México

El que le guste, joven

ENSAYO ¬ ¿Claudia, Xóchitl o Máynez? ¿A quién le sonríen los votantes más jóvenes?

23/05/2024 - 9:59 pm

¿Entusiasma Sheinbaum a las juventudes? ¿Es Máynez el candidato de los jóvenes o solo concentra en ellos intención de voto? ¿Por qué Gálvez tiene menos seguidores en TikTok que sus rivales? Estas preguntas ameritan bucear en las hondas aguas del voto joven, poco estudiado y a ratos ignorado.

Ciudad de México, 24 de mayo (SinEmbargo).–  Los jóvenes hacen política y la colman de significado. Así como encabezaron la revuelta cultural que encontró clímax en las protestas contra la guerra en Vietnam, hoy lideran las manifestaciones contra Israel. Estuvieron en mayo del 68, en Tiananmén, en Tlatelolco y en la primavera árabe. Ayer ocuparon Wall Street y hoy activan los viernes por el futuro climático. Cuando las juventudes se movilizan, los consensos sociales tiemblan.

La época electoral no es ajena a la energía y rebeldía que los jóvenes contagian. La democracia mexicana es inentendible sin el empuje juvenil. Fueron los movimientos estudiantiles, su escuela y legado, los hombros donde descansó Cárdenas en 1988. Fueron juventudes las que expulsaron al PRI de los Pinos, antes de sufrir la desilusión de una transición vacía e incompleta. En el 2012, una elección que parecía resuelta en el doble dígito terminó cerrándose a 6 puntos tras la sacudida del YoSoy132. Y fue en 2018 cuando las “benditas redes sociales” fungieron como la nueva plaza pública.

La pasada contienda presidencial engendró nuevas formas de hacer política y de consumirla. Fue la elección de los millennials, generación que creció con el internet y con el teléfono celular como extensiones del cuerpo. Ellos convirtieron la información inmediata y el uso intensivo de las redes sociales en la nueva norma electoral. Facebook y la segmentación por grupos cambió el equilibrio aire-tierra, restó importancia al poder mediático tradicional y abrió nuevas avenidas de interacción. La elección del 2024 consolidará tendencias y pondrá a prueba innovaciones de comunicación política, como TikTok.

El punto de partida para estudiar el voto joven es abrazar su heterogeneidad. Las juventudes cargan clivajes naturales, como cualquier otro grupo. Destacan, por ejemplo, el eje urbano-rural, el género, los estudios y el nivel socioeconómico. Y aunque suele subestimarse, también pesa la edad al interior. Es común encontrar disimilitudes de demandas sociales e intención de voto entre universitarios (18 a 24 años), debutantes del trabajo remunerado (25-29 años) y responsables del hogar (30-34 años), por nombrar tres subgrupos.

Un solo año puede alterar el análisis electoral. Por ejemplo, en las elecciones del 2018 la participación en los 18 años del 64.7 por ciento superó la media nacional de 62.3 por ciento, aunque la abstención en los 19 hasta los 34 años fue junto con aquella en los 80 o más la mayor de todos los grupos (INE, 2019). En 2012 y 2018, solo votó el 53 por ciento del grupo de 20 a 29. Esos bajos porcentajes alimentan el relato de que los jóvenes padecen apatía o desinterés político, aunque la realidad tiene capas de complejidad. La caída participativa en las juventudes parece deberse más a factores estructurales como la migración y las recomposiciones del hogar que a coyunturas partidistas.

No es lugar común afirmar que los jóvenes definirán las elecciones del 2024. Con corte del INE al 27 de marzo, 36.9 millones de mexicanos de 18 a 34 años forman parte de la lista nominal de electores, de los cuales 26.1 millones son menores de 29 y conforman el 26.3 por ciento de la lista. En algunos casos, son jóvenes que votaron 1 o 2 veces por López Obrador o sus rivales y que crecieron con el contraste de Peña Nieto o Calderón, para bien o para mal; en otros, son electores que por primera vez respaldarán o rechazarán lo que vieron tomar forma como la Cuarta Transformación. Esa mezcla de experiencias formativas aporta un grado más de particularidad a las juventudes.

