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Susan Crowley

22/06/2018 - 12:00 am

El Louvre en renta o Beyoncé al rescate

19 millones de entradas tuvo el video Apeshit de Beyoncé y Jay-Z grabado en el Louvre en tan solo un par de semanas. 8.8 millones de personas visitaron este museo durante un año. Las cifras no están mal. ¿Pero quién se atreve a explorar esta afamada institución como lo ha hecho Natan Schottenfels productor del video?

Es una rebelión como las de siempre. Imagen especial, cuadro de Kehinde Wiley,Officer of Hussars,2007

19 millones de entradas tuvo el video Apeshit de Beyoncé y Jay-Z grabado en el Louvre en tan solo un par de semanas. 8.8 millones de personas visitaron este museo durante un año. Las cifras no están mal. ¿Pero quién se atreve a explorar esta afamada institución como lo ha hecho Natan Schottenfels productor del video?

Para muchos no es más que un acuerdo comercial. Utilizar una locación como el Louvre se logra con mucho dinero; cualquiera lo puede hacer, “al rato van a anunciar Coca-Cola o McDonald´s”, dicen los ultraconservadores implorando que un espacio que representa el más grande  tresorum de la humanidad no sea profanado ni se preste como escenografía.

Pero se trata de la pareja más influyente, afamada y desde luego, va junto, acaudalada del mundo, Beyoncé y Jay-Z cantantes de moda de una cosa llamada Trap. Rápidamente explicado, es una de las asociaciones más sui generis de la actualidad: Hip-hop, rap y dubstep y significa en argot, la manera de nombrar los sitios en los que se consume y trafica droga y que son ilegales, por supuesto. Es cierto, todos tenemos un precio y el que pactó el museo con los productores del video debe llevar varios ceros. No se puede concebir de que otra manera la institución más ¿seria?, ¿respetada?, ¿ejemplar? del ARTE con mayúsculas pudo sucumbir a esta nueva forma de presentarse al mundo.

Ya nos acostumbramos a los chocolates envueltos con la imagen de Mozart, a las mascadas con la Noche Estrellada de Van Gogh, y tal vez no nos moleste el paraguas del Jardín de las Delicias del Bosco o la playera con la Monalisa de Leonardo. Es parte de nuestro sistema, a nadie extraña esta peculiar ampliación de los bordes de la cultura alejados cada vez más de su institucionalidad para convertirlos en piezas vendibles en las tiendas de souvenirs.

Con los años, la necesidad económica se ha vuelto el eje rector de la masificación. Nadie puede marcar el límite porque simplemente la historia del arte nunca pensó que esto fuera a ocurrir. Digamos que no estaba preparada para aceptar que dentro de un museo pueda exhibirse una cama de Rauschemberg o una lata Campbell´s que, aunque sea de Warhol, tendría que levantar todas las sospechas. Con el tiempo los objetos anómalos se volvieron la norma; la palabra sirvió para determinar una enorme cantidad de artefactos que no podían codificarse dentro de los estándares tradicionales. Poco a poco obras, experiencias y narrativas, van poblando las paredes de los museos mostrando algo que se escapa a nuestra comprensión, y entonces, hay que volver a empezar, partir de cero y renombrar y catalogar estas nuevas prácticas que hasta ayer no hubiéramos imaginado. Pero en esta ocasión parecería que ha sucedido algo mucho más radical: este santuario fue penetrado y poseído por las fuerzas oscuras del Pop, la ostentación de lo banal ha triunfado. Y el resultado es fascinante.

Revisar la historia del Louvre nos ayuda a entender por qué esta colaboración no es tan disparatada. Detrás de los cuadros y esculturas hay un montón de cosas ocultas. A través del video podemos vislumbrarlas.

El sonido de campanas y sirenas se escucha a lo lejos. Apostado en la entrada del monumental edificio, un ángel caído (con jeans desgastados y tenis) parece custodiarlo. El corte nos permite observar uno de los techos barrocos, apenas iluminado por luces que lo hacen cambiar de color. Antes de ser el museo que todos conocemos, era la residencia de los reyes. La decoración fue modificándose al gusto de cada uno de los habitantes, desde el periodo medieval (su historia data del siglo XII), hasta que se abrió al público, fue pasando de generación en generación y le tocó ser el sitio de encuentro de los más importantes acontecimientos de la historia de Francia. Las familias reinantes fueron los primeros coleccionistas. Cada rey dejaba su impronta, desde Carlos V hasta Luis XIV que prefirió trasladarse a su majestuoso Palacio de Versalles.

