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Jorge Alberto Gudiño Hernández

22/08/2015 - 12:03 am

Escribir un libro

Me lo han preguntado cientos de veces, no exagero. También he escuchado la misma pregunta dirigida a colegas y amigos: ¿qué se necesita para escribir un libro, una novela? La respuesta podría estar en un sitio privilegiado entre los lugares comunes: leer. Leer mucho. Leer hasta que los ojos se sientan claudicar. Un escritor sólo […]

Me lo han preguntado cientos de veces, no exagero. También he escuchado la misma pregunta dirigida a colegas y amigos: ¿qué se necesita para escribir un libro, una novela? La respuesta podría estar en un sitio privilegiado entre los lugares comunes: leer. Leer mucho. Leer hasta que los ojos se sientan claudicar. Un escritor sólo puede ser el resultado de un gran lector. Las exageraciones se continúan. Respondemos lo mismo e intentamos darle matices a lo evidente.

            No voy a desdecirme ahora. Estoy convencido de que para ser escritor hay que leer mucho. De hecho, me parece que algunos de quienes publican ahora libros al vapor nunca han sido buenos lectores. Eso se nota de inmediato. Sin embargo, la respuesta es parcial.

            Si hago una analogía con la comida, se me ocurre que un gran chef primero fue un gran tragón. Entendiendo esto como alguien a quien le encanta comer, probar platillos, conocer sabores, texturas e ingredientes. Me es muy difícil aceptar que alguien que ha obtenido estrellas Michelin no sea un apasionado de la comida. Como consumidor, primero, claro está. Pero esto no lo volverá, por fuerza, un cocinero excepcional. Conozco a muchos (y me incluyo) a quienes nos gusta comer. Algunos lo hacen de manera compulsiva; otros, en cambio, saben apreciar sutilezas, encontrar ingredientes ocultos en la preparación. La mayoría (me incluyo de nuevo) somos incapaces de reproducir esos platillos. La razón es simple: no tenemos las habilidades necesarias y tampoco hemos trabajado lo suficiente para conseguirlas.

            Lo mismo pasa con los escritores. Leer es la condición de posibilidad tanto como lo es el gusto por la comida. Pero la respuesta no es tan simple. No basta con recomendar lecturas a alguien que toda su vida ha vivido lejos de ellas. El gusto por la comida tiene algo de adquirido, es cierto, se refina con los años, también es verdad, pero existe desde siempre. También el de la lectura. Y en éste también hay niveles. No es lo mismo un lector compulsivo que se abalanza en una comilona de libros que aquél capaz de disfrutarlos desde sus sutilezas. Más aún, de quien puede descubrir su funcionamiento; reproducirlo.

            Después viene lo difícil. Más allá de las pulsiones que nos obligan a escribir un texto, más allá de las razones y la forma en que nos justificamos frente a nosotros mismos, resta un montón de trabajo. Similar, tal vez, a las horas de preparaciones malogradas en la cocina, a los años de práctica. Es muy diferente que un platillo se pueda comer, que no envenene a nadie, que forme parte de nuestra rutina del desayuno, a otro que sea la delicia de quien lo pruebe. Para llegar a ese punto se requiere mucho trabajo. A veces, incluso, demasiado. Sobre todo, porque uno no puede sino ver con tristeza el contenido de los platos yendo a la basura; los cientos de cuartillas inservibles, recorriendo el mismo camino.

            Además, una novela es un ejercicio a largo plazo. Salvo honrosas excepciones, la escritura de una novela es una tarea que lleva varios meses, a veces años. Baste imaginar a un cocinero revolviendo el puchero durante semanas enteras sólo para descubrir que no sabe bien. De ahí que un improvisado no suela ser un buen escritor. En términos reales es posible que su texto se deje leer, que el platillo no envenene a nadie, pero eso es lo mínimo que se le puede pedir a un chef. Lo mismo debería exigirse a los novelistas: años de preparación, años de trabajo continuo. De lo contrario, apenas le quedará una sopa insípida o un cereal con leche y eso es algo por lo que pocos están dispuestos a pagar, aunque las librerías den fe de lo contrario.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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