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Las encuestas en México se esfuerzan poco en medir la pluralidad del voto joven, pero existen pistas. Hay poco parque para estudios minuciosos, pero calibre suficiente para el análisis general. Latinobarómetro realiza estudios de opinión pública en 18 países de América Latina y su último levantamiento (2023) permite la aproximación a tonalidades vivas del voto joven en México. Tres diferenciadores de edad sobresalen.

En primer lugar, el elector joven abraza la democracia pero es más crítico de la sociedad que habita. Asocia la ciudadanía más a la protesta que al voto llano y guarda mayor predisposición al cambio gradual y profundo, rechazando más el status quo sin llegar a preferir la radicalidad por encima de otros grupos de edad. En clave electoral, es probable que el elector joven rechace partidos y candidatos que representen inacción o inmovilidad social. En el contexto mexicano, la “continuidad con cambio” o “el segundo piso” pueden apelar más al elector joven siempre y cuando la opción B sea vista como el regreso a un pasado inaceptable o un paso a un futuro inerte.

En segundo sitio, el elector joven usa varias redes sociales y practica en ellas la protesta. Usa también con mayor intensidad plataformas visuales, como Instagram y TikTok. Para la comunicación política el efecto es sustancial: las juventudes consumen más cantidad de información que otros grupos, pero priorizan la contundencia del relato y los atajos de filtrado.

Por último, al abordar los principales problemas del país, el elector joven resta peso a la inseguridad y pondera más la pobreza y la precariedad laboral. La interpretación coyuntural es directa: este grupo es con alta probabilidad menos receptivo a la estrategia de Xóchitl Gálvez de focalizar la atención en la política de seguridad, y más propenso a premiar (o castigar) el estado de la economía y las políticas redistributivas.

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Las encuestas en México y el mundo merecen una sana dosis de escepticismo. Fallan seguido y son arietes de campaña, es cierto. Pero ignorarlas sería como desestimar los pronósticos del clima o los estimados de los economistas: aun en su imperfección, son insumo necesario para la planeación y los análisis de sensibilidad. Sin estudios demoscópicos, explorar las aguas del votante sería como bucear sin gafas.

Tomar varias encuestas tiene ventajas, pero tampoco es remedio milagroso. Por un lado, reduce la dependencia en una sola fuente y puede mitigar errores metodológicos individuales. Por otro, fenómenos como el voto oculto pueden incubar todo el universo. Pero como sucede en un torneo largo de beisbol, es más probable que las estadísticas se enriquezcan al tomar una multitud de jugadores en distintas series de enfrentamiento bajo métricas complementarias.

Existen al menos cuatro encuestas nacionales recientes que miden intención del voto joven. En dos casos, Mitofsky y El Financiero, sobresale que la preferencia por Sheinbaum en electores de 18 a 29 o 30 años es superior al resto de los grupos etarios, con un apoyo menor para Gálvez y evidencia mixta para Máynez. Pero cuando se analizan las encuestas de Varela y GEA, esta última con alguna división etaria adicional, aumentan los indicios de que Máynez puede sobresalir en el voto joven, máxime al considerar que las encuestas de Mitofsky y GEA corresponden a la primera mitad de abril y no registran el bono de los debates.

Adicional a la falta de consenso en los años que definen al voto joven, una limitante obvia es que las muestras pueden no ser representativas a nivel grupal. Tomarlas con una pisca de sal y cruzarlas con otros indicadores es aconsejable. Aun así, es razonable concluir que Sheinbaum ganará con holgura el voto joven. Los simulacros universitarios (Sheinbaum 65 por ciento, Máynez 22 por ciento, Gálvez 8 por ciento y nulos 5 por ciento) y el número de seguidores de los candidatos en redes sociales —un simple aproximador de conocimiento e interés—apuntan a una confirmación, sin revelar qué motiva el respaldo.

La falta de certezas y datos postelectorales obliga a solo aventurar algunas hipótesis sobre la intención de voto.

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Contrario a los millennials, los centennials —nacidos a la vuelta del siglo— son nativos digitales en amplia mayoría. El mundo antes del internet les es ajeno, usan más las plataformas de video, son mejores discriminadores del ruido informático y enfrentan más riesgos de precariedad laboral en un ambiente global de incertidumbres. Como sugiere Latinobarómetro, al menos en México no rehúye al cambio y frente a otros grupos de edad reconoce más el combate a la corrupción en los últimos años, da menos peso a la inseguridad como principal problema del país y rechaza más las desigualdades.