Volvamos al video. Las galerías atiborradas de arte son recorridas por la cámara vertiginosamente, casi con desdeño, de pronto un acercamiento por aquí y otro para allá. Se advierte el deseo de resaltar ciertos detalles, el oro, el lujo, el drama humano, la esclavitud. Los contrastes, ricos y pobres en lucha permanente. David el artista de la revolución representado en El rapto de las Sabinas.

Perseguidos, enjuiciados y llevados a la guillotina, los antiguos habitantes del Louvre reviven. Beyoncé y su marido dan la espalda a la Monalisa esperan a la cámara y la miran de frente vestidos y con joyas exultantes. Todo es kitsch, el ambiente expele vulgaridad. Pero Jay-Z es más que un fenómeno de masas. Su música tiene sustancia y una energía que traspasa las fronteras de los guetos; abreva de un mundo en el que las personas se forman en la más cruda desarmonía, los proyects neoyorquinos. Con su música pone ritmo al desasosiego en el que creció, síncopas que hablan del dolor y de la belleza.

En otra escena, desde la base de la escalera, una serie de cuerpos, casi desnudos, se rinden ante la pareja. El vestuario es espectacular y contrasta con los blancos y sobrios ropajes de la Victoria de Samotracia. La letra de la canción habla del dinero, es un himno al poder. En una sucesión de imágenes extraordinarias, el grupo de bailarinas simulan ser esculturas vivientes. Poco después el artesonado del techo nos muestra a Virgo en el horóscopo barroco. La pareja vuelve a aparecer, esta vez envueltos en telas tipo Versace, una estampa neo barroca que  compite con aquellos retratos estrafalarios de los poderosos nobles, incluso con la dolorosa imagen de la Pietà de Fiorentino. ¿Acaso Beyoncé y Jay-Z son la nueva institución reinante? El video nos muestra una y otra vez a la pareja entronizada presidiendo los majestuosos salones. La apropiación del espacio, la simulación de los roles. Todo está estudiado. Una especie de tablau vivant, ¡bien!, el efecto se ha logrado. Tal vez la escena más espectacular, Beyoncé frente a la Consagración de Napoleón, obra de Jacques Louis David: un grupo de bailarinas son espejo que se reproduce al infinito, imagen del vacío. Evocan al Baño Turco de Jean-Auguste Ingres, qué lástima que no sale. Los esposos raperos, icono del poder de la raza negra, frente a la Gran Esfinge, icono de la eternidad egipcia. Madame Recamiér, casada con un acaudalado banquero, la socialité que solía acoger a los artistas en sus afamados salones. David la pintó en 1800. Las bailarinas parecen insuflarle el aliento, perdemos noción de quién está vivo y quién es solo un cuadro. La Venus del Milo debe su poder a la mutilación, la convierte en una anomalía de la historia del arte. Su belleza estriba en la imperfección. Ahí está, cadera con cadera al lado de Beyoncé que se mide contra el mito. Poco a poco las bandas de raperos se apoderan del lugar. No le faltan al respeto pero lo ignoran. Es una rebelión como las de siempre, ¡no al pasado, vengan las imágenes del porvenir! Beyoncé y su marido Jay-Z no son los primeros en reivindicar a las minorías raciales en el arte. El video transita por el camino que ya ha sido recorrido por grandes autores, aunque no sean de todos conocidos: Kara Walker, Mickalene Thomas pero sobre todo Kehinde Wiley, uno de los primeros artistas que decidieron cobrarse el derecho de estelarizar la negritud en las obras artísticas clásicas y que por cierto, acaba de terminar el retrato del presidente Obama.

Narrativa desacralizadora, vulgar, ostentosa, es un viaje a las entrañas del Louvre que nunca imaginamos. De una manera descabellada delata algo de su interior, se abre al arte de la calle, al llamado “nigger” (despectivamente hasta hace poco) pero hoy símbolo de identidad y respeto entre ellos. Ser negro es una actitud, otorga el privilegio de la trasgresión y el derecho a la simulación que hoy viste al arte. Apropiarse un espacio anquilosado por el tiempo y la institucionalidad, ¿por qué no? Beyoncé tiene el poder: Ver el Louvre de otra manera, rescatarlo. Para bien o para mal, algo ha cambiado para siempre. Este es el video: https://www.youtube.com/watch?v=kbMqWXnpXcA

 

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@susCrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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