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Francisco Ortiz Pinchetti

22/09/2017 - 12:00 am

México en un socavón

Los socavones no aparecen de repente, aclara. Se forman a veces en semanas, meses y hasta años por la erosión paulatina de los sólidos del subsuelo provocada por la ruptura de ductos y las fugas. Y pueden ser detectados a tiempo. Esos hundimientos, sin embargo, no son el problema de fondo, sino un efecto. Lo que ocurre allá abajo es que las tuberías del drenaje están rotas, se han colapsado, tienen fugas.

“La posibilidad de una gran inundación en la Ciudad de México –que históricamente las ha padecido es inminente, me advirtió Luege Tamargo. Y hay que decir que puede ser absolutamente catastrófica”. Foto: Isaac Esquivel, Cuartoscuro

Me dice José Luis Luege Tamargo, que del tema sabe un rato, que los socavones que se han abierto recientemente en distintos rumbos de la capital –cuatro en una semana– son apenas un pálido indicio de lo que realmente sucede debajo de nuestros pies. El ex director general de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) asegura que la ciudad capital está en alto riesgo de colapsarse debido al deterioro creciente de su infraestructura hidráulica, en este caso concreto una red de drenaje vieja, ineficiente e insuficiente. Frente a tamaño problema ha habido por parte de las autoridades indolencia y corrupción.

Los socavones no aparecen de repente, aclara. Se forman a veces en semanas, meses y hasta años por la erosión paulatina de los sólidos del subsuelo provocada por la ruptura de ductos y las fugas. Y pueden ser detectados a tiempo. Esos hundimientos, sin embargo, no son el problema de fondo, sino un efecto. Lo que ocurre allá abajo es que las tuberías del drenaje están rotas, se han colapsado, tienen fugas.

No es necesario ser un sabio para entender que la pendiente de ríos como el Mixcoac, La Piedad, Churubusco o Los Remedios, cuyas aguas bajaban de las montañas de poniente a oriente hasta desembocar en el Lago de Texcoco, se ha perdido como consecuencia del hundimiento de la ciudad, que en algunos lugares alcanza los 40 centímetros al año. Esos ríos, casi todos ellos entubados actualmente, han sido convertidos en drenajes, cloacas, desagües. Y al perderse la fuerza de gravedad que movía sus aguas, han dejado de funcionar como tales. No tienen salida natural y es menester bombear las aguas negras de su cauce para llevarlas fuera del Valle de México, lo que cada vez resulta más difícil y más costoso.

De la gravedad de esta situación da idea el hecho de que cuando el barón Alejandro von Humbolt midió en los albores del siglo XIX los niveles de los acuíferos de la capital entonces de la Nueva España, el centro de la ciudad se encontraba diez metros arriba del lecho del lago. Hoy está diez metros… ¡abajo!

La posibilidad de una gran inundación en la Ciudad de México –que históricamente las ha padecido es inminente, me advirtió Luege Tamargo. Y hay que decir que puede ser absolutamente catastrófica.

Lo que preocupa más que todo es la indolencia de las autoridades, aun ahora que los riesgos se hacen cada vez más evidentes. Durante muchos años, décadas, los sucesivos gobiernos de la ciudad, y también el gobierno federal, han sido criminalmente omisos, tanto en el tema del drenaje como el de la escasez creciente de agua potable. La cuestión es no gastar en aquello que no se ve. Hoy tenemos una red hidráulica absolutamente obsoleta, con más de 50 o 60 años de edad, incapaz ya de responder a las necesidades de una megalópolis con más de 22 millones de habitantes. En la red primaria se pierde el 40 por ciento del suministro de agua potable, cada vez más costoso.

Y del colapso que sufre la red del drenaje dan idea los socavones, cuya frecuencia es mucho mayor que la que consignan los medios de comunicación. Pequeños huecos se forman todos los días en las calles y avenidas de la ciudad. Algunos alcanzan mayores dimensiones, pero todos tienen finalmente la misma causa e indican el mismo peligro. Atacar de veras el problema implica meterle al subsuelo de la ciudad miles y miles de millones de pesos, para sustituir kilómetros de tuberías inservibles; pero aun eso sería insuficiente si no se detiene, o al menos se atempera, el hundimiento de la gran urbe, provocado en gran medida por la sobreexplotación irracional de su acuífero.

De indolencia e irresponsabilidad gubernamental es claro ejemplo el caso del socavón que se abrió hace tres semanas en el Eje 8 Sur Popocatépetl, en la colonia Santa Cruz Atoyac de la delegación Benito Juárez. Justo en el mismo lugar ocurrió un hundimiento similar hace tres años, que supuestamente fue reparado. Quiere decir que el arreglo fue insuficiente, pues no se corrigió la causa del socavón abierto en 2014.

Es obvio por otro lado que el riesgo no se limita a la aparición de socavones en calles y avenidas, sobre todo en aquellas en cuyo subsuelo corren tuberías de desagüe y agua potable. Los hundimientos pueden afectar también, y de hecho afectan, tanto a casas, edificios y unidades habitacionales como al Metro, las centrales camioneras, el aeropuerto, los puentes peatonales y los pasos a desnivel vehiculares. Esto hace más vulnerables a diversas zonas de la ciudad ante la eventualidad de un sismo de gran magnitud, como el que ocurrió recientemente.

El exdirector de la Conagua piensa que la única forma de parar esto es limitando drásticamente el crecimiento horizontal de la ciudad, la llamada mancha urbana, para recuperar, o al menos preservar, lo que queda de las áreas naturales de reserva ecológica en el entorno citadino y permitir la recarga del acuífero en esas zonas con el agua de lluvia. Los pozos de absorción, que hay que usarlos, son sin embargo costosos y muy limitados, dice. “La ciudad tiene que crecer hacia arriba, no hay otra”. Así de claro. Válgame.
@fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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