía. Comparte sus razones con la violencia. El terrorista se puede justificar a partir de una creencia divina o de cierta interpretación de un libro escrito hace cientos de años. El sicario encontrará sus razones en su paga o en la familia disfuncional donde le tocó nacer. Da igual. Aquél que mata sin culpa lo hace por su incapacidad de generar empatía con otro ser humano.

         Se nos ha enseñado que no hay nada más valioso que la propia vida. Primero la de los seres queridos, la de los conocidos; después, la del resto del mundo. La vida, entonces, tiene un valor mucho más alto que cualquier moneda, producto o idea. Al menos sobre el papel. Esto se debe a que somos capaces de encontrarnos en el otro, de apreciar nuestras similitudes antes que nuestras diferencias. De ahí que el respeto no sea sólo relevante en términos de convicciones. Si respetamos al otro es porque le concedemos la posibilidad de que su forma de ver al mundo sea tan válida como la nuestra. Para el sicario y el terrorista esto tampoco existe. Sólo sus argumentos son válidos.

         Así, las convicciones aprendidas valen más que la vida de los otros, del asesino mismo que no duda en inmolarse si se lleva consigo a decenas o cientos. De nuevo, esos otros no le significan. Si acaso, como la semilla que son para germinar el terror.

         Yo no puse en mis redes sociales la bandera de Francia sobre mi fotografía. Tampoco la de Beirut, la de Siria o la de México. Entiendo, sin embargo, a quienes lo hicieron. Me queda claro que muchos pusieron la bandera por un dolor cierto, porque se horrorizaron, porque sintieron el atentado como una afrenta a sí mismos, a sus seres queridos, a sus conocidos o a la humanidad toda. Entiendo a quienes lo hicieron como una de las formas más simples del compromiso, por ejemplo, o como la moda que significó sumarse a una causa políticamente correcta. Entiendo, incluso, a quienes lo hicieron sin querer, sin estar enterados, sin que les importara nada.

         Me da más trabajo entender, en cambio, a quienes los criticaron. Las agresiones iniciaron casi al mismo tiempo en que aparecieron las banderitas. Casi todas partían de la misma idea: ¿por qué se indignaban con lo de París y no lo de otros lugares en el mundo, de lo sucedido en México? Me parece que, salvo los primeros, muchos reclamos también fueron producto de la moda, de la posibilidad de hacer un berrinche políticamente correcto.

         Pienso que, también, esta respuesta aguerrida de los detractores de la banderita parte de una falta de empatía. Vamos, no es cuestionar a alguien por el equipo de futbol al que apoya. Es poner en tela de juicio su capacidad para conmoverse ante unos atentados terroristas. Sí, no hay una vida más valiosa que otra salvo las que nos quedan cerca. No importa. Aceptar que alguien se sume a una causa, aunque parezca ridícula, popular o desesperada, también es un acto de respeto.

         Sé que la escala no es la misma. Sé, también, que exagero. Sin embargo, me parece que el discurso del odio, aquél que proviene de la falta de empatía, se va asentando cada vez más en nuestro ánimo. Tanto, que resulta una mejor idea atacar a quien se solidarizó con una causa que hacer otra cosa. Tenemos demasiado tiempo libre. Si lo seguimos ocupando en devaluar las posturas del otro en lugar de comprenderlo, que no nos sorprenda que esa falta de empatía se siga apoderando de nosotros.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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