¿Qué podría hacer que el elector centennial prefiera a Sheinbaum sobre sus rivales? Al menos tres aspectos son analizables: (1) el historial de la candidata y sus rivales, (2) el partido y gobierno que representa y (3) las campañas que lidera.

Claudia encarna el activismo y la rebeldía universitaria. Es común encontrar, como gusta a los centennials, videos y fotografías de la candidata como líder de movimientos estudiantiles. Por el contrario, escasean las imágenes de Xóchitl Gálvez en su juventud, allende algunas declaraciones polémicas cuando fue funcionaria de Fox. Con Máynez hay evidencia encontrada, toda vez que sus pininos se trazan al PRI Zacatecas aunque después encontró un traspaso de simpatías con la venia de Samuel García.

La aprobación del presidente es otro refugio favorable a Sheinbaum en el grupo centennial. Mendoza Blanco registró en su levantamiento del 19 al 21 de abril una aprobación global de 75 por ciento para López Obrador, donde destaca el 87 por ciento del grupo 18 a 24 años y el 80 por ciento del grupo de 25 a 34 años. Los candidatos de Morena cercanos a AMLO — en estilo, ideología y políticas — andan atajos capitalizables.

Las políticas públicas influyen, tanto las del pasado que el gobierno hereda como las del futuro que el programa articula. El sexenio que acaba ofertó programas dirigidos a necesidades específicas de las juventudes. Solo el programa Jóvenes Construyendo el Futuro registra cerca de 3 millones de beneficiarios acumulados entre 2019 y 2023, con un presupuesto superior a 109 mil millones de pesos que pudo haber ayudado a la baja tasa de desempleo juvenil en México en comparativo histórico y relativo. Hacia delante, Sheinbaum oferta becas universitarias y nuevas opciones de vivienda, mientras que Gálvez y Máynez obsequian poco color.

La plataforma y el tono de la comunicación también pesan. Parra (2019) encontró que, aunque el voto entre generaciones fue similar en la elección presidencial del 2018, el 42% de los no millenials definió el voto antes de las campañas frente al 28% de los jóvenes. Existen estudios en Portugal que sugieren que el elector joven tiene una sensibilidad asimétrica a mensajes negativos que disparan la abstención y el voto al partido opositor; aplicado a México, podría explicar una creciente intención de voto a Máynez en una minoría de electores que rechaza al partido gobernante, sin llegar a amenazar el dominio global de Sheinbaum.

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Que Claudia gane con solvencia el voto centennial tendría efectos políticos concretos. En primer lugar, confirmaría lo que las encuestas, los simulacros universitarios y las redes sociales sugieren. La juventud compite con los adultos mayores por ser el núcleo simpatizante de Morena: una pinza generacional infrecuente.

En segundo sitio, sugeriría que la guerra sucia no lograría el cometido de convertir las redes sociales en ariete del PRI y del PAN, pero podría favorecer a Máynez entre antimorenistas. No sería raro que MC emergiera de los comicios como tercer partido entre las juventudes si logra superar a un PRI que sacaría la peor parte de la alianza con el PAN.

Finalmente, la disputa de política pública orientada a las juventudes podría intensificarse. La primera generación de programas redistributivos de la izquierda post-revolucionaria logró aceptación mayoritaria. El reto próximo para Sheinbaum, en caso de ganar, será mantener satisfechas las expectativas de una generación sensible a la justicia social y amenazada por las crecientes incertidumbres de era; que tiene apetito de cambios incrementales, y que exige una comunicación política directa, permanente y disruptiva. López Obrador puso vara alta.

Serán los jóvenes quienes fijen las condiciones de posibilidad para la impugnación de consensos sociales. Son termómetro, pero también catalizador. Escucharlos y atenderlos es propio del gobernante sensible y del político curtido en terracería.

Mario Campa
Mario A. Campa Molina (@mario_campa) es licenciado en Economía y tiene estudios completos en Ciencia Política (2006-2010). Es maestro (MPA) en Política Económica y Finanzas Internacionales (2013-2015) por la Universidad de Columbia. Fue analista económico-financiero y profesor universitario del ITESM. Es planeador estratégico y asesor de política pública. Radica en Sonora.
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